6 jul 2019

Lecciones para formar gobierno



Hace un par de semanas me confesaba perplejo por la parálisis presidencial, hoy sigo en el mismo estado aunque un grado, un escalón, una pizca más… no sé cómo se mide la perplejidad. Pero ya no por el entumecimiento en las funciones presidenciales (a todo se acostumbra uno) sino por otras razones, algunas de las cuales  expongo enseguida a ver si viéndolas escritas me inunda la objetividad y descubro por fin si es mi cerebro o es el de los demás. Estoy preparado para cualquier cosa. 

Que el presidente en funciones quiere gobernar solo (solo con el PSOE) no lo he descubierto yo, lo ha dicho él y lo sabe todo el mundo; que tiene escasos (insuficientes) diputados es otra verdad incontrovertible; que se ha reunido con Iglesias y le ha dicho «No me mires que miran que nos miramos, no nos miremos, cuando no nos miren nos miraremos» (seguramente usando otros términos, pero tal cual) tampoco es falso; que el interpelado está mosca y el personal inquieto y expectante es obvio, más porque 123 y 40 son 163, o sea, todavía una miseria si la meta son 176; que por mucho que miremos por arriba y por debajo de los escaños, que no ocupen PP, Cs o Vox, ya no quedan más que un inocente o dos y el resto se lo reparten secesionistas confesos de diferente ralea pero igual sustancia, que diría un metafísico (profesión de la que cada vez estamos más necesitados); que tiene anunciado, el personal asumido y sus compis del PSOE tragado, que nunca pactó ni pactará con la chusma del secesionismo, pero que si le regalan los votos… pues que a nadie le amarga un dulce.

Como estoy en modo no sectario y ante la expectativa de alcanzar la objetividad anhelada no añadiré glosa alguna a lo expuesto, ni inocente ni malintencionada. Continúo.

El aspirante a líder de la oposición, por el momento tercero en el escalafón, también ha hecho cosas feas: quiere ser segundo y lo peor es que no deja de decirlo, metiendo ruido para que acabemos creyendo que ya lo es, cuando no pasa de simple antojo, molesto por lo ansioso, eso sí; por amor a la simetría (Rivera es muy suyo con la estética) le ha preguntado a Sánchez que 'qué es lo que no ha entendido del no', y le replican que sólo esperan que haga lo que ya hizo el PSOE con Rajoy, abstenerse en su investidura, pero se callan que aquello fue después de la defenestración de Sánchez, precisamente por haberse encasquillado en el 'no es no'; cerrando el círculo Cs se niega a negociar con Vox, pero si éste quiere apoyar las coaliciones PP - Cs… pues que a nadie le amarga un dulce... y que si algún compi no traga pues que ahí está la puerta, Nart, Toni.

Terminaba el párrafo anterior y escuchaba en la tele que en Navarra ya teníamos un principio de acuerdo PSN-Geroa bai-Podemos-IE, a los que Bildu regalará sus votos (imprescindibles) pero sin que nadie (faltaría más) negocie con ellos… ¿A quién le amarga un dulce?

Bueno, la política es así, pero digo yo ¿A qué viene entonces la demonización mediática de Cs? ¡Todos contra el impostor! Puestos unos y otros en los platillos de la balanza de la impostura, la irresponsabilidad, la doblez y el cinismo ¿Por qué lado caería? ¿Por el de Sánchez o por el de Rivera? Entonces ¿a qué viene el guirigay?

Tranquilo, no soy yo, son los demás.

20 jun 2019

GANANDO TIEMPO

Estoy un tanto perplejo con la inactividad de Pedro Sánchez tras su victoria electoral. Puede ser una percepción torcida por mis prejuicios sobre el personaje, eso que llaman los expertos sesgos cognitivos, pero lo comparo con su predecesor después de que aquel ganara sus últimas elecciones y no aprecio ni un ápice de mayor diligencia por confeccionar un gobierno viable, si acaso un punto menos, aunque era Rajoy el que gozaba de fama de vago, de sentarse a verlas venir. En los debates mediáticos que tratan el asunto a diario durante horas interminables oigo a algunos periodistas áulicos justificar la inacción del presidente in pectore, o en funciones, como una estrategia para “ganar tiempo”, y mi confusión crece: “ganar” o “perder” el tiempo ¿Cuál es la diferencia? Seguramente dependerá del punto de vista, como tantas cosas.

Hemos visto como después de un largo impasse Sánchez se ponía en movimiento, por un instante, recibiendo en la Moncloa a algunos líderes (los no manchados por la incorrección política a la moda, que hoy excluye a Podemos, incluye a Vox y mantiene una sospechosa ambigüedad con el secesionismo). La sorpresa es que lo ha hecho como el Rey, como un acto protocolario, un ritual de cara a la galería, no un intento real de cotejar intereses encaminado a la formación de gobierno, para, a continuación, ensimismarse otra vez en la meditación ¿ganando tiempo? ¿perdiendo el tiempo?. Como de esas reuniones no salió nada, entre otras cosas porque él nada ofreció, salvo la predicción de la tranquilidad de espíritu de que gozarían si le permitían gobernar, da la impresión de que sólo quería justificarse ¿Para qué? Eso es lo que asusta, que no lo sabemos… tanto si él bien que lo sabe, como si él tampoco lo sabe.

Desde que se conocieron los resultados de las elecciones generales–autonómicas– locales–europeas me pareció que la clave para una primera evaluación del complejo evento estaba en Navarra. Ya comienzan a revelarse consecuencias y no pintan bien (entendiendo por no pintar bien la consolidación de los secesionistas en el poder navarro). Un servidor piensa que el mayor peligro que puede sufrir un país es que cada vez más ciudadanos pongan en cuestión su integridad territorial, y la expansión del secesionismo, descarado en Cataluña (no en el pasado), soterrado y silencioso en el País Vasco (en el presente) muestran que eso es lo que está ocurriendo. No olvidemos que la presión del nacionalismo vasco logró colar en la Constitución un artículo (Disposición transitoria cuarta) que permite la anexión de Navarra a Euskadi y que si eso ocurriera haría por fin viable la independencia del País Vasco, hoy problemática por su exigüidad territorial y demográfica. Entonces veríamos donde quedaba la “prudencia” y el “buen hacer” del PNV, el partido kalós kai agazós (καλός καί ἀγαθός) de nuestro panorama político, según el papanatismo mediático mayoritario.

Navarra nos revela el camino que seguirá Sánchez si no me equivoco demasiado: demonización de las “tres derechas” (ninguna de las cuales ha puesto en cuestión la Constitución, la existencia de España tal y como la conocemos/disfrutamos/padecemos, ni el proyecto europeo); aproximación a populistas de izquierda y secesionistas (todos los cuales han cuestionado la legitimidad democrática de la Constitución y la integridad territorial del Estado, y, algunos, la UE por capitalista); justificación ante el partido, que lo defenestró hace nada por lo mismo (la querencia hacia el populismo izquierdoso y el secesionismo), y justificación ante sus votantes, abducidos o perplejos (en todo caso pasmados), con la escuálida entrevista que mantuvo con los candidatos a opositores o aliados. Y aquí habrá que reconocer que, por las razones que sean, porque son más tontos que él, porque les cogió con el pie cambiado, porque absortos por intereses a corto no ven el horizonte, por lo que sea, repito, se lo han puesto muy fácil, especialmente Ciudadanos, cuyo futuro, me temo, se jugó en esta mano.

Ganar o perder tiempo, esa no es la cuestión.

17 may 2019

OTRA VEZ DE NACIONALISMO



Una cosa es el sentimiento nacional y otra el nacionalismo. El primero es eso, un sentimiento, una emoción cuyo origen quizás podamos rastrear en el proceso evolutivo de la especie como un arma más ante el entorno hostil; anclada en el cerebro desde Dios sabe cuándo, transformada, de un cálido sentimiento ante lo que nos es próximo, a la vez refugio y objeto de nuestros cuidados, en amor por una entidad histórica que hemos convertido desde hace muchas o pocas generaciones en marco geográfico y político de nuestra existencia. Como a todos los sentimientos, hemos de atarlo corto para que no caiga en excesos que anulen la racionalidad convirtiéndose en pernicioso y autodestructivo: las guerras europeas de los dos últimos siglos son un ejemplo recurrente. Se atribuye a Paracelso la frase: "dosis sola facit venenum" (solo la dosis hace al veneno); podemos sacarla de la farmacopea y aplicarla a la sociología política sin menoscabo de su exactitud. Es cuando el sentimiento nacional se desboca cuando el nacionalismo hace su agosto.

El nacionalismo es una ideología. Sólo tiene que ver con el sentimiento nacional porque es excitándolo como obtiene adhesiones. Como doctrina establece que la nación es un hecho originario que precede a la comunidad política, así que no hay comunidad política bien establecida si no coincide con los límites de una nación previa. Es decir, que todo poder ha de corresponderse con una nación y, sobre todo, ha de dedicarse a reinventarla a diario, creando una red de valores y obligaciones que el gobierno ha de promocionar y los ciudadanos aceptar (lo que el pujolismo llamaba crear nación). Valores y obligaciones que se sitúan fuera y por encima del debate y el consenso: se pertenece a una nación porque se ha nacido en ella, de lo que se deriva que rechazar es traicionar, como renegar de la propia familia. Por eso gusta de presentarse como algo natural, de sentido común; aunque, nada hay menos natural y más alejado del sentido común que la excitación del sentimiento nacional para imponer una ideología confundiendo a ambos (sentimiento e ideología) y enredando al personal.

Cuando a partir del XVII los monarcas soberanos empezaron a perder sus cabezas a manos de súbditos empoderados como ciudadanos, la soberanía, huérfana, encontró nuevo hogar en la “nación”, sea lo que sea lo que esto significara. Los poderes se apresuraron a llenarla de contenido, a construirla, a recrear y pulir sus orígenes situándolos en la noche de los tiempos, cuanto más de madrugada mejor, con mucha imaginación y algún pergamino que otro. A dotarla de símbolos y rituales no menos venerables, avalados por la historia recién acomodada para tal fin. El éxito fue espectacular. En cuatro oleadas sucesivas: americana (descolonización inglesa y española), unificadora (Alemania, Italia), disgregadora (Austria, Turquía) y creadora o inventora (2ª descolonización, s. XX) el Mundo se convirtió en un agregado de naciones.

Ni el liberalismo ni el marxismo se sentían felices con el nacionalismo. El primero por el ninguneo al individuo que prácticamente desaparece ante la inmensidad del colectivo nación; el marxismo porque lo considera una treta de la burguesía para minimizar a los únicos colectivos con sustancia real: “la clase”, que traspasa las fronteras («Proletarios del Mundo, uníos»). Pero unos y otros han acabado, o comenzado, transigiendo: para los liberales fue un pecadillo, por supuesto perdonable, de los hazañosos padres regicidas; la izquierda porque a la larga la nación resultó más atractiva, con más color, y porque la mejora de las condiciones económicas diluyó lentamente la conciencia de clase (¿otra artimaña burguesa?), o quizás porque si el izquierdismo es la enfermedad infantil de las gentes de izquierdas (Lenin dixit) el nacionalismo podría ser su enfermedad senil.

Así que el nacionalismo, que debería oler a rancio, está otra vez de moda. Lo han traído la reacción, ese impulso que nos empuja a dar dos pasos atrás por cada uno adelante, y la constatación, desconcertante para los ingenuos, de que la globalización no era el paraíso sino una estación más con sus pasos a nivel, sus vías muertas, sus ruidos y sus peligros. Y ya está el lío montado: la izquierda confundiendo el futuro con el pasado y leyendo progreso donde pone regreso, la derecha descubriendo pruebas de la nación en el pasaporte de Argantonios, y los otros un relicario con el retrato de Puigdemont entre las cosas de Wifredo el Belloso, perdón, de Guifré el Pilós, quise decir.

1 may 2019

EL DÍA DESPUÉS

Estamos en el día después. Es el día en que se echan las culpas del fracaso a la ley D´Hont, a los ganadores, que han vendido humo, y a los partidos emergentes de la misma onda que han sembrado confusión y dividido a los votantes. Antes, en otros lugares o, quizás, en una situación soñada, era el día de los mea culpa y de las dimisiones. También es el día en que los periodistas incrementan la matraca a los electos, y a los sufridos electores, sobre con quién van a pactar o con quién no pactarán en ningún caso. Lamentablemente todos los días después de todas las elecciones son lo mismo, así que, inevitablemente, es un día aburrido. Pero, no me quejo, soy de los que piensan que en política el aburrimiento es la mejor situación posible. Por eso la democracia es tan tediosa, excepto cuando se pone en peligro.

25 abr 2019

CONFESIONES DE UN ELECTOR

Otra vez a las urnas. Dicen que es la fiesta de la democracia pero lo cierto es que no hay elecciones que no nos pongan a cavilar. Hasta a la víspera la llamamos día de reflexión, suspendiéndose por ley todo ruido propagandístico para que las cogitaciones (me apetece usar el palabro por lo que se parece a retortijones) se desarrollen sin malignas manipulaciones alienantes. Luego, pese a tantas facilidades, pocos serán los que puedan dar cuenta fiel de su voto y sus porqués. Por mi parte la cosa está por fin clara y la cuento sin tardar.

13 abr 2019

BREXIT OR NOT BREXIT THAT IS THE QUESTION

El Brexit ha cambiado la imagen que teníamos del Reino Unido. Sencillamente lo ha traído al mundo de los mortales, donde habitamos los continentales. Nunca fui un mitómano, lo que me libró de devociones vergonzantes, no de otros sonrojos, lamentablemente, pero es una evidencia que su sistema político viene despertando envidias desde hace doscientos años por su estabilidad y capacidad para adaptarse y perdurar. Nosotros, los españoles, sin ir más lejos, hemos encontrado allí inspiración muchas veces y en alguna ocasión lo tratamos de imitar, aunque con escasa fortuna porque lo que resultó fue, más bien, una caricatura. Me refiero al experimento de Cánovas en el último cuarto del XIX, con la noble intención de plantar de modo estable un parlamentarismo civilizado en nuestro país por la vía de un bipartidismo que, al traducirlo del inglés, quedó artificioso y chirriante. Es sabido que los implantes no suelen prosperar sólo con buena voluntad. Curiosamente, luego, sin proponérnoslo, nos salió uno, la mar de majo, en la primera etapa de nuestra democracia que recién hemos arrojado a la basura (el bipartidismo, no la democracia… por ahora).

Cuando se firmaron los Tratados de Roma, allá por los cincuenta, los británicos lo esquivaron con gesto displicente ‒alguien más cheli que yo diría que hicieron la cobra a los firmantes‒. Ya Churchill en un famoso discurso nada más terminada la guerra había sugerido la creación de unos Estados Unidos de Europa en los que Inglaterra debía reservarse la tarea de observar y ayudar desde el otro lado del canal pero sin participar ‒nueva versión del splendid isolation decimonónico‒. Pero, la vida es dura, y en los sesenta ya estaban llamando a la puerta de la CEE, tan pronto comprendieron que el artilugio que comandaban en el continente en forma de unión aduanera (la EFTA, hoy reducida a Islandia, Noruega, Liechtenstein y Suiza) no satisfacía sus expectativas. La economía manda más que el orgullo. Precisamente el orgullo sufrió bastante aquellos años en los que Europa ignoraba los aldabonazos británicos por la negativa francesa a abrirles la puerta ‒De Gaulle se cobraba viejas facturas, pensábamos entonces, o los conocía muy bien, pensamos ahora‒.

Tan pronto se les abrió la puerta adoptaron el papel de china en el zapato. En lugar de adaptarse a los modos y aspiraciones de Europa, nunca cejaron en el empeño de que Europa se adaptara a sus afanes e intereses. La entrada la había facilitado la inicial táctica comunitaria de empezar la unión por la economía; en realidad los británicos esperaban que se limitara a eso. Su presencia en las instituciones supuso un freno a los compromisos netamente políticos, se refirieran a la constitución interna de la Unión o a sus relaciones con el exterior, y aquellas decisiones económicas que implicaban acercamiento político, como la moneda única, si no las bloquearon fue porque obtuvieron la exención. La situación ha sido cada vez más incómoda ya que los avances en la unión económica reclamaban imperiosamente mayores compromisos políticos. Eso, unido a la crisis determinó la formación de una opinión euroescéptica en amplios sectores de la población, cultivada con éxito por el populismo de moda, a la que un mandatario con problemas e irresponsabilidad, Cameron, abrió la puerta del referéndum, instrumento que siempre está en la agenda de cualquier demagogo que se precie.

Nadie puede en este momento, en que se amplía una y otra vez el plazo para la salida, cuál va a ser el resultado final, pero sí se pueden extraer conclusiones que nos dicta la experiencia: que el comportamiento del Reino Unido nunca fue leal; que el retraso en la unión política es en buena medida achacable a la actitud reticente, cuando no obstruccionista de los británicos; que la salida va a ser costosa para todos, pero ellos van a tener que sumar el descrédito de su imagen, que pasa de deslumbrante a ridícula por el espectáculo que están dando sus políticos bajo las cubiertas del falso gótico de su parlamento y fuera de ellas; que (no hay mal que por bien no venga) dar dos pasos adelante y uno hacia atrás ha permitido debatir hasta la saciedad, no tomar decisiones precipitadas y una maduración que, por ser lenta, puede ser más sólida. Amen.

5 abr 2019

POPULISMO A LA MEXICANA

AMLO-Trump. Caricatura en Twiter
El indeginismo es un movimiento que, especialmente en México pero también en otros países latinoamericanos, reivindica los valores indígenas, pero que con frecuencia se utiliza como demanda nacionalista frente a los supuestos agravios de la colonización. En este sentido, y con todos los colores del populismo demagógico, ha sido utilizado recientemente por el presidente López Obrador al exigir en carta dirigida al rey de España la petición de perdón a la nación mexicana por lo acaecido en la “conquista”, de la que hará pronto 500 años. El suceso y la efemérides han sacado a la palestra aquellos episodios, afortunados, infamantes o gloriosos según perspectivas, pero, sin duda, trascendentes para todos. Conviene, también a todos, abandonar la demagogia y centrarnos en la historia, en la que, como en cualquier disciplina científica, hemos de mantener atadas en corto emociones y sentimientos para dar oportunidad a la razón. La concepción de la historia como un eterno combate entre héroes y villanos es vieja e inservible; puede ser útil como arma, si es la agresión lo que se busca, pero no como instrumento de conocimiento, mucho menos porque en ella los papeles son intercambiables, a tenor de quién haga el relato.

Pierre Vilar, el famoso hispanista francés, ha dejado escrito, parafraseando a Lenin que el “imperialismo español en América” sería “la última etapa del feudalismo”. En el caso de la colonización hispánica hay que tener en cuenta, para entenderla, el universo mental en el que se mueven sus protagonista que es el del feudalismo tardío, o la modernidad temprana, si se quiere; y por supuesto las construcciones sociales, jurídicas… etc. en las que forzosamente actúan, no solo el estado de las tecnologías entre contendientes. La presencia castellana en América y la conquista (finales del XV y primera mitad del XVI) fue el primer episodio de la colonización europea: adelantó en más de un siglo a la británica, por ejemplo, ya en pleno desarrollo del capitalismo inicial. Juzgarla con parámetros del siglo XXI es un ejercicio inútil, si no malicioso.

John H. Elliott, conocidísimo hispanista inglés, ha hecho un reciente estudio de historia comparada, una de sus especialidades, entre el imperio español y el británico: Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América, 1492-1830. Madrid, 2006. De él el español no sale ni mucho menos malparado. Sin entrar en el detalle de las diferencias que se explican por las distintas y complejas circunstancias, baste con señalar el reconocimiento de la superioridad moral de la acción de España, aunque solo sea porque generó una interesante polémica interna sobre la legitimidad de la conquista y el trato a los indios, que dio lugar a una acción legislativa (Leyes de Indias), de las cuales, la polémica y la legislación, ni de algo parecido, encontramos rastro en las otras potencias colonizadoras europeas de la época.

Matthew Restall, historiador británico, ha publicado Los siete mitos de la conquista española de América. Barcelona, 2004. Ya en el título puede apreciarse el afán revisionista que lo mueve, aunque tal intención no afecte gran cosa al mundo académico, que tiene ya descontados tales mitos en gran medida. En el libro se manejan, en general, las fuentes españolas e indígenas con profundidad e inteligencia sin perder por eso el carácter de best seller histórico al alcance del gran público. El autor es uno de esos historiadores afortunados que saben llegar al profano en la materia sin perder rigor científico. Los siete mitos o ficciones son: 1) el mito de los hombres excepcionales ; 2) la creencia de que la conquista fue realizada por los ejércitos regulares de España (aquí); 3) el mito del conquistador blanco, en referencia a la presencia de la numerosa participación de indígenas en las acciones contra aztecas, incas, etc. que relativizan el protagonismo español y sugieren la guerra civil, de la que los conquistadores sacan provecho para sus intereses; 4) el mito de que la conquista se completó en la 1ª mitad del XVI; 5) el mito de la comunicación y el fallo comunicativo entre españoles e indígenas; 6) la falacia del exterminio indígena; y 7) el mito de la superioridad española. El prestigio crítico de Restall es un acicate para su lectura que resulta sin duda provechosa para el tema que nos ocupa.

Podría proponer más lecturas sugerentes para el tema, como quizás otro best seller reciente: Imperiofobia y leyenda negra. De Roca Barea (Madrid 1918), Que dedica amplio espacio a la acción en América, pero sería a costa de la extensión deseada para este artículo.

Es obvio que la iniciativa de López Obrador no hace nada por la historia; probablemente tampoco por la política, si hemos de hacer caso al historiador y escritor mexicano Enrique Krauze, que en un reciente artículo en El País exponía el riesgo de que, con tan inoportuna y absurda demanda, se rompa una tradición de acercamiento y comprensión entre España y México que dura ya ochenta años.

13 mar 2019

NACIONALISMOS

Leo en J.A. Marina (Biografía de la humanidad. Ariel, 1918) que somos seres emocionales en vías de ser racionales. En diversas ocasiones he tocado en este blog ese tema que me es muy querido, aunque con menos acierto y precisión que el filósofo, naturalmente (aquí, aquí, aquí…). Siempre me pareció que las emociones ganan la batalla de la acción que tratamos de racionalizar a posteriori, justificándola con un barniz que intuimos más noble. La política, que reclama nuestra atención constantemente, es un banco de pruebas permanente: las adhesiones, las opciones políticas requieren el uso de la razón que utilizamos a porfía argumentando para convencer y justificar, ante los demás y ante nosotros mismos; pero, por poco que indaguemos vamos descubriendo que lo que creíamos o presentábamos como razones tienen más bien la catadura de las creencias, y se presentan tan sólidas que permanecen inalteradas, sin apenas erosiones, ante los argumentos más poderosos. De hecho los acuerdos políticos se basan en intereses puntuales de las partes, nunca porque ningún argumento haya convencido al adversario. Pero, eso sí, aunque las creencias tengan vocación de permanencia y condicionen gravemente el comportamiento, sería muy conveniente que fuéramos siempre conscientes de su naturaleza y de las limitaciones que produce, por dos útiles motivos: 1) generar empatía hacia los otros, imprescindible condición para el diálogo, y 2) moderación a los imperativos propios. Escribió Espinoza que “la libertad es la necesidad conocida”, porque no podemos desprendernos de las creencias y emociones (“necesidad”), pero conocerlas ya es un logro notable.

El nacionalismo nace de un instinto primario: la necesidad de identificarse con los que son próximos y comparten inquietudes e intereses. En su hogar primigenio los humanos eran criaturas débiles que requerían de la colaboración para subsistir. La horda, la tribu, la nación son construcciones sociales que nacen de ese instinto, en épocas y condiciones históricas diferentes. En lo profundo de la inteligencia emocional de los individuos se han acumulado mitos, símbolos, ritos que han dado forma y han consolidado un sentimiento nacionalista que, pese a las luces de la contemporaneidad, se muestra inmune, invulnerable ante el acoso de la razón; que es capaz, incluso, de alterar la realidad ante nuestra conciencia para que podamos usar las armas de la razón en su defensa sin que percibamos contradicción.

No hay diálogo posible entre grupos que perciben la realidad de forma distinta y a veces contradictoria. A lo más que se puede aspirar es a la “conllevanza”, que propuso Ortega y Gasset a propósito del problema catalán allá por los años treinta. Dice la RAE acerca de conllevar que es sufrir, soportar las impertinencias o el genio de alguien. Pero hasta para ello se requiere de la voluntad de entenderse, y para que aparezca es preciso que se vea algún interés en el logro de la convivencia o algún perjuicio grave en el fracaso y que las mentes consigan la iluminación necesaria para percibirlos. Tarea compleja para los creadores de opinión que, por una parte, tienen que desprenderse de los demonios propios y, por otra, neutralizar la tarea de los constructores de mitos, de los cultivadores de emociones, que trabajan a favor de la corriente, como se deduce de todo lo anterior.

8 mar 2019

UNA FEMINISTA DE AYER

Olympe de Geouges
El primer feminismo nace con la Ilustración en el siglo XVIII, antes de que se inventara el apelativo con el que lo designamos hoy. Su primera manifestación espectacular y dramática fue protagonizada por Olympe de Geouges, una burguesa de Montauban, establecida en París con su hijo, después de haber enviudado. Allí se dio a conocer en los salones literarios, pero por sus convicciones abolicionistas, escribió varias obras contra la esclavitud, fue encarcelada en la Bastilla mediante una letre de cachet (instrumento discrecional de que se valía la monarquía absoluta para reprimir la oposición política al sistema). Al fin pudo ser liberada por las gestiones de sus amigos. Iniciada la revolución publicó una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), parafraseando la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea Constituyente en 1789. La de Olympia comenzaba con una pregunta provocadora:
Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta.
El articulado de su Declaración rezaba así:
I. La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.

II. El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

III. El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.

IV. La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer solo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.

V. Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.

VI. La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

VII. Ninguna mujer se halla eximida de ser acusada, detenida y encarcelada en los casos determinados por la Ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta Ley rigurosa.

VIII. La Ley solo debe establecer penas estrictas y evidentemente necesarias y nadie puede ser castigado más que en virtud de una Ley establecida y promulgada anteriormente al delito y legalmente aplicada a las mujeres.
 
IX. Sobre toda mujer que haya sido declarada culpable caerá todo el rigor de la Ley.

X. Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.

XI. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos de la mujer, puesto que esta libertad asegura la legitimidad de los padres con relación a los hijos. Toda ciudadana puede, pues, decir libremente, soy madre de un hijo que os pertenece, sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; con la salvedad de responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.

XII. La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor; esta garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de aquellas a quienes es confiada.

XIII. Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, las contribuciones de la mujer y del hombre son las mismas; ella participa en todas las prestaciones personales, en todas las tareas penosas, por lo tanto, debe participar en la distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades.

XIV. Las Ciudadanas y Ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o por medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las Ciudadanas únicamente pueden aprobarla si se admite un reparto igual, no solo en la fortuna sino también en la administración pública, y si determinan la cuota, la base tributaria, la recaudación y la duración del impuesto.

XV. La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público.

XVI. Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene constitución; la constitución es nula si la mayoría de los individuos que componen la Nación no ha cooperado en su redacción.

XVII. Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados; son, para cada uno, un derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser privado de ella como verdadero patrimonio de la naturaleza a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera evidente y bajo la condición de una justa y previa indemnización.
EPÍLOGO. Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuando dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo.

Fue una activa revolucionaria que simpatizó con los girondinos, opción moderada y federalista propia de la burguesía liberal que abundaba en las grandes ciudades portuarias de Francia. Durante el Periodo de la Convención Nacional su defensa de los girondinos, sometidos a la represión jacobina, y su oposición a la ejecución del rey le valió la cárcel, esta vez por orden del Comité de Salvación Pública que dirigía Robespierre, y la guillotina inmediatamente después (1793). Sólo hacía dos años que había publicado su famosa Declaración. 


Los intentos de apropiación del movimiento feminista, tan exultante hoy, por las diversas tribus políticas resultan ridículos si se mira hacia atrás.

2 mar 2019

A PROPÓSITO DE LA DEMOCRACIA, EL POPULISMO, LA IDIOTEZ Y EL MERCADO



El dilema al que se enfrenta el político profesional honesto está expresado sintética y sabiamente en una frase del presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker: Sabemos exactamente lo que debemos hacer; lo que no sabemos es cómo salir reelegidos si lo hacemos. La ventaja del político populista reside en reducir el problema a cómo salir elegido. La desaparición de la primera parte de la contradicción ha podido producirse por debilidad de la conciencia o por ignorancia, o sea, simple estupidez, cualidad cuya abundancia nunca hay que infravalorar (abusando quizás del argumento de autoridad recordaré que Einstein dijo en cierta ocasión: Sólo hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y de la primera no estamos seguros). De lo anterior se deduce, obviando la digresión sobre el genio de la física y la idiocia ciudadana, la enorme superioridad, se entiende que política, del candidato populista, pues la política no atiende a la estatura moral o la profundidad de la sabiduría sino a la capacidad de triunfo. El mercado político no premiará al político profesional honesto porque sus costes para compaginar ambos términos de la oposición son enormes, mientras que el populista los ha reducido casi a la nada.

Pero… seamos sinceros por una vez: tanto el intelecto como la conciencia, si es que ambas cosas se pueden separar, no funcionan sin deformaciones o desviaciones, sesgos cognitivos en la jerga psicológica, o emociones que alteran una elección lógica o un comportamiento correcto según la razón. Ningún individuo humano escapa a esta realidad que es parte de su condición y que seguramente la madre naturaleza habrá ido labrando y fijando en el equipamiento de la especie a lo largo de millones de años, con el prodigioso instrumento de la selección natural y finalidades que aún se nos escapan. Lo cierto es que las acciones colectivas, como la elección de representantes, no tienen por qué estar más condicionadas por la excelencia lógica y racional o por la “limpieza de corazón” que nuestras pulsiones cotidianas consideradas individualmente, y marcadas, si no determinadas, por aquellos sesgos y emociones que las hacen tan poco fiables.

Para colmo de males las instituciones tampoco colaboran. El mercado y sus leyes han venido creciendo en importancia a lo largo de los últimos siglos hasta el punto de ocupar un lugar central en nuestra sociedad, pero también en nuestro imaginario, hasta el punto de que hoy lo vemos todo a través de su prisma. La democracia liberal ha acabado configurándose según sus leyes: la oferta, la demanda, la libre competencia, etc. Pero si en los mercados realmente existentes es difícil encontrar una situación en la que los agentes gocen de absoluta libertad, los consumidores estén perfectamente informados, todos actúen según sus intereses objetivos y, en consecuencia, la competencia sea perfecta; en la política, por todo lo que se insinúa arriba y mucho más ni siquiera insinuado, es prácticamente imposible y el objetivo declarado de la democracia, que es el de elegir a los representantes más capacitados y virtuosos, resulta ser una broma de mal gusto. Lástima que cualquier otro sistema al margen de la democracia liberal sea una burla trágica, como largamente nos ha demostrado la experiencia.

Llegados a este punto Mr. Churchill tomaría la palabra para rematar con ironía: La democracia es la peor forma de gobierno que conozco si exceptuamos a todas las demás.
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NOTA.- Esta reflexión, o como quiera que se la llame, se entiende mejor leyendo la conferencia de Félix Ovejero ¿Idiotas o ciudadanos?, publicada en Claves de la Razón Práctica, nº 184.


26 feb 2019

EL SUEÑO DE LA POLÍTICA (TAMBIÉN) PRODUCE MOSTRUOS

Ensor - Dos esqueletos se disputan un hombre ahorcado

Si hemos de hacer caso a los políticos en liza en estas elecciones tendremos que elegir entre una pandilla de traidores, vendepatrias, ineptos, granujas, trepadores, hipócritas, fachas… Sabíamos, por la lógica de las cosas no porque nos adornen superpoderes intelectivos, que estas cualidades se reparten aleatoriamente entre los componentes de cualquier ciudadanía y que a los políticos se les aplican con más frecuencia por la tendencia de todo hijo de vecino a culpar de sus problemas a quien ostenta algún poder, eludiendo así su propia responsabilidad o, simplemente, porque es cómodo y siempre encuentra audiencia. Lo que choca es que los afectados por tan malvada costumbre la hayan comprado para aplicarla sin excepción y sin pausa a todos sus oponentes, produciendo la sensación de que las cualidades personales de los candidatos son aterradoras y de que los partidos son maquinarias infernales dedicadas a promover en exclusiva las carreras políticas de sus miembros al margen de cualquier consideración ética y a distancia astronómica de los intereses verdaderos de los ciudadanos, de los que, por cierto, todos hablan para lamentar que están a la intemperie y sin que a ninguno, de los otros, le importe un comino. Parece que todos los partidos hubieran acabado por adoptar el mismo programa, a saber: desalojar, o alejar lo más posible del poder a los oponentes, dada la peligrosidad letal de sus intenciones, dejando en un segundo término lo que siempre entendimos por programa. 


El populismo que nos invade parece estar alcanzando sus últimos objetivos: se ha contagiado a todos, demostración palmaria de que nadie era inmune; la propia clase política se autodescalifica al culparse unos a otros de haber corrompido sus objetivos originarios; se demoniza la negociación y el pacto, como si parlamento no tuviera nada que ver con parlamentar, que no es sino hablar para zanjar diferencias; y, en fin, empieza a desaparecer cualquier esperanza de regeneración desde la política. Es el momento del gran populista, el gran hermano que, como el Comandante de la canción (el nuestro era general), llegue y mande parar (Y en eso llegó Fidel/ y se acabó la diversión/Llegó el comandante y mandó parar). 

Digo que es el momento, no que vaya a ocurrir. Afortunadamente no hay comandantes ni generales a la vista y por otra parte desde hace tiempo (nos lo dijo Marx) sabemos que la historia siempre ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia, la segunda como una miserable farsa

Si he de ser sincero me alivia que se haya pasado el tiempo de la tragedia, estamos en el de la repetición, pero me deprime profundamente que nos espere una payasada infame. De hecho, juraría que ya estamos viendo el introito.

16 feb 2019

Ante las elecciones (abril 2019)


La política española ha entrado en un proceso de centrifugación, o sea, de huida del centro, donde hasta hoy siempre se había dicho que se ganaban las elecciones. Sin embargo, desde hace algún tiempo la atracción de la periferia es tan fuerte que parece arrastrar a todos los partidos sin excepción. Las alianzas, tácitas o explícitas, que antes se gestaban en el centro ahora ni se intentan, se buscan los socios en los extremos. Hay, no sólo un proceso, sino también, y sobre todo, un afán de radicalización evidentes.

El hecho de que a los dos grandes partidos que antes se alternaban en el poder le salieran competidores creíbles, por la izquierda al de izquierdas y por la derecha al de derechas, ha tenido el curioso efecto de que ambos se han apresurado a neutralizarlos asumiendo parte de sus propuestas, aliándose con ellos e incluso emulándolos, en un intento de escapar a la crítica que los acusaba de ser indistinguibles entre sí. Una actitud incomprensible sin presuponer mala conciencia en los protagonistas. Sin duda la crítica podía hacerse y, asimismo, aceptar esa mala conciencia (autocrítica si queremos ser benevolentes) pero también es claro (los hechos son reveladores) que hemos salido de Málaga para entrar en Malagón: la aparición de los nuevos partidos lo primero que ha generado es radicalización ¿Se impondrá después con nitidez el efecto positivo, la ampliación de opciones, la claridad y diferenciación de propuestas, sobre el negativo señalado arriba?

En la izquierda Podemos, uno de los noveles en liza, se pulveriza ya porque las múltiples partículas de su composición comienzan a desagregarse conforme la dirección va revelando cada vez más claramente su querencia leninista, perdiendo progresivamente el atractivo de sus comienzos entre tantos de sus seguidores, politizados, seguramente, sólo por las circunstancias de aquel momento. Quizá el PSOE, que parecía agonizar por el deterioro interno, el desgaste por la derecha (Cs) y por la izquierda (Podemos), frene su caída por el alivio que proporciona la crisis podemita y porque Cs parece mostrar ahora más apetito por los votantes de derechas que de izquierdas. Está por ver el efecto de los ocho meses de Sánchez en la Moncloa: para unos ha sido alarmante y revelador su comportamiento con el secesionismo; para otros habría sido una muestra de la actitud dialogante que se le reclamaba a Rajoy. No lo sabremos hasta el 28 de Abril cuando se abran las urnas.

El PP tiene el problema añadido de tener que hacer frente (ahora le toca a él) a una erosión bilateral en plena efervescencia: por su lado más reaccionario, Vox, y por el más liberal, Cs. Una situación que amenaza con su jibarización, con reducirlo a una opción exclusivamente democristiana, suponiendo que el escándalo por la corrupción le haya dejado algún seguidor de esta tendencia.

El papel de Cs es equívoco: empezó a destacar como una fuerza de centro de carácter socio-liberal y revisionista en lo territorial autonómico, pero últimamente se ha decantado más por la derecha (¿A causa de la ambigüedad de la izquierda con el secesionismo o porque se imponen sus genes liberales?), lo que introduce un factor de complejidad. Desde luego, hasta ahora su crecimiento según las encuestas, que no desmienten las elecciones celebradas, es constante, aunque más lento de lo que a todas luces anhelan sus dirigentes. ¿No les conducirá la impaciencia a alguna situación irreversible, quizá a una definitiva decantación en el ecosistema de la derecha, de lo que ya se le acusa y de la que no pueda regresar?

Las elecciones convierten en candentes los interrogantes que se han planteado y abre otros, como el de si la convocatoria funcionará como acelerador de la centrifugadora o lo contrario. De lo que no parece plantear dudas es que el resultado no arreglará gran cosa porque no habrá una mayoría clara y el secesionismo no remitirá, dos problemas capitales del momento para los que no se atisban soluciones. Hemos entrado en un periodo de gobiernos frágiles con dificultades para cubrir la legislatura, gobiernos de meses al estilo italiano. Los que anhelaban el cese del cuasibipartidismo que hemos disfrutado/sufrido desde la desaparición de UCD seguramente no pensaban en este efecto, tan común, por cierto, en los sistemas parlamentarios, aunque se apliquen mecanismos electorales y constitucionales para evitarlo, como ocurre en nuestro ordenamiento.

10 feb 2019

EL PÉNDULO


Hace tan sólo unos años teníamos la certeza de caminar hacia un mundo globalizado: los estados nacionales que se fraguaron en el occidente a la salida del medievo y que el imperialismo y la colonización extendió por todo el orbe nos parecían haber llegado a un ocaso tranquilo; los procesos de integración económica, mercados comunes, zonas de libre cambio, uniones aduaneras, emergían como setas en otoño y diluían las fronteras, reliquias de tiempos menos felices; las instituciones internacionales, políticas, jurídicas, económicas, culturales… parecían estar creando una estructura global para el mundo futuro, pero que ya estaba a la vuelta de la esquina; incluso los movimientos atiglobalización, que periódicamente estallaban en convulsiones populares (Seatle 1999, Praga 2000, Barcelona 2001…) levantaban acta de que el proceso globalizador era un hecho, al parecer imparable. Unos se felicitaban, otros se alarmaban ante los cambios, pero nadie podía negarlos. Pese a las discrepancias, por todas partes se respiraba el optimismo de los nuevos tiempos en construcción.

En una década escasa el panorama ha cambiado sustancialmente: muchos procesos de integración han fracasado, están estancados o viven situaciones de crisis alarmantes (UE); por todas partes los estados nacionales se rearman ideológicamente resucitando doctrinas nacionalistas por cuya reaparición nadie hubiera apostado un céntimo ayer mismo; la manía identitaria, grotesca contrafigura de la globalización, amenaza incluso la integridad de estados seculares; y, para colmo, proliferan los mandatarios perturbados, encumbrados por electores no menos enloquecidos, hasta en lo que fue el corazón y el cerebro del mundo occidental en al menos dos tercios del pasado siglo. El péndulo ha cambiado de sentido y ahora regresa arruinando las esperanzas que se habían levantado, quizás imprudentemente. Como entonces pero a la inversa, pese a las discrepancias, por todas partes se respira el pesimismo de los nuevos tiempos en destrucción.

Entre un momento y el otro una gran crisis económica, que no acaba de convertirse en recuerdo, es el único elemento visible (o es tan evidente que deja en sombras a los demás posibles) que pueda cargar con las sospechas en la responsabilidad del cambio de sentido. Lo cierto es que la inquietud social y política no parece sino uno de los últimos latigazos de la conmoción económica. Lo que es más difícil de entrever es el paisaje después de la lluvia(1) que nos legarán los tiempos porque las tribulaciones del presente lo velan por completo. Por su parte, los falsos profetas no hacen sino enturbiarlo más. De hecho, como las profecías se construyen con los materiales del presente, las prospecciones del futuro que se nos ofrecen tienen sin excepción los tintes oscuros de la distopía. Nos cantó Dante que en las puertas del infierno lucía la divisa: Abandonad toda esperanza y, como del averno no cabe imaginar nada constructivo, quizá aquel frontispicio se había levantado con materiales reutilizados de los derribos que han ocasionado los golpes de péndulo de la historia, como éste que nos tocó vivir. En alguna escombrera yacería el lema; en alguna otra acabarán los emblemas de hoy, despojados ya de las esperanzas y los impulsos vitales que los crearon. Material arqueológico.
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(1)La ilustración que encabeza este texto es Europa después de la lluvia de Max Ernst. Una visión onírica de la Europa de posguerra.

4 feb 2019

¿La democracia en peligro?


El presente nunca tuvo buena prensa: o añoramos el pasado («Cualquier tiempo pasado fue mejor») o anhelamos el futuro, aunque sea un poco sombrío («…y tan alta vida espero/ que muero porque no muero»). Eso decían los clásicos, y porque en nuestros días sigue siendo un hábito de lo más común, merece la pena romper una lanza por hogaño. Por ejemplo: está de moda rasgarse las vestiduras y clamar por la democracia que muchos ven en peligro inminente de desaparición; otros, por lo menos yo mismo, pensamos que es más significativo destacar la general (global, habría que decir) convicción de que es el mejor y más deseable sistema político.

Podemos no estar contentos con lo que ocurre en el mundo, incluso estar alarmados por la deriva de tantas cosas (que cada cual ponga aquí sus fantasmas favoritos), pero es innegable que la democracia se considera un valor, por lo que casi todos los regímenes que son y han sido desde hace más de un siglo la reclaman para sí, a veces con algún sospechoso apellido (democracia orgánica decía el franquismo, democracias populares los comunismos de posguerra, bolivariana en la Venezuela de hoy…) o con su nombre de toda la vida, sin acompañamiento pero con extraños contenidos discriminadores, teocráticos, despóticos, autocráticos, etc., etc. La cosa (la ascensión a los cielos de la democracia) empezó con la derrota de los totalitarismos fascistas en 1945 (el prólogo lo había puesto el prestigio que alcanzó USA tras la Gran Guerra) y dio un salto de gigante con la implosión de la Unión Soviética cuando terminaba el siglo.

No había sido siempre así. El sistema que pusieran en práctica los atenienses del siglo V antes de nuestra era, no con demasiado éxito, habría que decir (en sentido estricto no duró mucho más de 40 años, aunque algunos la remonten hasta Clístenes), fue considerado aberrante y contra natura en su propio tiempo histórico (Platón), por supuesto también después y a lo largo de muchos siglos. Con la excepción de algunas experiencias urbanas en la Baja Edad Media, relacionadas con la efervescencia mercantil de aquel momento y que, tirando de generosidad, podemos calificar de democráticas, no volvió a aparecer hasta finales del XVIII en América del Norte, adornada ya con el imprescindible suplemento de los derechos humanos (por mucho que entonces sólo alcanzaran de lleno a los varones y a los que tenían color de piel no demasiado oscuro). Después penetró lentamente, con muchas dificultades y alternativas, en los regímenes republicanos y parlamentarios de todo Occidente, perfeccionándose en el camino y consolidando, puliendo y ampliando los derechos.

Pero, todavía en el XIX la iglesia católica abominaba públicamente en púlpitos y encíclicas papales del parlamentarismo, el liberalismo y la democracia porque para ella eran un evidente contradiós. La izquierda por su parte luchaba abiertamente por la destrucción de la democracia, a la que aplicaba el calificativo de burguesa, para establecer una dictadura del proletariado y cuando algunos de entre ellos comenzaron a aceptar la lucha parlamentaria para introducir reformas en el capitalismo en lugar de optar por la revolución fueron tildados de reformistas, revisionistas y socialdemócratas con toda la carga peyorativa posible y antes de que esas palabras se convirtieran en respetables. Ya en el XX los fascismos alardeaban sin tapujos de utilizar los derechos que proporcionaba la democracia para destruirla, a la vez que ironizaban con aquello de que «morir por la democracia es como morir por el sistema métrico decimal» por si cabía alguna duda de su desprecio por tal sistema.

Hoy es tan políticamente incorrecto proclamarse antidemócrata que no existe formación política alguna que lo haga. Tanto las iglesias como los partidos de extrema derecha o extrema izquierda ocultan como pueden sus instintos totalitarios utilizando sin rubor un lenguaje extraído de los arsenales democráticos. Nuevos populismos que difuminan la frontera entre democracia y demagogia (vocablo con que los griegos designaban la pretensión o práctica de conducir a la ciudadanía como a un rebaño). Son constructores de trampas, rediles dialécticos, para que incautos de todas las tendencias extraídos de la masa de descontentos y frustrados, que producen profusamente los momentos de crisis, queden atrapados, engrosando un rebaño que confunde el balido con la protesta. Cuando triunfan en las urnas y se encaraman en el poder hacen lo posible por mantener apariencias democráticas, corrompiendo sus formas pero conservando trazas, vestigios que sostengan la ficción. El muestrario en nuestros días es numeroso, disperso y variopinto: Venezuela, Turquía, Israel, Rusia… Incluso es posible encontrarlos en el seno de la UE: Polonia, Hungría… Muchos de esos países nunca disfrutaron la democracia o la vivieron tutelada, mutilada o de escasa calidad. En realidad hoy el peligro consiste más en la degradación, la erosión y la corrupción del sistema, que no es poco, que en su desaparición.

La democracia es ahora un concepto político que ha escalado los altares, de donde será difícil apearlo. Así sea.

26 ene 2019

La historia y el mito. El Islam

El mito es un recurso cognitivo para hacer fácilmente comprensible aquello que es complejo y difícil de entender. Pese al actual dominio y prestigio de la ciencia y sus métodos seguimos fabricando mitos o recurriendo a los que continúan disponibles, a veces desde tiempo ancestral, disimulados por el entorno mental del momento y protegidos por la rutina, o quién sabe qué otras necesidades. Pero los mitos no sólo son un instrumento interpretativo de la realidad compleja, también juegan un papel social fundamental creando y permitiendo la permanencia y cohesión de grupos humanos amplios: tribus, pueblos, castas, naciones, iglesias…, uniéndolos, cementándolos y disciplinándolos en tanto sus componentes comparten las mismas fábulas, elevadas a la condición de historia, creencias o valores.

Con frecuencia la difícil tarea de los historiadores consiste en identificar y arrancar del camino de la investigación mitos y adherencias indeseables, que  perduran siglos. Una labor sólo comparable a la de Sísifo, que, castigado por los dioses a causa de su impiedad se vio obligado a empujar por una montaña una roca que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo para tener que subirla de nuevo. Al fin y al cabo la fabulación es tan inseparable de la condición humana que puede constituir la diferencia fundamental respecto a la animalidad, el catalizador que hace posible la creación de cultura y, por ende, de la historia(1).

Desde que en algún momento irrumpió en nuestra mente la razón, el mandato de empujar la roca hasta la cima, no hacemos sino desbrozar el camino de fábulas, si bien es verdad que crecen otras nuevas casi al mismo ritmo. Seguramente sólo hemos expurgado aquellas más evidentes, elementales o envejecidas que comienzan a despertar incredulidad y por tanto ineficaces ya (la eficacia del mito se basa en su aceptación general); así pues el fenómeno al que se refiere el cuento de Sísifo, significará que la identificación y voladura de los mitos es tarea inacabable. Asumámoslo. Al fin y al cabo, eso sí, somos convictos y confesos de impiedad.

Precisamente uno de los mitos históricos que comienza a ser puesto en cuestión es el modo cómo se cuenta el nacimiento y expansión del islam y, lógicamente, la invasión (711) y conquista de la península ibérica. Al respecto dice la hispanista francesa Rachel Arié que «el relato de la conquista del noroeste de África y de España pertenece más a la tradición religiosa que a la historia»(2), evidenciando su carácter legendario. En palabras del arabista González Ferrín(3) ‒el investigador que ha planteado más claramente la necesidad de una revisión completa‒ encontramos mayores precisiones sobre las dudas que plantea la versión tradicional: «No resulta convincente ‒al no haber pruebas al respecto‒ que el Islam ‒civilización‒ se expandiese por el Mediterráneo a requerimiento, o en paralelo, al islam ‒religión‒ por la fuerza de las armas y a las órdenes de determinados califas. En este punto se centra nuestra visión historiológica de la cuestión, que pretende desestimar el concepto clásico de conquista. Sin embargo, y dado que tanto el Islam como el islam se expandieron desde Europa ‒Al-Andalus y Sicilia‒ hasta, al menos, Indonesia, forzoso resulta plantear una explicación alternativa, dado que la mera negación del procedimiento comúnmente asumido no conlleva en sí una explicación plausible. Negando, no explicamos. Otra cosa es que tengamos siempre las de perder, ya que la explicación mítica siempre resulta más clara ‒para eso surge un mito, precisamente‒»

La casi inexistencia de fuentes primarias de un periodo especialmente oscuro y complejísimo ha permitido que la historiografía tradicional haya recurrido y aceptado en lo fundamental el relato simple de la expansión militar impulsada por la nueva fe que cuentan las fuentes (secundarias) árabes ‒aunque tengan más de apologética religiosa que de crónica histórica‒, después de haber sido expurgadas de fantasías flagrantes que repugnaban al espíritu más científico de los historiadores occidentales; con todo, ninguna de ellas se acerca menos de un siglo a los hechos y todas tienen el mismo aspecto de instrumento propagandístico, de un arma más en la lucha expansiva del islam, justificando la increíble facilidad en la conquista por el favor de Dios. Narración no más creíble que aquella bíblica en la que un fantasmal pueblo judío sale del desierto por donde había vagado cuarenta años para masacrar y ocupar las tierras de Canaán, derribando las murallas de sus ciudades a golpes de trompeta por la gracia del Señor y para cumplir su promesa. Ficción asumida como historia por millones de seres durante milenios, y que aún hoy sirve de mito fundacional al Estado de Israel y de justificación a sus política genocidas contra los palestinos.

Es más, las escasísimas fuentes primarias tampoco confirman la tesis tradicional. Un ejemplo significativo: Juan Damasceno (+750) intelectual y escritor en griego, perteneciente a la elite de Damasco en el momento en que supuestamente es la capital del imperio omeya «no acierta a reconocer al Islam como tal, ni siquiera sabe qué pueda ser el Corán, por más que sabe quién es Mahoma, al que incluye en su relación de herejías destacadas, en el libro La fuente del conocimiento»(4). Cita el libro de la Vaca, que como sabemos es una sura del Corán, como uno de sus numerosos(?) escritos, lo que indicaría que la compilación del texto sagrado islámico no estaba concluida aún en 750. Todo eso cuando, según las fuentes árabes, los musulmanes habían llegado triunfantes a los Pirineos después de engullir todo el norte de África y la Península Ibérica y se había enfrentado al Reino Franco en Poitiers, supuestamente bajo el mando de los califas de Damasco y la guía del Corán.

Obviamente esta historia no está escrita aún o hay que escribirla de nuevo.
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(1)Noah Harari, Sapiens. De animales a dioses. Debate. Madrid, 2014
(2)Arié, Rachel (1984), España musulmana (siglos VIII-XV). Barcelona: Labor, Historia de España III.
(3)Emilio González Ferrín, 711 – Historiología de una conquista. Aparte este pequeño trabajo es en Historia general de Al-Andalus. Almuzara, 2006 y en La angustia de Abraham. Almuzara, 2013 donde expone sus tesis con amplitud.
(4)Ibid.

15 ene 2019

¿Hacia un nuevo paradigma político?


Madeleine Albright, que fuera Secretaria de Estado con Clinton, sostiene en un reciente libro(1) que la eclosión del fascismo en los años 20 y 30 del siglo pasado se produjo por un hundimiento del centro político consecuencia a su vez de las frustraciones por el desenlace de la Gran Guerra y la crisis económica. Ambas catástrofes debilitaron y fustigaron a las clases medias, fundamento social del centro y la estabilidad.

Durante el XIX el recién estrenado parlamentarismo español se debatió entre dos extremos que apenas creían en él: aspirando unos a frenarlo y los otros a superarlo. El problema tenía una raíz social, la debilidad de las clases medias. Los políticos de la Restauración (Cánovas) pusieron sus ojos en el Reino Unido que secularmente exhibía una envidiable estabilidad turnando en el poder a sus dos grandes partidos (whigs y torys), pero no pensaron en el fundamento social del fenómeno: la enorme solidez de las clases medias en Inglaterra, consecuencia de una evolución económica peculiar. El intento de trasladar el mecanismo político sin más como si se tratara de un problema de mecánica política o de educación ciudadana resultó un fracaso rotundo(2). Cambiar los protocolos políticos es fácil, transformar la sociedad es privilegio de la economía y otra multitud de factores que se fraguan en el devenir histórico y que por su complejidad se nos presentan como caóticos o azarosos.

En el declive del XX la Transición se benefició del desarrollismo de los últimos tiempos del franquismo, arrastrado por una marea europea en esa dirección, pero que transformó a la sociedad en profundidad ‒en la presentación de la ley de Reforma Política, que abrió el camino de la Transición, dijo Suárez que se proponía «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal»‒. La sociedad, efectivamente, estaba cambiando y las sinergias que aportaron la democracia y el consenso político (Constitución, Pactos de la Moncloa…) hicieron el resto. Fueron aquellas nuevas estructuras sociales consolidadas, engrosadas y pulidas por los beneficios de la integración en Europa las que permitieron sostener un sistema de dos partidos hegemónicos ‒hoy calificado como bipartidismo con un sentido fuertemente peyorativo‒ durante casi cuarenta años, el periodo de estabilidad y paz más largo del que haya disfrutado España desde hacía doscientos años.

La crisis que se inició con el crac financiero del otoño de 2007 vino a cambiarlo todo. Es sabido que las crisis económicas profundas, crisis sistémicas, provocan a corto plazo trastornos sociales graves y a medio consecuencias políticas imprevisibles, a veces revolucionarias. Un encadenamiento lógico si bien se piensa(3). El caso es que  la crisis golpeó terriblemente a las clases medias engrosadas por cuantiosos contingentes obreros que las políticas socialdemócratas y la bonanza económica habían desclasado por elevación. La frustración subsiguiente produjo el desprestigio generalizado de la política y de los protagonistas del bipartidismo, de sindicatos e instituciones, propició la explosión del independentismo catalán, radicalizó, en fin, las posiciones políticas. En poco tiempo el centro se ha debilitado amenazando un derrumbamiento y en los extremos han surgido opciones populistas de diverso signo.

El encadenamiento de sucesos dan imagen de inevitabilidad, pero la torpeza política, perfectamente evitable, ha tenido su peso: en Cataluña ha sido evidente la mostrenca, tardía y, al fin, tibia respuesta al desafío independentista por parte del gobierno del PP, en contraste con los afectados desplantes anteriores, lo que unido a la ambigüedad de la izquierda con el problema identitario ha sembrado desconcierto entre los diezmados seguidores de uno y otro lado; por otra parte, la inoportuna resurrección del fantasma de Franco con, la todavía semifallida, inhumación de su cadaver, el nuevo pico de inmigración ilegal y la ofensiva contra la lacra del machismo han dado combustible a la extrema derecha.

Esperemos que no se cronifique la inestabilidad, como parece haber ocurrido en Italia y otros lugares, y encontremos las claves de un nuevo paradigma político que nos permita seguir avanzando sin salir del camino de la democracia avanzada en cualquier curva, de lo que nos advierte Albright en su oportunísimo libro
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1 Fascismo. Una advertencia. Paidós, 201
2 El régimen de la Restauración estableció un turno de dos partidos (Conservador y Liberal) artificialmente, copia grotesca y corrupta del británico
3. «No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política (1859)