Todo el mundo da por hecho que se ha acabado el
bipartidismo. Eso parece; sin embargo, para un cambio tan importante, sólo hizo
falta que los ciudadanos se pusieran las pilas. Sin cambios constitucionales,
ni siquiera de la ley electoral.
Una virtud innegable que tuvo el 15M fue concienciar políticamente
a multitud de jóvenes… y menos jóvenes; el motor primero: la crisis (financiera
→ económica). Las democracias, por imperfectas que nos
parezcan, tienen recursos autorregeneradores que se ponen en marcha con sólo
que los ciudadanos tomen conciencia del protagonismo que les otorga el sistema
y con la única condición de que ningún poder fáctico (económico, militar,
religioso… etc.) haya aprovechado el dormitar o el despiste ciudadano para
arraigar con demasiada consistencia en las grietas del sistema. Otra cosa es el
diagnóstico que se haga sobre la capacidad de tales fuerzas para condicionar el
proceso político, lo que dependerá de posicionamientos ideológicos, es decir,
de decisiones previas en las que nunca sabremos cuanto había de emoción y
cuanto de razón. Quizás no importe en absoluto.
Lo he escrito otras veces, si se consolidara un multipartidismo
nítido (italianización de la política que diría F. González) no tardaríamos
mucho en añorar la estabilidad y la facilidad para formar gobiernos que
proporcionaba la alternancia entre dos grandes. Digan lo que digan, los partidos
emergentes aspiran a la hegemonía con la menor compañía posible, como los tradicionales,
a los que prefieren sustituir más que agregarse. De cualquier forma, sea suma o
sustitución, bien venido el cambio. Como mínimo será una purga para el sistema
que presentaba cada vez más zonas corruptas. Y una purga que limpie las
entrañas sin recurrir a métodos más peligrosos y con mayores incertidumbres
muestra prudencia y sentido común. Justamente lo que debe predominar en
democracias maduras.
Pero el cambio siempre incomoda hasta a los que lo impulsaron.
Es necesario ensayar nuevas tácticas, modos inéditos en los que no sólo nadie
es experto sino ante los que hay rechazo por una cierta repugnancia que ha
generado en las conciencias el sistema liquidado con hábitos que se formaron y
perduraron durante toda una generación. La actitud equívoca de casi todos los
partidos ante el pacto inevitable en Andalucía es un claro ejemplo de lo
anterior. La irrupción de nuevos partidos y la nivelación en resultados reclama
acuerdos, pero ni los nuevos ni los antiguos están dispuestos a, por los menos,
dar el primer paso. Una contradicción que puede causar perplejidad e
incomodidad.
Tanto da bipartidismo o pluripartidismo. Estoy convencido
que el éxito o fracaso de uno y de otro no depende tanto de su condición
intrínseca como de las circunstancias del medio, que, naturalmente, son
cambiantes. También es cierto que de vez en cuando no viene mal mover los
muebles de sitio y hasta sustituir algunos, siempre que se haga con ilusión y
buen criterio funcional y estético. Veremos.
1 comentario:
Hay que tener cuidado con los experimentos...
Saludos
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