26 nov 2009

La mujer ¿nace o se hace?

La mujer ¿nace o se hace? Simone de Beauvoir ya había contestado mucho antes de que se nos ocurriera preguntarlo, nada menos que medio siglo atrás: «No nacemos mujeres, llegamos a serlo»; y no era una hipérbole o cualquier otro recurso literario, sino que su valor semántico era justo el que enunciaba. Todavía hoy a la inmensa mayoría le parecerá absurda la pregunta; las parejas que van a tener descendencia lo primero que saben de su vástago es el sexo, si es niño o niña ¿cómo no considerar estúpida la cuestión? Quiero aclarar antes de seguir adelante que la demanda podría hacerse igual respecto de un hombre, solo que desde ese parámetro nadie se planteó el asunto ¿por qué será?

En la última mitad de siglo se han tambaleado muchos de los principios en que basábamos nuestra cultura, uno de los últimos es la propia identidad sexual. El movimiento queer la niega rotundamente: las identidades de género, hombre, mujer, homosexual, lesbiana, no son más que constructos sociohistóricos sin fundamento biológico o “natural”.

Cuando sufrimos con más dureza que nunca –seguramente porque somos más conscientes que nunca– los terribles efectos del machismo en su último esfuerzo por salvar el chiringuito patriarcal del naufragio evidente, se nos anuncia, bien adobado con artilugios científicos, que ser macho o hembra es humo; se nos propone la abolición de los sexos. Como solución radical al problema no tiene precio: ¿qué será del machismo si se pone en cuestión la existencia de los machos? Sin embargo la teoría queer va más allá de la preocupación por este problema, que es sólo un síntoma del patriarcalismo; lo que pretende es borrar los límites, los artificiosos (¿?) perfiles,dicen, que nos encasillan forzadamente en una identidad, programándonos en nuestro comportamiento social y arrebatándonos la libertad, las riquísimas posibilidades que como humanos contaríamos desde el nacimiento. El efecto secundario sería la desaparición de los conflictos de género. No es poco, macho… digo… colega.

Si se decretara la abolición de machos, hembras, homosexuales, lesbianas y demás especímenes de la parafernalia sexoidentitaria reinante, yo de acuerdo; al fin y a la postre la edad me ha conferido ya el papel de espectador del circo nuestro de cada día. Por cierto, volviendo a las mujeres, que es con las que empecé, para ser un invento tampoco han estado tan mal ¿o sí?

21 nov 2009

Esclavos

Los romanos usaron la palabra servus, de la que procede siervo y sus derivados; esclavo viene de eslavo, utilizado por los griegos de Bizancio – denominación étnica que acabó por significar la condición jurídica por su abundancia– y de ahí pasó al latín tardío y al árabe. En todo el mundo antiguo la esclavitud fue habitual, incluso llegó a constituir en Grecia y en Roma la base del sistema económico. A partir del siglo III se fue degradando el modo de producción esclavista hasta desembocar en el sistema de servidumbre: los esclavos por un lado y los campesinos libres por otro se habían convertido en colonos, siervos, que quedaron sujetos a la tierra, una forma mitigada de esclavitud. La expansión colonial desde el XVI resucitó con fuerza inusitada esta vergonzante institución, a la vez que desaparecía la servidumbre, hasta que la Ilustración y la formulación de los derechos humanos lo minaron ideológicamente, mientras el capitalismo industrial lo dejaba sin sentido económico. En el XIX quedó fuera de la ley en todo el mundo occidental; hoy sólo se mantiene legalmente en Mauritania.

Pero la esclavitud tiene unas fronteras difusas que han habitado millones de personas: siervos, indígenas bajo el régimen colonial, mujeres, niños, presidiarios, minorías de todo tipo, cautivos… Se puede asegurar que históricamente la mayor parte de la población del mundo ha vivido en situación de esclavitud o semiesclavitud, lo que no dice mucho a favor de la humanidad. Afortunadamente la evolución económica la dejó sin sentido utilitario y la expansión del concepto de ciudadanía la convirtió en despreciable. Tanto las iglesias cristianas como los mulah o ulemas islámicos suelen alardear de haber sido los primeros en la condena de la esclavitud. Nada más falso.

En la Biblia la esclavitud no sólo se presenta como algo natural, sino que en ocasiones Jehová incita a los judíos a masacrar y esclavizar a pueblos enteros. Jesús parece no verla, no pronuncia una sola palabra sobre ella; Pablo, si bien declara que todos somos hijos de Dios, exhorta repetidamente en sus cartas a los esclavos a que acepten su condición, sean sus amos cristianos o paganos, y vean en sus dueños al Señor. Los Padres de la Iglesia hablan de la esclavitud en diversas ocasiones y con varios motivos, pero ninguno se pronuncia en contra. En la Hispania visigoda los concilios de Toledo legislan sobre ella, pero no precisamente para prohibirla o limitarla, en uno de ellos decretaron la esclavización de todos los judíos. No conozco ningún documento de la Iglesia hasta el S. XIX –en que las autoridades civiles la prohíben– que la condene, ni anatematice o repruebe a los que comercian con ella o tienen esclavos. De hecho los monasterios fueron propietarios de esclavos y también los papas y las altas jerarquías de la Iglesia. En América el debate sobre si los indios podían ser sometidos o no a esclavitud se resolvió porque la Corona los consideró súbditos y, por tanto, sometidos a su protección; así y todo, el sistema de encomiendas y la mita fueron instituciones esclavizadoras –fray B. de las Casas, pretendía defender a los indios sugiriendo la importación de esclavos negros–. Por ninguna parte hay trazas de una oposición de la Iglesia, que, en su abyecta exaltación del sufrimiento y la mansedumbre, no encuentra motivos para su condena.

El Islam no sale mejor parado. Alguna frase en el Corán que puede interpretarse favorablemente es desmentida en seguida de palabra y de obra. La institución de la poligamia se convirtió en la excusa para la esclavitud sexual de las mujeres. Ninguna otra cultura ha degradado a la mujer de forma más profunda y generalizada que la islámica, aunque la bobaliconería occidental le haya quitado hierro cubriéndola de literario y romántico exotismo –los califas de la época clásica sostenían harenes de miles de mujeres, todavía visibles hoy (es un decir) en Arabia–. Los musulmanes utilizaron esclavos hasta en la administración y el ejército con lo que mantenían al Estado alejado de los súbditos a los que controlaban despóticamente, como ocurría con los jenízaros turcos capturados de niños entre los cristianos para educarlos como un cuerpo militar de élite. Fueron mercaderes musulmanes los que con un rosario en una mano y el látigo en la otra abastecieron los puertos del índico y del mediterráneo de mercadería humana.

En este asunto de la esclavitud la moral laica, la ética ciudadana, se ha mostrado muy superior a la religiosa.

16 nov 2009

Piratas


Hasta ahora he logrado escapar de la Gripe A. Cada día al levantarme me examino con detenimiento por si encontrara síntomas sospechosos, pero nada, como una rosa. En cambio estoy casi convencido de que padezco el Síndrome de Estocolmo. Me lo hace sospechar lo bien que empiezan a caerme los piratas somalíes. Con aquello de “todos somos del Alakrana” me he metido en la cuestión de tal manera que no sólo me veo secuestrado sino que percibo ya las primeras manifestaciones del complejo.

Debo confesar que Sandokan en el Índico por las aguas del Imperio Británico y el Corsario Negro en el Caribe por las del Imperio Español llenaron de sueños mi adolescencia. Cierto que ya no estoy en edad y que estos somalíes no parecen tener el glamur del Tigre de Monmpracem o del padre de la Señorita de Ventimiglia, pero las aventuras compartidas con ellos dejan huella; puede que aquellos desvaríos me estén pasando factura en estos momentos.

Lo inquietante es que, como entoces, que no acababa de aclararme sobre quienes eran los malos, si el Corsario o los españoles, ahora tampoco sé a quién escoger, si a los pescadores que esquilman las costas de Somalia, arramblando con los últimos atunes (que no tienen nacionalidad, como es costumbre en los peces, pero que nadan por las proximidades de aquellas tierras), o a los somalíes, que, puesto que les vendemos armas en lugar de redes, las rentabilizan cobrandose los atunes por este romántico procedimiento.

Todo esto es un lío de padre y muy señor mío, y no sólo de conciencia. Basta con comprobar que están en él los jueces, la Armada, el Gobierno, los pescadores y sus familias, la oposición, los piratas… (echo en falta a los obispos) y cada uno tirando para un lado. Curiosamente quien parece que va a salir de rositas, de quien nadie habla, como si no fuera con él el asunto, es el armador, la empresa que se embolsaría los beneficios de la expedición, quien, me parece a mí (¿será el dichoso síndrome?) tiene la responsabilidad por pescar allí, por no tomar medidas preventivas, por hacerlo en una zona situada fuera de la protección de los barcos de la Armada. ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Qué hace?

Qué quereis que os diga, quiero que vuelvan los pescadores, nada deseo tanto, pero a mí los piratas cada día me caen mejor y, sin vacuna, pastillas ni nada, me parece que esto va a ir a más.
Cada uno tiene su versión del problema y Josetxu Rodríguez lo ha bordado en su blog Caduca hoy; yo le he tomado prestada su genial visión gráfica para ilustrar este post.

13 nov 2009

Machismo femenino

Cuando hablamos de machismo no siempre somos conscientes de que es una emanación de la organización patriarcal, que, a su vez, tiene su origen en el sexismo, ideología que sostiene la radical diferencia de sexos, diferentes capacidades y, por tanto, diferentes funciones para cada uno de ellos. Muchas personas que repudian el machismo, se muestran en cambio, quizás sin advertirlo, sexistas, con lo que anulan sus esfuerzos, bien intencionados, pero lastrados por ese otro prejuicio. Muchas mujeres son víctimas de este error, en otros momentos históricos y en el presente; incluso muchas formas de feminismo adolecen de un pensamiento y unas actitudes sexistas.

No comparto la idea de que el machismo sea una especie de perversión de la condición masculina, sino la de que es una ideología que sostiene la forma social que llamamos patriarcal, que es responsabilidad de la sociedad en su conjunto, no de hombres o mujeres por separado. Podemos concluir que sin combatir el sexismo nunca acabaremos con el machismo, todo lo más lo sustituiremos por otra forma de discriminación.

En la página de Amnistía Internacional de Cataluña he encontrado una recopilación de reflexiones sobre la mujer que recoge Anna Caballé en su Una breve historia de la misoginia (Ed. Lumen, Barcelona 2006). De ellas he seleccionado las que corresponden a las mujeres –las de los hombres son muchísimo más numerosas, claro está–, todas ellas cultas y distinguidas, unas escritoras, alguna política y hasta una reina. Una modesta muestra de hasta qué punto el sexismo y el machismo son prejuicios compartidos:



"Soy mujer y aborrezco a todas las que pretenden ser inteligentes, igualándose a los hombres, pues lo creo impropio de nuestro sexo."
María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. 1804

"El juicio en la mujer es una cualidad tan rara como la sensibilidad en un hombre."
Carolina Coronado. Galería de poetisas españolas contemporáneas. La discusión, 1-5-1857

"La instrucción de la mujer debe estar reducida únicamente a
sentir, amar a su esposo y a sus hijos y a saber educar a sus hijas para que sean lo que ellas deben ser: buenas esposa y buenas madres. (...) Es una verdad innegable que la mujer recibe su segunda educación de su esposo. Una joven de dieciocho años no puede tener, al casarse, ideas fijas, ni aún formado su carácter, y muchas mujeres que se enlazan de treinta, lo tienen tan pueril como una niña de dieciséis."

María del Pilar Sinués. El ángel del hogar. 1859

"¡Ah!, no seré yo la que clame por la emancipación de la mujer; no seré yo quien apoye con mi pluma la independencia del sexo, por la que abogan algunas ilusas soñadoras sin fe y sin creencias. El matrimonio es el árbol sagrado que nos cobija; bendito sea su amoroso yugo, que nos da la dicha; bendita sea la autoridad marital, que protege y ampara nuestra débil naturaleza, nuestra inexperta juventud. El someterse al imperio del marido no degrada, no rebaja ni abate el orgullo ni las atribuciones de la mujer, antes es una gloria."
Faustina Sáez de Melgar. Deberes de la mujer: colección de artículos sobre la educación. 1866.

"Es indudable que todavía ninguna escritora, es posible que nunca ninguna escritora, llegue a la altura y profundidad, a la vez, de un gran escritor."
María Antonia Vidal. Prólogo de Cien años de poesíafemenina. 1943

"Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho."
Pilar Primo de Rivera. Primer Congreso Nacional del SEM. 1943

La intención de Anna Caballé al hacer esta recopilación no tiene por qué coincidir con la mía al escribir este post. De hecho no he leído su libro y de antemano le pido disculpas por si yo la hubiera utilizado para sostener una tesis que puede no compartir.

11 nov 2009

Cuando cayó el muro

No tengo ni idea de qué hacía yo cuando cayó el muro de Berlín; probablemente veía en la tele de mi casa cómo caía, pero no me acuerdo. No tengo el sentido de la oportunidad y siempre se me escapan las mejores: cuando mayo del 68 yo estaba en un cuartel de caballería de León haciendo la mili, también es mala suerte porque parece que todo el mundo pasaba casualmente por París en esos momentos. Me enteré de la voladura de Carrero en un pueblo perdido de Jaén con un pincho de tortilla en la mano, merecido refrigerio después de la jornada laboral. Cuando la muerte del innombrable estaba dormido; suelo contarle a los amigos que llevaba tantas noches sin hacerlo esperando el acontecimiento que me quede roque en el momento clave, yo mismo he llegado a creerlo. Estoy condenado a no participar de la épica de los acontecimientos que el azar ha colocado en mi tiempo y eso me tiene frustrado. El papel de simple figurante es poco lucido, pero el de espectador que no ve porque le pilló distraído o porque le tapaba el cabezón de delante, es patético. Ese es el mío.

No sé si es por esto o por haber estado toqueteando la historia tantos años, el caso es que me he acostumbrado a relativizar las fechas clave y los acontecimientos decisivos. No me los creo. La historia, el acontecer de la vida de los hombres, es un continuo en el que los hitos son más señales que colocamos nosotros para no perdernos, que fisuras reales. Casi siempre son anécdotas en un proceso que es el que tiene importancia. La demostración de que la caída del muro pertenece a esta categoría es que se produjo por un tonto error informativo, como sabemos ahora.

La artrosis del socialismo real venía de lejos. Tres años antes del suceso viajé a Checoeslovaquia de forma poco habitual, porque visitamos más fábricas, cooperativas agrarias y comités locales del partido comunista checo, que monumentos o lugares pintorescos. La impresión que me produjo fue deplorable. El exceso de mano de obra que se veía por todas partes, los ritmos de trabajo y el atraso tecnológico denotaban a las claras una eficiencia y una productividad mínimas y esto era obvio hasta para nosotros que íbamos desde España; los mandos sindicales y políticos estaban a la defensiva y se lamentaban de la nefasta influencia que para la juventud checa suponían las televisiones capitalistas, mostrando paraísos de consumo, que ellos eran incapaces de neutralizar, pese a la censura. Aunque los contemporáneos no previeran el cambio, los historiadores no dudarán a la hora de considerar la caída del muro como una manifestación más del proceso de descomposición del experimento comunista de Europa oriental. La Guerra Fría ya no era guerra, la bipolarización tocaba a su fin, y si en USA hubiese habido otra administración con más visión que la de Reagan el proceso se habría acelerado.

Como anécdota, como símbolo, como metáfora la caída del muro tiene valor; pero conviene no caer en el fetichismo de las fechas o de los eventos, porque acabarán distorsionando la realidad.

5 nov 2009

Finis gloriae libri

La revolución digital está acabando con infinidad de objetos y modos de hacer y, como consecuencia, amenaza incluso con cambiar nuestras estructuras mentales; al tiempo, nos inunda con nuevos artefactos y nos apremia con novísimas técnicas que cambian a más velocidad de lo que podemos asumir los que estructuramos nuestros recursos neuronales durante décadas para algo más simple y estable. Entre otras efectos: la presencia física del dinero se sustituye por una tarjeta electrónica; de las máquinas de escribir que inundaron con su presencia y su estruendo las oficinas, los despachos y las redacciones del S.XX, ya no queda más que el absurdo sistema QUERTY, heredado por los teclados de los PC; los cálculos, de los más pesados a los más complejos, están al alcance de una tecla; la carta con su sobre y franqueo, escrita a máquina o a mano, ha desaparecido, barrida por el correo electrónico que permite la instantaneidad o enviar multitud de copias a otros tantos destinatarios con el mínimo esfuerzo y coste. ¿Y los libros? La enciclopedia, el atlas y hasta la guía de carreteras o los callejeros capitulan ante los recursos que ofrece la red. Son las primeras víctimas.

La historia del libro es milenaria. Tal y como lo conocemos hoy, encuadernado, con hojas escritas por ambas caras y con tapas de un material más consistente, procede de finales de la antigüedad o comienzos del Medievo. Antes los textos se conservaron en rollos o volúmenes, para los que se utilizaron fibras vegetales (papiro), que luego sería sustituido por la piel (pergamino) para los códices o libros. Cada uno de estos libros, cada ejemplar, era una obra artesanal muy costosa y apreciada, que dio lugar a especializaciones: calígrafos, ilustradores, encuadernadores… Con la imprenta se industrializó la producción; antes se había producido la revolución del papel. En realidad fue un anticipo y un ensayo de la industria fabril, unos siglos antes de que eclosionara la revolución industrial, con sus características de producción masiva y barata y tuvo como principal consecuencia la democratización de la cultura, la familiaridad con los libros, que acabaron entrando en los hogares. Ya en el siglo XX los inundaron literalmente, con las ediciones baratas, de bolsillo (tan baratas que una buena parte de los fondos de las bibliotecas están hoy en peligro de desaparición por la mala calidad del papel que se utilizó desde mediado el siglo), hasta crear problemas de espacio doméstico para los aficionados a la lectura, que suelen respetar al libro como un fetiche cultural, con más valor sentimental que físico.

Ahora nace el e-book o libro electrónico. Sólo está en sus comienzos pero ya es posible descargarse millones de ellos. En poco tiempo la biblioteca total que soñara Borges podrá ser una realidad, convirtiendo en liliputienses a la antigua de Alejandría o a las gigantes de hoy, como la Biblioteca Nacional, por poner un ejemplo. Y sin embargo los libroadictos se resisten a leer en las pantallas alegando incomodidades reales o inventadas. Digo inventadas porque leer un periódico, especialmente uno de esos tabloides como sábanas, es infinitamente más incómodo que abrir un portátil, como también sostener a pulso en las manos un volumen de 700 páginas, o tratar de descifrar un tipo de letra minúsculo que encontramos en tantas ediciones. Las reales, como la luminosidad de las pantallas, están en trance de ser superadas con los nuevos sistemas, que incluso eliminan los reflejos que dificultan leer al aire libre. Las ventajas son de tal calibre y aportan tanta novedad que amenazan con cambiar el sentido de la lectura y de la escritura, al permitir el audio, los hipervínculos y la interactividad. La industria electrónica trata de salvar las resistencias con más innovaciones y ha creado el EPD (Electronic Paper Display), papel electrónico, al que algunos le auguran extraordinario porvenir y que sería una solución intermedia entre la pantalla y la conservación del papel. No sé, para mí que esto es como las lámparas que seguimos teniendo todavía colgadas del techo, con velas de pega, porque añoramos la antigua estética heredada de los tatarabuelos, pero absolutamente disfuncionales.

Sea como sea, me temo que el libro ha comenzado su desaparición. Probablemente en un futuro no muy lejano se convierta en un objeto de lujo, otra vez, digno de la atención de anticuarios y coleccionistas, pero fuera del uso cotidiano y habitual; sólo que ahora por haber sido sustituido por otro medio de conservación y difusión del saber y el arte literario mucho más eficiente. Las resistencias, se me entoja, tienen más que ver con nuestro inevitable consrvadurismo que con lo realmente necesario. Conviene no olvidar que cuando apuntaba el mercado del libro (del rollo habría que decir) en Atenas a Aristótele le pareció una desgracia que amenazaba a la conversación, que él y muchos contemporáneos consideraban superior; que cuando la imprenta llevaba ya tiempo funcionando muchos exquisitos lectores compraban libros y luego se los hacían caligrafiar porque no estaban dispuestos a renunciar a los placeres del texto escrito a mano. ¿Se repite la historia?