En la antigüedad la guerra era
un modo habitual de obtener riquezas y medios de producción: mano de obra esclava,
motor de aquella economía. En el mundo feudal del Medievo los poderosos (señores
laicos o eclesiásticos) obtenían y mantenían, tierras y siervos, base de su
poder, mediante el uso indiscriminado de la fuerza. En el capitalismo ¿juega la
guerra algún papel “positivo”?
Según el famoso análisis que
hiciera Lenin (Imperialismo,
fase superior del capitalismo) las contradicciones que afloraron por la
expansión imperialista, inducida por el capitalismo industrial en imparable crecimiento,
fueron la causa primordial de la Primera Guerra Mundial. El movimiento obrero global
lo vio así y se opuso ella, pero fue incapaz de sobreponerse al nacionalismo, un
hallazgo reciente, esgrimido como instrumento milagroso para lograr la unión
nacional en el interior de cada Estado (Unión sagrada). El
desenlace de la guerra desveló los intereses que la habían provocado:
maduración del capitalismo en su fase monopolística, sobre lo que Marx había
advertido décadas atrás y desplazamiento del centro económico y político a
EE.UU, modelo de la nueva economía.
Después de una década de
optimismo (felices años 20) y de
crecimiento desordenado el sistema volvió a atascarse (1929). A principios de
los treinta Alemania, como consecuencia de la crisis y de las medidas de control
del déficit, que aplicaban sus gobiernos liberal-conservadores (Brüning), cayó en
una profunda depresión con un desempleo abrumador, situación que no parecía
tener salida. Hitler la encontró: elevado al poder por la frustración, el
descontento y el desarme ideológico y orgánico del movimiento obrero, emprendió
una atrevida política de nacionalización del capitalismo y de remilitarización,
que suponía el desarrollo de la industria militar y el encuadramiento de
centenares de miles de jóvenes en el ejército. La producción industrial creció
exponencialmente, el paro cesó y el pueblo literalmente hipnotizado por el
éxito y el ultranacionalismo contagioso del líder (führer) no opuso trabas al desenlace natural del diabólico proceso:
la guerra.
El triunfo del capitalismo
liberal sobre el nacionalista autoritario permitió que aquella oposición se transmutara
en confrontación capitalismo (USA) – socialismo (URSS). Después del 45 la
enorme influencia de los lobbys industriales en USA consiguió que el inmenso
esfuerzo económico, tecnológico e industrial que impuso la guerra pudiera
continuar, en una situación menos perentoria por lo que tenía de más
artificiosa, pero muy efectiva: la guerra fría. La cuestión no es que la
espectacular recuperación económica de los 50 y 60 permitiera mantener la
tensión y el gasto que suponía la guerra fría, sino que ésta fue la base sobre
la que se montó el milagro económico. Al otro lado del telón de acero ocurría lo
contrario: el enorme esfuerzo armamentista se restaba al bienestar y, por
razones obvias, no generaba beneficios ni desarrollo como en el mundo
capitalista, lo que a la postre fue uno de los factores de la implosión final del
mundo socialista.
Así pues las dos guerras
mundiales, que habían hecho la fortuna de EE.UU, fueron prolongadas
artificialmente en la guerra fría con resultados excelentes, salvo momentos
críticos por excesos puntuales (Vietnam). Es normal que algunos sectores
influyentes de ese país sientan la tentación permanente de reproducir la
situación. Al fin y al cabo sería el único incremento de gasto con el que ninguna
de las facciones ideológicas y de intereses que se reparten el poder allí
estarían en desacuerdo, como se ha demostrado en tantas ocasiones. Es difícil
no encuadrar los crecientes rumores sobre una posible intervención en Irán,
directamente o por delegación (Israel), en esta estrategia, que es económica
más que ninguna otra cosa, y no porque la zona sea vital por las reservas de energía
fósil que encierra, que también.
Las banderas que se enarbolan en las guerras
representan principios y valores sublimes, pero los mástiles están hechos de
intereses. Así fue siempre.
2 comentarios:
Un excelente artículo!
Al final, la Economía lo acaba explicando todo...
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
A estas alturas de mi vida, ya nadie me bajará del convencimiento de que no existe motivo alguno que justifique la guerra. Excelente artículo, amigo Arcadio.
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