Vivimos malos tiempos para la
enseñanza pública por dos razones, ambas muy graves: la primera, porque desde
el poder, dada la coyuntura política actual, no parecen soplar vientos
favorables; la segunda, porque las preferencias de la ciudadanía se inclinan
cada vez en mayor medida por la privada, hasta el punto de que el porcentaje de
los que utilizan la pública se acerca peligrosamente a los que no pueden usar
de la privada, por causas económicas o porque no hay un centro disponible en su
entorno.
Las razones de la preferencia
son múltiples pero una de ellas es el desprestigio de lo público que se ha
generado en esta ola neoliberal, que no se limita a la praxis, sino que esparce
ideología para todos en abundancia.
Los centros públicos tienen
profesores funcionarios y no se gestionan con criterios empresariales. Ambas situaciones
despiertan una notable desconfianza en los potenciales usuarios, que ignoran, o
quieren ignorar, que, por ser así, los docentes se seleccionan mediante un
sistema de concurso/oposición que garantiza su idoneidad y competencia en mucha
mayor medida que en los privados; en estos se contrata con criterios
empresariales, en el mejor de los casos. Olvidan, además, que la gestión empresarial
tiene como objetivo prioritario el beneficio, aunque éste puede quedar matizado
por otros de carácter doctrinal, si se trata de un centro de la Iglesia u otra
organización que, sin duda, estará fuertemente ideologizada si es que se
interesa por la educación.
Uno de los fenómenos que más ha
contribuido a colocar la educación pública en la situación actual, al menos la
primaria y secundaria obligatoria, es la concertación, sistema que puso en
marcha uno de los gobiernos de Felipe González. Seguramente su diseño era
congruente con la sensibilidad progresista, pero su práctica ha puesto de
manifiesto que se ha limitado a transferir recursos públicos al sector privado
sin otra ventaja que la desaparición de un sexismo trasnochado, pero sin que
hayan podido ser erradicadas otras discriminaciones y deficiencias, que el usuario
común no encuentra aberrantes si se pueden torcer en su particular beneficio. Un
balón de oxígeno para la privada sin mucha justificación.
Hay un aspecto de la enseñanza
pública que me interesa destacar: la pluralidad. Los centros públicos tienen
una tradición democrática en su gestión que vienen conservando desde los
últimos años del franquismo, a pesar de los repetidos intentos de crear un cuerpo
de directores que separara a los gestores de los docentes. Además, los
profesores se consideran básicamente iguales, y habitualmente se “turnan”
consensuadamente en los puestos de responsabilidad sin que las intentonas de
crear una carrera docente hayan malogrado apenas tal práctica y sentimiento.
Esto, que ocurre a nivel de centro, se repite en los departamentos docentes,
donde, si existen diferencias incompatibles, los discrepantes pueden salvar su
independencia haciendo uso de la libertad de cátedra, con las debidas
formalidades. Todo ello genera un más que excelente nivel de pluralidad, tanto
en la acción docente como en las actitudes.
Ni que decir tiene que la
neutralidad ideológica no existe, así que el único modo de salvar a los alumnos
de un adoctrinamiento injusto y abominable es la pluralidad. La sociedad es
plural, y sólo se puede preparar a los chicos para su inserción en ella en la
pluralidad. No hay duda.
En los centros privados nunca se
dan estas condiciones. De hecho la ley permite que elaboren idearios de centro
de acuerdo con la ideología que sostienen las instituciones que los crean y mantienen.
Fuerzan a los docentes en una determinada dirección y educan a los niños en un
sistema de valores, que, por muy excelente que se crea, da una visión parcial
del mundo y priva a los futuros ciudadanos de la capacidad de elegir con
criterio. Es decir, entorpece la formación de criterio propio, que, por el
contrario, debería ser la máxima preocupación de cualquier sistema educativo.
Curiosamente, esta cualidad de
la pública, que por sí sola justificaría su existencia, no es apreciada casi en
absoluto. El común de las familias valora más que sus hijos tengan vecinos de
pupitre de “buenas familias”, y que les inculquen unos cuantos principios de
los que se desgranan en los púlpitos. De hecho el gran peligro para la
educación pública no procede del gobierno de derechas que nos hemos regalado, que
también, sino de la desafección ciudadana.
4 comentarios:
Un correcto análisis de una situación delicada para el futuro de nuestro nivel educativo.
Antiguamente la Universidad Pública "era" la verdadera garantía de una formación de calidad.
Hoy son los MBA de las universidades privadas...pagando!
Saludos
Mark de Zabaleta
Con todo respeto, creo que exageras un poco, amigo Arcadio. Ni en la pública las cosas son exacta y genéricamente así, ni tampoco en la privada. Las realidad muestra mezclas y situaciones mixtas en todas partes. Por poner un ejemplo, en muchos centros públicos hay más alumnos matriculados en Religión que en la materia alternativa; y, en muchos privados, la mayor parte de los alumnos sale prácticamente atea. De todos modos, la salida -creo yo- a este problema consiste en clarificar el panorama: reservar la educación para la casa y las instituciones (civiles o religiosas) que los padres elijan, y asignar a los centros docentes la enseñanza como misión principal. Así desaparecerían todas las suspicacias de adoctrinamiento. De eso he escrito hace poco. Salud(os).
En España es un dogma intocable el pago por el Estado de los costes e la enseñanza privada, aceptado por todos los partidos, sindicatos, etc, sin excepción. Así las cosas, la gente manda a sus hijos a la escuela privada, donde reciben más o menos la misma enseñanaza y además tienen la ventaja (?) de una cierta selección social del alumnado, junto a la percepción de que el titular privado es más responsable que la Administración educativa.
Por otra parte, no me parece que las escuelas del Estado sean sensibles a la competencia de la escuela privada.
Creo que las bases de una sociedad democrática está en la escuela pública para todos los niños. Y los padres que quieran enseñanza privada que la paguen íntegramente.
F.S.C.
Gracis MARCK por tu participación
jARAMOS. Sin duda llevas razón porque en un artículo de 700 palabras no cabe definir todos los complejos matices de cualquier realidad.
Que los alumnos salgan ateos de un colegio religioso sólo confirma la torpeza de los métodos utilizados.
Que tantos padres eligan religión se debe a dos causas: 1) que la beatería reinante es considerable; 2)que muchos pasan por el aro con tal de que sus hijos no se sientan como un bicho raro, como fue mi caso.
La tesis principal de mi artículo es la superioridad de la pública por la pluralidad de que disfruta, todavía; y la desafección de los usuarios por motivos ajenos a su calidad. En ella me reafirmo.
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