16 feb 2019

Ante las elecciones (abril 2019)


La política española ha entrado en un proceso de centrifugación, o sea, de huida del centro, donde hasta hoy siempre se había dicho que se ganaban las elecciones. Sin embargo, desde hace algún tiempo la atracción de la periferia es tan fuerte que parece arrastrar a todos los partidos sin excepción. Las alianzas, tácitas o explícitas, que antes se gestaban en el centro ahora ni se intentan, se buscan los socios en los extremos. Hay, no sólo un proceso, sino también, y sobre todo, un afán de radicalización evidentes.

El hecho de que a los dos grandes partidos que antes se alternaban en el poder le salieran competidores creíbles, por la izquierda al de izquierdas y por la derecha al de derechas, ha tenido el curioso efecto de que ambos se han apresurado a neutralizarlos asumiendo parte de sus propuestas, aliándose con ellos e incluso emulándolos, en un intento de escapar a la crítica que los acusaba de ser indistinguibles entre sí. Una actitud incomprensible sin presuponer mala conciencia en los protagonistas. Sin duda la crítica podía hacerse y, asimismo, aceptar esa mala conciencia (autocrítica si queremos ser benevolentes) pero también es claro (los hechos son reveladores) que hemos salido de Málaga para entrar en Malagón: la aparición de los nuevos partidos lo primero que ha generado es radicalización ¿Se impondrá después con nitidez el efecto positivo, la ampliación de opciones, la claridad y diferenciación de propuestas, sobre el negativo señalado arriba?

En la izquierda Podemos, uno de los noveles en liza, se pulveriza ya porque las múltiples partículas de su composición comienzan a desagregarse conforme la dirección va revelando cada vez más claramente su querencia leninista, perdiendo progresivamente el atractivo de sus comienzos entre tantos de sus seguidores, politizados, seguramente, sólo por las circunstancias de aquel momento. Quizá el PSOE, que parecía agonizar por el deterioro interno, el desgaste por la derecha (Cs) y por la izquierda (Podemos), frene su caída por el alivio que proporciona la crisis podemita y porque Cs parece mostrar ahora más apetito por los votantes de derechas que de izquierdas. Está por ver el efecto de los ocho meses de Sánchez en la Moncloa: para unos ha sido alarmante y revelador su comportamiento con el secesionismo; para otros habría sido una muestra de la actitud dialogante que se le reclamaba a Rajoy. No lo sabremos hasta el 28 de Abril cuando se abran las urnas.

El PP tiene el problema añadido de tener que hacer frente (ahora le toca a él) a una erosión bilateral en plena efervescencia: por su lado más reaccionario, Vox, y por el más liberal, Cs. Una situación que amenaza con su jibarización, con reducirlo a una opción exclusivamente democristiana, suponiendo que el escándalo por la corrupción le haya dejado algún seguidor de esta tendencia.

El papel de Cs es equívoco: empezó a destacar como una fuerza de centro de carácter socio-liberal y revisionista en lo territorial autonómico, pero últimamente se ha decantado más por la derecha (¿A causa de la ambigüedad de la izquierda con el secesionismo o porque se imponen sus genes liberales?), lo que introduce un factor de complejidad. Desde luego, hasta ahora su crecimiento según las encuestas, que no desmienten las elecciones celebradas, es constante, aunque más lento de lo que a todas luces anhelan sus dirigentes. ¿No les conducirá la impaciencia a alguna situación irreversible, quizá a una definitiva decantación en el ecosistema de la derecha, de lo que ya se le acusa y de la que no pueda regresar?

Las elecciones convierten en candentes los interrogantes que se han planteado y abre otros, como el de si la convocatoria funcionará como acelerador de la centrifugadora o lo contrario. De lo que no parece plantear dudas es que el resultado no arreglará gran cosa porque no habrá una mayoría clara y el secesionismo no remitirá, dos problemas capitales del momento para los que no se atisban soluciones. Hemos entrado en un periodo de gobiernos frágiles con dificultades para cubrir la legislatura, gobiernos de meses al estilo italiano. Los que anhelaban el cese del cuasibipartidismo que hemos disfrutado/sufrido desde la desaparición de UCD seguramente no pensaban en este efecto, tan común, por cierto, en los sistemas parlamentarios, aunque se apliquen mecanismos electorales y constitucionales para evitarlo, como ocurre en nuestro ordenamiento.

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