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«Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana, e intercambiamos
manzanas, entonces tanto tú como yo seguimos teniendo una manzana. Pero si tú
tienes una idea y yo tengo una idea, e intercambiamos ideas, entonces ambos
tenemos dos ideas.» Esta reflexión, que tantas veces
le habrán recordado a la ministra González Sinde estos días, se atribuye a
Bernard Shaw, un personaje que si realmente fuera autor de todas las frases
geniales que se le imputan y hubiera hecho valer derechos de autor sobre ellas se
habría convertido en un potentado; pero, es incuestionable lo que pone de
manifiesto: que los bienes de naturaleza intelectual son de condición diferente
a cualesquiera otros, que no es lo
mismo poseer un adosado en la Manga del Mar Menor o unas fanegas de tierra en
la campiña cordobesa que tener una idea en la cabeza susceptible de ser
expresada de algún modo, ni debería tener las mismas consecuencias jurídicas. J. Watt ideó una máquina de vapor, no la primera en el tiempo (el
artefacto se conocía desde la época helenística y en el XVII/XVIII proliferaron
los prototipos), pero sí la primera eficiente como generadora de trabajo para
la industria fabril y el transporte, y la patentó; el resultado fue que la
difusión de tan decisivo avance se retrasó varias décadas, concretamente hasta
que decayeron los derechos del inventor. En esa época, además de la máquina de
vapor, ya se había inventado el mercado capitalista y se aplicaba también, por
qué no, a los bienes de la cultura, pero no siempre había sido así.
*
Qualquier omen, que lo oya, si bien trovar sopierepuede más y añadir et emendar si quisiere,
ande de mano en mano a quienquier quel’ pidiere,
como pella a las dueñas tómelo quien podiere.
Pues es de buen amor, emprestadlo de grado,
non desmintades su nombre, nin dedes refertado,non le dedes por dineros vendido nin alquilado,
ca non ha grado, nin graçias, nin buen amor complado.(*)
Estos versos son del Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor, una de
las joyas de la literatura temprana en castellano, y en ellos nos recomienda
qué hacer con él: añadirle, enmendarle, prestarlo, darlo, pero no alquilarlo ni
comprarlo. El mercado aún no había hecho presa en la literatura pero el
arcipreste apostaba por la difusión sin pensar siquiera en remuneración alguna;
todavía prevalecía el ingenuo afán medieval por lo colectivo, la ignorancia de
lo individual.
*
Con la imprenta aparecieron los primeros intereses empresariales en el
libro, pero los escritores se beneficiaron poco. Cualquiera que haya abierto el
Quijote o cualquier libro clásico se habrá topado con varias páginas de
dedicatorias con las que el autor pagaba o reclamaba (con frecuencia
servilmente) el mecenazgo de los poderosos sin cuya generosidad le era
imposible vivir de su obra. Con el tiempo y el desarrollo del mercado ganaron
en autonomía y libertad, aunque al fin fueron atrapados con grilletes más
sutiles: el mercado es otro gran dictador. Con todo, ninguna otra situación
pasada se puede decir que fuera mejor, ni para los creadores (que ahora son
legión, aunque sólo una mínima fracción de ellos sean los que cubren los
estantes de las librerías), ni para los lectores.
Y entonces llegó Internet. Si la imprenta fue una revolución, la
informática (Internet) no lo es menos, con el añadido de que los cambios se
producen a velocidad de vértigo, si lo comparamos con aquellos tiempos. Pensar
que todo puede seguir igual, salvo quizás en el uso del soporte, es una enorme
ingenuidad. Lo mismo que la imprenta creó el mercado de los libros Internet
podría aniquilarlo o transformarlo radicalmente, situación que nos aboca al
vértigo de lo desconocido generando inquietud y ansiedad. Ese es el caldo de
cultivo más favorable para cometer estupideces, que es lo que muchos tememos
que puede estarle ocurriendo a la ministra de cultura y a sus consejeros.
Yo no tengo la solución al dilema (una pena, porque podría registrarla),
pero, como tantos, he entrevisto los horizontes de libertad, de cultura y de
cooperación desinteresada que ofrece tentadoramente el invento y no quisiera
verlos frustrados por la estúpida pretensión de salvar el mercado, al que me
someto a diario, pero que no es mi dios.
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(*) Cualquier hombre que lo oiga, si bien trovar supiesepuede aquí añadir más, y enmendar si quisiese,
ande de mano en mano a cualquiera que lo pidiese,
como pelota [lanzada] a las chicas tómelo quien pudiese.
Pues es de buen amor, prestadlo de buen grado,
no le neguéis su nombre ni os hagáis de rogar al darlo,
no lo deis por dinero, vendido ni alquilado,
porque no tiene gusto ni gracia, ni [hay] buen amor comprado.