1 may 2019

EL DÍA DESPUÉS

Estamos en el día después. Es el día en que se echan las culpas del fracaso a la ley D´Hont, a los ganadores, que han vendido humo, y a los partidos emergentes de la misma onda que han sembrado confusión y dividido a los votantes. Antes, en otros lugares o, quizás, en una situación soñada, era el día de los mea culpa y de las dimisiones. También es el día en que los periodistas incrementan la matraca a los electos, y a los sufridos electores, sobre con quién van a pactar o con quién no pactarán en ningún caso. Lamentablemente todos los días después de todas las elecciones son lo mismo, así que, inevitablemente, es un día aburrido. Pero, no me quejo, soy de los que piensan que en política el aburrimiento es la mejor situación posible. Por eso la democracia es tan tediosa, excepto cuando se pone en peligro.

Puntualicemos para intentar salir del círculo. La ley D’Hont es un honorable sistema de reparto proporcional de los escaños que goza de prestigio universal y que utilizan muchos países; de hecho las distorsiones que se observan en el sistema español no le son imputables sino que proceden de la disparidad de las circunscripciones, que, por cierto, es lo único intocable en la ley electoral sin reformar la Constitución («La circunscripción electoral es la provincia.» Art. 68 – 2). Esto lo sabemos desde el primer día que fuimos a votar en libertad, allá por junio de 1977. Aquellas cortes, convertidas en constituyentes, elaboraron la Constitución que recogió los principios básicos de la ley utilizada para su elección (circunscripciones y proporcionalidad). Un bucle comprensible en caso de transitar de la dictadura a la democracia sin salir de la ley: peculiaridades de la Transición.

Respecto a que nos ‘vendieron la moto’ es una excusa débil en demasía porque, si bien pudiera ser cierto, pone en cuestión las bases de la democracia que convierte en cierto e inevitablemente ejecutable lo que exprese la voluntad popular en las urnas.

Es evidente que los partidos emergentes han venido restando votos a izquierda y a derecha hasta el punto de que el bipartidismo imperfecto que hace sólo unos años disfrutábamos/padecíamos parece haberse volatilizado y no permitir ya gobiernos monocolores. Pero la cuestión es: ¿la aparición de los nuevos partidos ha producido la crisis de los dos grandes o la crisis degenerativa del sistema de dos ha ocasionado la aparición de los nuevos? Con todo, si bien se mira, el cambio no es tanto, en realidad lo que han desaparecido son las mayorías absolutas, que, si no eran raras antes, desde luego no eran fáciles; cuando faltaban, bastaba con el recurso a los nacionalistas, siempre dispuestos a colaborar a cambio de mayor espacio y tolerancia a sus pretensiones. ¿No se ha ido gestando durante años en ese do ut des, sus abusos y sus silencios, la actual crisis territorial? Lo nuevo consiste en que ni con los nacionalistas consigue ninguno de los dos alcanzar mayorías suficientes. Aumenta la complejidad, pero, por lo mismo, se desvaloriza el papel de los nacionalistas. 
Mejor. 

Cuando termine el ciclo electoral con las municipales, autonómicas y europeas veremos si los electos están a la altura y son capaces de proporcionarnos, no un día, sino unos añitos de sano aburrimiento. Si no, podríamos hacer como los italianos y ucranianos, recurrir a la diversión auténtica y elegir payasos profesionales
 en lugar de amateur.

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