29 mar 2011

Nucleares

La tragedia sísmica japonesa con más de 20.000 víctimas entre muertos y desaparecidos (algunos de ellos por el incendio de petroleras y plantas de gas en la zona) ha sido relegada en los medios de comunicación y en nuestra atención por la amenaza de la central nuclear de Fukushima que, sin embargo, aún no ha producido víctima alguna (últimamente han sido hospitalizados dos operarios de la central con problemas en las piernas por exceso de radiación). Lo desconocido siempre produjo más terror que cualquier horror manifiesto y en este asunto de las nucleares hay muchas zonas oscuras.
La sociedad humana es compleja y problemática y sus dificultades no se disipan con simplificaciones. El desarrollo resuelve problemas pero crea otros nuevos a la misma velocidad y con complejidad creciente. En la antigüedad la superación del igualitarismo tribal por la especialización y división del trabajo redujo a la esclavitud o a la servidumbre a cantidades ingentes de personas que agotaban su vida en la producción de bienes que ellos nunca gozaron. La modernidad trajo un desarrollo tecnológico que permitió obtener y utilizar masivamente energía no humana ni animal, liberando así a los trabajadores de su estatus de dependencia, pero tal hecho fue a su vez el origen de la degradación medioambiental por un consumo de recursos y una contaminación excesivos y crecientes. En el momento en que hemos tomado conciencia del problema, la mayor parte de la población mundial sigue aún en el subdesarrollo y la pobreza, de tal modo que la simple equiparación de su situación a la de las zonas desarrolladas sería catastrófica para la supervivencia de la vida en el planeta a menos que se produzca un salto tecnológico, que de momento no prevemos. De entre los problemas creados por el desarrollo la crisis energética es clave.
El empleo del carbón y los hidrocarburos está llegando al fin de su ciclo por agotamiento y por una, ya intolerable, degradación medioambiental, que actualmente ha revestido la forma de un calentamiento global de efectos imprevisibles, pero, en todo caso, letales. Su uso ha permitido un desarrollo económico y social impensables, pero a costa de mucho sufrimiento humano, conflictos y catástrofes inéditas en la historia. Es posible que el futuro de la humanidad esté ya gravemente marcado durante siglos por el trastorno climático que ha generado y seguirá generando en años próximos. La industria que esta energía hizo posible y que permitió nuestro modo de vida ha sido igualmente perniciosa para el medio (millones de Tm de residuos químicos venenosos fueron arrojados al mar, a la atmósfera o han sido enterrados, pero, al ser elementos estables, permanecerán ahí para siempre, es decir, un tiempo infinitamente superior al de los residuos nucleares, que se caracterizan por su inestabilidad).
Las energías limpias (ninguna lo es por completo) son una esperanza si se combinan con un cambio sustancial en nuestro estilo de vida, pero probablemente no una solución, ni técnica ni económica, dadas la premura, magnitud y ritmo creciente de la demanda. Se precisa algo más.
La nuclear no es una esperanza sino una realidad ya asentada y con éxito probado en ramas diversas que van de la producción de electricidad a la medicina, en alguna de cuyas especialidades es ya imprescindible. Hay dos grandes problemas en su utilización: la seguridad de las centrales y la cuestión de los residuos; en frente cuenta con el haber de una producción limpia y económicamente razonable. Durante el tiempo de su existencia es en esos dos campos en los que más se ha avanzado y la investigación continúa. Pero sobre este particular es mejor que hablen los expertos como el profesor Lozano Leyva que hace unos días contestaba en Público a las preguntas de los lectores. Si incluimos el de Fukushima (evitable con sólo haber previsto las consecuencias de un maremoto, nada extraño si se tiene en cuenta la ubicación) se han producido tres accidentes graves de los que el peor fue el de Chernobyl. Existe sobre él una abundantísima literatura en la que cualquiera puede perderse y en la que casi nunca resplandece la objetividad. Os remito al último informe emitido por la OMS (agencia de la ONU para la salud) en el que a lo largo de dos densas páginas se sitúa el problema en su verdadera magnitud. Respecto a la vinculación de las nucleares con el gran capital hay que decir que el capitalismo es el sistema existente y que ningún aspecto de la vida escapa a él; si se le quiere combatir el camino no es luchar contra las nucleares.
El accidente del Japón ha enrarecido de nuevo el debate, no porque haya elementos nuevos que aportar sino porque ha proporcionado combustible a los generadores de ruido. Pero, con el ruido se nos impide escuchar las palabras portadoras de conceptos e ideas, las ideas quedan encubiertas por las creencias, y las creencias, en fin, generan prejuicios que estorban y truncan el juicio. En la discusión sobre las nucleares el ruido, las creencias y los prejuicios han tomado ventaja.

22 mar 2011

Juegos con la democracia. Primarias

Lo de ponerle apellidos a la democracia no engañó a nadie. Aquello de la democracia orgánica o lo de la democracia popular no eran sino eufemismos para enmascarar regímenes autocráticos usando un vocablo de prestigio vaciado de contenido. Hay otra manera de jugar con el concepto, que trata de determinar qué parte de la actividad del grupo que presume de usarla tiene realmente su impronta. De ahí deriva la reclamación de democracia interna que exigimos a los partidos políticos, suponiendo que si la rehúyen en sus mecanismos íntimos demuestran tenerle poca fe; algo parecido ocurre también con los gobiernos, que se sienten comprometidos con ella en su quehacer doméstico pero mucho menos en sus relaciones con el exterior, como si con los ajenos no existiesen ya obligaciones. De hecho los más conspicuos organismos internacionales carecen de una verdadera democracia, en medida variable, pero siempre alarmante: ONU, FMI, UE… Naturalmente entendemos por democracia el protagonismo igual de los ciudadanos en la designación y control de las estructuras que dirigen cualquier organismo público: partidos, gobiernos o instituciones internacionales.

Se supone, no sé si con fundamento, que unas primarias son un mecanismo mucho más democrático que la cooptación o la elección en un congreso de partido, donde, como es sabido el peso del aparato suele ser decisivo; no digamos nada de la designación por el líder, convertido en intérprete de voluntades ajenas y en conocedor infalible de las necesidades del grupo. Aunque en cualquier caso se necesite la posterior ratificación de las urnas en el acto electoral definitivo, a los candidatos que pasaron por unas primarias se les presume mayor legitimación. Ahora que el tiempo de Zapatero parece haber llegado a su fin se ha actualizado el debate sobre la necesidad de unas primarias para designar al nuevo candidato a la presidencia del gobierno. Enredadas en la polémica se descubren no pocas contradicciones, incógnitas y trampas.

Contradicciones.- Zapatero que es el único presidente seleccionado por unas primarias ha alcanzado cotas de desprestigio comparables a las que consiguió Suárez, que procedía directamente del régimen anterior. Antes que él, Borrell, que arrebató la candidatura a Almunia en primarias, ni siquiera logró llegar a las elecciones. A nivel del Estado nadie más pasó por ese proceso. Rajoy que se perfila cada día más claramente como sucesor de Zapatero en la presidencia del gobierno fue seleccionado del modo menos democrático posible, es decir, por la designación de su antecesor; la posterior ratificación por el partido estaba cantada, era inevitable, dado el dominio de Aznar sobre él.

Trampas.- Los barones del PSOE, presidentes regionales, que ven peligrar sus puestos en las próximas autonómicas, reclaman primarias para sustituir a Zapatero, pero, eso sí, con un único candidato (Rubalcaba, previamente elevado a la vicepresidencia por el Jefe de Gobierno y secretario del partido), lo que significa que optan por la designación pero encubierta por un proceso seudodemocrático.

Incógnitas.- ¿Valora la ciudadanía el origen, democrático o no, de la candidatura a futuro presidente del gobierno? De momento no existe la más mínima prueba de que la contestación deba ser afirmativa. ¿No son las primarias un arma de la lucha interna en el partido socialista que deja fría a la mayor parte de la ciudadanía, cuando no contribuye a un mayor desprestigio de la política por la saturación en la exhibición de la lucha por el poder? Después de las polémicas primarias de Madrid ¿están los socialistas más cerca del triunfo o más lejos? Las primarias son un procedimiento ideado en USA donde existe un régimen presidencialista y en donde la tradición hace de las elecciones una fiesta ciudadana, ¿estamos seguros de que tiene encaje en un sistema parlamentario como el nuestro y en nuestra peculiar idiosincrasia? ¿Quién lo dice? ¿Con qué pruebas? Cuando la restauración canovista quiso trasplantar desde Inglaterra el mecanismo parlamentario y el turno de partidos, en nuestro país se convirtió en una parodia ridícula ¿No lleva este asunto el mismo camino?

Hay modos de profundizar en la democracia como, por ejemplo, la sustitución de la ley electoral que soportamos por otra menos absurda; pero, curiosamente, aquellos socialistas que abogan por las primarias en su partido alardeando de purismo democrático no sienten necesidad de corregir los entuertos de una ley concebida por el equipo de Suárez cuando se planteaban como cuestión prioritaria liderar sin estorbos su proyecto de transición, para lo que necesitaban una hegemonía que podían obtener de esa norma preparada ad hoc. Por supuesto la derecha y los nacionalistas se mantienen en la misma onda que el PSOE por idénticos intereses. Una buena ley electoral no sólo es garantía de justicia en el acto decisivo de la democracia, sino que forzará a los partidos a acomodarse a ella transformando sus mecanismos internos.

Juegos con la palabra, juegos con el concepto, que vienen de todas partes, que todo el mundo practica y que tienen, siempre, otros fines distintos de los que se pregonan. No nos engañemos, más que nada, lo que realmente exige la democracia son ciudadanos sólidamente formados y ampliamente informados que puedan leer entre líneas y devuelvan el engaño con el rechazo. Con ellos muchos mecanismos pueden ser válidos, sin ellos ninguno lo es.

11 mar 2011

Sindicatos. Una de cal y otra de arena

He sido sindicalista toda mi vida profesional y siempre integrado en un sindicato de clase. Entendía que la solidaridad en los sindicatos llamados profesionales se termina en donde acaba la profesión, lo que juzgaba profundamente insatisfactorio, limitado y egoísta. La experiencia me ha demostrado que no estaba lejos de la verdad; la proliferación de tal tipo de sindicalismo y sus actuaciones cotidianas lo han puesto sobradamente de manifiesto, como tuvimos ocasión de comprobar recientemente con los controladores aéreos, que llegaron a provocar una crisis nacional frente al escándalo y la alarma de todos. Es un ejemplo, quizá excepcional, pero se podrían aportar muchos más.

Como se suele decir, todo se pega menos lo bonito. CC.OO., UGT y otros sindicatos menores acaban de lanzar el órdago de más de veinte días de huelga en fechas clave (Semana Santa, puente de mayo, etc.) para el personal de AENA, que se siente amenazado por la privatización parcial de los aeropuertos que el gobierno ha anunciado. Lamentablemente lo han hecho en el pésimo estilo repetidamente utilizado por pilotos y controladores, que tanto se asemeja a un chantaje, y que toma como rehenes a millones de usuarios ajenos a la cuestión.

Preferiría pensar que van de farol y que la huelga no se materializará; es más, apostaría a que el arreglo se tomará antes de que el daño causado al turismo sea irreversible; pero, el anuncio se ha hecho y la impresión ha sido penosísima, por lo ya llovido y por estar respaldado por organizaciones que recientemente han demostrado, en otro campo, un sentido de la responsabilidad envidiable. Igualmente me hago cargo de la gravedad de la amenaza de despidos y precarización del empleo que supondrá la entrada del capital privado en el sector, por lo que no puedo por menos que manifestar mi solidaridad con los empleados que ven peligrar su situación laboral en una coyuntura tan crítica. Están en su derecho si se movilizan para llamar a que nos solidaricemos con ellos a la vez que presionan a su empresa para obtener garantías ¿Quién podría negárselo? Pero, tienen el deber inexcusable de mostrarse a su vez solidarios con los centeneras de miles de parados que esperan como agua de mayo una mínima reactivación por la afluencia de turistas, una de las pocas actividades que no ha sido gravemente dañada en este terremoto económico. Por el contrario, en el anuncio de huelga han mostrado mucho cuidado en señalar que concentrarán su movilización en los momentos en que más pueden dañar la afluencia turística. Naturalmente ese no es su objetivo, sino presionar a la empresa que obtendrá ingresos extras por esa actividad, pero también al gobierno que tiene parte de responsabilidad en la recuperación económica y en la reducción del paro; sin embargo, despreciar el daño a los compañeros desempleados, es más, utilizarlo como elemento de presión al gobierno (contra quien en realidad va dirigida la acción) para que abandone su proyecto de privatización, le confiere el aspecto de chantaje y muestra un nivel de insolidaridad lamentable y completamente impropio de las organizaciones que respaldan la movilización. No lo haría mejor cualquier sindicato profesional.

La obligación primaria de los sindicatos es luchar por la conservación de los puestos de trabajo, pero eso incluye la lucha por la recuperación de los que se han perdido. El sindicalismo sin solidaridad (extendida a todos los trabajadores, en paro o en actividad) no merece el calificativo de clase. Para despejar las dudas, los negociadores sindicales tienen la obligación de revisar su programa de movilizaciones dándole un cariz menos insolidario y, en segundo lugar, pero no por eso menos importante, esclarecer qué se reivindica exactamente, porque hasta ahora no hemos escuchado más que declaraciones ambiguas, y si se produce algún oscurantismo no debería proceder de la parte sindical.

5 mar 2011

Patologías en la democracia

Que la democracia es el único sistema político honorable en nuestro tiempo es incuestionable, pero que los resultados que en ocasiones arroja sólo parecen explicables por la psiquiatría también lo es. ¿Cómo descifrar la pertinaz aplicación de los italianos en el voto a Berlusconi? Todos los países que tienen en su haber una trayectoria democrática aunque sea breve pueden aportar casos similares. En España hemos tenido uno ejemplar en los éxitos de J. Gil y el gilismo, si bien en el ámbito local. Hay sinvergüenzas, simples chorizos, gentes amorales, personajes cínicos, aventureros en busca de poder y notoriedad que prueban fortuna en la política y se cuelan en las filas de los partidos o crean los suyos propios para ofrecer su candidaturas, lo cual es lamentable; pero, más penoso todavía es que sean elegidos, aun exponiendo su condición moral con impudicia y casi con exhibicionismo o, en el mejor de los casos, velándolo apenas con un manto de respetabilidad perfectamente detectable como tal. El carisma con que estos individuos suelen revestirse, el culto a la personalidad y la mitomanía tan queridas en nuestra sociedad pueden acercarnos a la comprensión de los casos individuales, aunque no justificarlos.

También hay formaciones, ya no individuos, que nos cuesta comprender que obtuvieran el favor popular de los votos, dado su sistema de valores y sus métodos, en absoluto democráticos. Estoy pensando en Herri Batasuna, cualquiera que sea la denominación coyuntural que haya adoptado, Sortu es el nombre con que se nos presenta ahora, exhibiendo unos estatutos que rechazan la violencia como método político. Se plantea lógicamente un problema jurídico y se desata la polémica sobre si cumple o no las condiciones que exige la ley de partidos; pero, más que precisar mi posición sobre el asunto me interesa ahora señalar otra cuestión sobre la que se suele fijar menos la atención, quizá por lo embarazoso que resulta.

El panorama político del País vasco difiere del resto de España: el bipartidismo se diluye por la presencia de partidos nacionalistas y la oferta electoral es más variada, como en Cataluña. Consecuencia de ello es que casi cualquier ideario tiene su partido y todos tienen opciones: conservadurismo, democracia cristiana, socialdemocracia, izquierda, nacionalismo radical de derechas, izquierda radical nacionalista... En esta geografía política Herri Batasuna ha logrado un suelo electoral por encima del 10% del censo, que no llega a 2 millones de electores, lo que lo sitúa en unos 200.000 votos con oscilaciones que dependen de que los comicios sean locales, regionales o generales. Un resultado tan bueno que la ha llegado a colocar en tercer lugar después de PNV y PSE. Su ilegalización llevó sus votos a formaciones vicarias, a la papeleta en blanco o a la abstención, pero muy poco o nada a otras opciones. ¿Qué ofrecía Batasuna que no brindaba ningún otro partido? El nacionalismo estaba presente en tres formaciones consolidadas: PNV, EA (Eusko Alkartasuna), y Aralar, con intensidad gradual que llega al máximo en la última, aunque recientemente el radicalismo se haya contagiado a todos. El izquierdismo lo comparte con Aralar, EB (Ezker Batúa) y EE (Euskadiko Ezkerra), integrada desde hace tiempo en el PSE. El izquierdismo y el independentismo radicales juntos lo comparte con Aralar. Lo único que ofrece Batasuna en solitario es independentismo, radicalismo de izquierdas y aceptación de la violencia terrorista. Como el independentismo no es patrimonio ideológico de ella sola ni tampoco el izquierdismo --además ¿cómo creer que la izquierda radical arrastre a una porción significativa del electorado en la región con mayor nivel de vida de España?--, tendremos que concluir que ese 10% o más del electorado se sentía o se siente fascinado por la violencia. La contumacia, la irritante resistencia a condenarla por parte de Batasuna, tanto tiempo y en tantas ocasiones, obedece al temor de desconectar con su electorado tradicional, como le ocurriera a Aralar. Habrá que estudiar, con los instrumentos de la sociología política o de la psicología social, por qué una parte significativa de los vascos optaron por la violencia como recurso para sus fines políticos, porque parece indiscutible que lo hicieron. Ésta es la cuestión fundamental, no que exista Batasuna o deje de existir, que sea legal o ilegal.



1 mar 2011

La velocidad y el tocino

Vivimos tiempos vertiginosos. La velocidad ha ascendido en la escala de valores hasta colocarse en los primeros puestos del ranquin actual. Volamos tan raudos que hasta podemos adelantar al sonido, los trenes son de alta velocidad y los barcos de pasajeros que surcan los mares más rápido de lo que nunca lo hizo nave alguna han sido relegados al calmoso solaz de las vacaciones, porque su ritmo desespera al viajero en otras eventualidades. En las actuales circunstancias el coche se ha transformado en una especie de prótesis, en una prolongación mecánica de nuestra anatomía, un artilugio poco más prescindible que la ropa o el calzado. Debe de ser por eso que ha caído tan mal el decreto de reducción de la velocidad máxima a ciento diez kilómetros por hora. Muchos lo han tomado como si la administración regulara el ritmo de sus pasos, como un atentado intolerable a la libertad individual, cuando en realidad un tope, no se cual, estaba establecido desde que se publicó el primer código de circulación en el año de Maricastaña y ahora lo único que se hace es reducir el límite en diez kilómetros sobre el actual vigente de ciento veinte. La medida ha sido calificada de inútil, de estúpida, de ocurrencia sin fundamento (lo de sin fundamento lo agrego yo porque no sé qué de malo tienen las ocurrencias, a no ser que carezcan de esa condición), hasta se le ha tildado de soviética (sic). Asombroso.

Multitud de expertos (experto en lo que sea es la condición profesional más abundante, con cualquier evento surgen como los hongos tras la lluvia) se han apresurado a asegurar que no se ahorrará combustible, ni es económica, ni se contaminará menos, pero que habrá más multas y hasta más accidentes porque conduciremos cabreados y aburridos lo que genera estrés y sueño. He decidido hacer caso omiso a los presuntos expertos y escuchar al sentido común reforzándolo con la lectura del libro de instrucciones de mi coche (yo también tengo uno) en donde dice que la velocidad más eficiente es 90 Km/h y, por tanto, no sólo acato el decreto, sino que además lo acepto como bueno y deseable.

Se me ocurre (perdón, yo no me puedo librar de las ocurrencias, es un vicio que arrastro desde la más tierna infancia) que quizás el contenido de la medida sea lo de menos, que si se hubiera legislado sobre la crianza de las aves de corral, sobre el impuesto de donaciones o sobre el currículo necesario para opositar a secretario judicial, se habría rechazado con igual o proporcional indignación. Quizá el problema no sea otro que el origen de la medida: un gobierno que todo el mundo da ya por liquidado. Tengo para mí (una ocurrencia más) que Zapatero (seguramente mejor persona que político) sigue en su cargo por un sentido del deber para con España y de lealtad para con su partido y sus votantes, pero que él y todos dan ya por concluido su mandato, lo que genera comportamientos anómalos tanto en la administración como en los administrados; es lo que los americanos llaman síndrome del pato cojo, cuando se refieren al presidente en los últimos momentos de su segundo mandato y ya se sabe que no puede ser reelegido. Sin necesidad de recurrir a expresiones foráneas aquí podríamos argumentar, de modo más castizo y más ajustado al tema, que algunos han confundido la velocidad con el tocino.