26 feb 2019

EL SUEÑO DE LA POLÍTICA (TAMBIÉN) PRODUCE MOSTRUOS

Ensor - Dos esqueletos se disputan un hombre ahorcado

Si hemos de hacer caso a los políticos en liza en estas elecciones tendremos que elegir entre una pandilla de traidores, vendepatrias, ineptos, granujas, trepadores, hipócritas, fachas… Sabíamos, por la lógica de las cosas no porque nos adornen superpoderes intelectivos, que estas cualidades se reparten aleatoriamente entre los componentes de cualquier ciudadanía y que a los políticos se les aplican con más frecuencia por la tendencia de todo hijo de vecino a culpar de sus problemas a quien ostenta algún poder, eludiendo así su propia responsabilidad o, simplemente, porque es cómodo y siempre encuentra audiencia. Lo que choca es que los afectados por tan malvada costumbre la hayan comprado para aplicarla sin excepción y sin pausa a todos sus oponentes, produciendo la sensación de que las cualidades personales de los candidatos son aterradoras y de que los partidos son maquinarias infernales dedicadas a promover en exclusiva las carreras políticas de sus miembros al margen de cualquier consideración ética y a distancia astronómica de los intereses verdaderos de los ciudadanos, de los que, por cierto, todos hablan para lamentar que están a la intemperie y sin que a ninguno, de los otros, le importe un comino. Parece que todos los partidos hubieran acabado por adoptar el mismo programa, a saber: desalojar, o alejar lo más posible del poder a los oponentes, dada la peligrosidad letal de sus intenciones, dejando en un segundo término lo que siempre entendimos por programa. 


El populismo que nos invade parece estar alcanzando sus últimos objetivos: se ha contagiado a todos, demostración palmaria de que nadie era inmune; la propia clase política se autodescalifica al culparse unos a otros de haber corrompido sus objetivos originarios; se demoniza la negociación y el pacto, como si parlamento no tuviera nada que ver con parlamentar, que no es sino hablar para zanjar diferencias; y, en fin, empieza a desaparecer cualquier esperanza de regeneración desde la política. Es el momento del gran populista, el gran hermano que, como el Comandante de la canción (el nuestro era general), llegue y mande parar (Y en eso llegó Fidel/ y se acabó la diversión/Llegó el comandante y mandó parar). 

Digo que es el momento, no que vaya a ocurrir. Afortunadamente no hay comandantes ni generales a la vista y por otra parte desde hace tiempo (nos lo dijo Marx) sabemos que la historia siempre ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia, la segunda como una miserable farsa

Si he de ser sincero me alivia que se haya pasado el tiempo de la tragedia, estamos en el de la repetición, pero me deprime profundamente que nos espere una payasada infame. De hecho, juraría que ya estamos viendo el introito.

16 feb 2019

Ante las elecciones (abril 2019)


La política española ha entrado en un proceso de centrifugación, o sea, de huida del centro, donde hasta hoy siempre se había dicho que se ganaban las elecciones. Sin embargo, desde hace algún tiempo la atracción de la periferia es tan fuerte que parece arrastrar a todos los partidos sin excepción. Las alianzas, tácitas o explícitas, que antes se gestaban en el centro ahora ni se intentan, se buscan los socios en los extremos. Hay, no sólo un proceso, sino también, y sobre todo, un afán de radicalización evidentes.

El hecho de que a los dos grandes partidos que antes se alternaban en el poder le salieran competidores creíbles, por la izquierda al de izquierdas y por la derecha al de derechas, ha tenido el curioso efecto de que ambos se han apresurado a neutralizarlos asumiendo parte de sus propuestas, aliándose con ellos e incluso emulándolos, en un intento de escapar a la crítica que los acusaba de ser indistinguibles entre sí. Una actitud incomprensible sin presuponer mala conciencia en los protagonistas. Sin duda la crítica podía hacerse y, asimismo, aceptar esa mala conciencia (autocrítica si queremos ser benevolentes) pero también es claro (los hechos son reveladores) que hemos salido de Málaga para entrar en Malagón: la aparición de los nuevos partidos lo primero que ha generado es radicalización ¿Se impondrá después con nitidez el efecto positivo, la ampliación de opciones, la claridad y diferenciación de propuestas, sobre el negativo señalado arriba?

En la izquierda Podemos, uno de los noveles en liza, se pulveriza ya porque las múltiples partículas de su composición comienzan a desagregarse conforme la dirección va revelando cada vez más claramente su querencia leninista, perdiendo progresivamente el atractivo de sus comienzos entre tantos de sus seguidores, politizados, seguramente, sólo por las circunstancias de aquel momento. Quizá el PSOE, que parecía agonizar por el deterioro interno, el desgaste por la derecha (Cs) y por la izquierda (Podemos), frene su caída por el alivio que proporciona la crisis podemita y porque Cs parece mostrar ahora más apetito por los votantes de derechas que de izquierdas. Está por ver el efecto de los ocho meses de Sánchez en la Moncloa: para unos ha sido alarmante y revelador su comportamiento con el secesionismo; para otros habría sido una muestra de la actitud dialogante que se le reclamaba a Rajoy. No lo sabremos hasta el 28 de Abril cuando se abran las urnas.

El PP tiene el problema añadido de tener que hacer frente (ahora le toca a él) a una erosión bilateral en plena efervescencia: por su lado más reaccionario, Vox, y por el más liberal, Cs. Una situación que amenaza con su jibarización, con reducirlo a una opción exclusivamente democristiana, suponiendo que el escándalo por la corrupción le haya dejado algún seguidor de esta tendencia.

El papel de Cs es equívoco: empezó a destacar como una fuerza de centro de carácter socio-liberal y revisionista en lo territorial autonómico, pero últimamente se ha decantado más por la derecha (¿A causa de la ambigüedad de la izquierda con el secesionismo o porque se imponen sus genes liberales?), lo que introduce un factor de complejidad. Desde luego, hasta ahora su crecimiento según las encuestas, que no desmienten las elecciones celebradas, es constante, aunque más lento de lo que a todas luces anhelan sus dirigentes. ¿No les conducirá la impaciencia a alguna situación irreversible, quizá a una definitiva decantación en el ecosistema de la derecha, de lo que ya se le acusa y de la que no pueda regresar?

Las elecciones convierten en candentes los interrogantes que se han planteado y abre otros, como el de si la convocatoria funcionará como acelerador de la centrifugadora o lo contrario. De lo que no parece plantear dudas es que el resultado no arreglará gran cosa porque no habrá una mayoría clara y el secesionismo no remitirá, dos problemas capitales del momento para los que no se atisban soluciones. Hemos entrado en un periodo de gobiernos frágiles con dificultades para cubrir la legislatura, gobiernos de meses al estilo italiano. Los que anhelaban el cese del cuasibipartidismo que hemos disfrutado/sufrido desde la desaparición de UCD seguramente no pensaban en este efecto, tan común, por cierto, en los sistemas parlamentarios, aunque se apliquen mecanismos electorales y constitucionales para evitarlo, como ocurre en nuestro ordenamiento.

10 feb 2019

EL PÉNDULO


Hace tan sólo unos años teníamos la certeza de caminar hacia un mundo globalizado: los estados nacionales que se fraguaron en el occidente a la salida del medievo y que el imperialismo y la colonización extendió por todo el orbe nos parecían haber llegado a un ocaso tranquilo; los procesos de integración económica, mercados comunes, zonas de libre cambio, uniones aduaneras, emergían como setas en otoño y diluían las fronteras, reliquias de tiempos menos felices; las instituciones internacionales, políticas, jurídicas, económicas, culturales… parecían estar creando una estructura global para el mundo futuro, pero que ya estaba a la vuelta de la esquina; incluso los movimientos atiglobalización, que periódicamente estallaban en convulsiones populares (Seatle 1999, Praga 2000, Barcelona 2001…) levantaban acta de que el proceso globalizador era un hecho, al parecer imparable. Unos se felicitaban, otros se alarmaban ante los cambios, pero nadie podía negarlos. Pese a las discrepancias, por todas partes se respiraba el optimismo de los nuevos tiempos en construcción.

En una década escasa el panorama ha cambiado sustancialmente: muchos procesos de integración han fracasado, están estancados o viven situaciones de crisis alarmantes (UE); por todas partes los estados nacionales se rearman ideológicamente resucitando doctrinas nacionalistas por cuya reaparición nadie hubiera apostado un céntimo ayer mismo; la manía identitaria, grotesca contrafigura de la globalización, amenaza incluso la integridad de estados seculares; y, para colmo, proliferan los mandatarios perturbados, encumbrados por electores no menos enloquecidos, hasta en lo que fue el corazón y el cerebro del mundo occidental en al menos dos tercios del pasado siglo. El péndulo ha cambiado de sentido y ahora regresa arruinando las esperanzas que se habían levantado, quizás imprudentemente. Como entonces pero a la inversa, pese a las discrepancias, por todas partes se respira el pesimismo de los nuevos tiempos en destrucción.

Entre un momento y el otro una gran crisis económica, que no acaba de convertirse en recuerdo, es el único elemento visible (o es tan evidente que deja en sombras a los demás posibles) que pueda cargar con las sospechas en la responsabilidad del cambio de sentido. Lo cierto es que la inquietud social y política no parece sino uno de los últimos latigazos de la conmoción económica. Lo que es más difícil de entrever es el paisaje después de la lluvia(1) que nos legarán los tiempos porque las tribulaciones del presente lo velan por completo. Por su parte, los falsos profetas no hacen sino enturbiarlo más. De hecho, como las profecías se construyen con los materiales del presente, las prospecciones del futuro que se nos ofrecen tienen sin excepción los tintes oscuros de la distopía. Nos cantó Dante que en las puertas del infierno lucía la divisa: Abandonad toda esperanza y, como del averno no cabe imaginar nada constructivo, quizá aquel frontispicio se había levantado con materiales reutilizados de los derribos que han ocasionado los golpes de péndulo de la historia, como éste que nos tocó vivir. En alguna escombrera yacería el lema; en alguna otra acabarán los emblemas de hoy, despojados ya de las esperanzas y los impulsos vitales que los crearon. Material arqueológico.
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(1)La ilustración que encabeza este texto es Europa después de la lluvia de Max Ernst. Una visión onírica de la Europa de posguerra.

4 feb 2019

¿La democracia en peligro?


El presente nunca tuvo buena prensa: o añoramos el pasado («Cualquier tiempo pasado fue mejor») o anhelamos el futuro, aunque sea un poco sombrío («…y tan alta vida espero/ que muero porque no muero»). Eso decían los clásicos, y porque en nuestros días sigue siendo un hábito de lo más común, merece la pena romper una lanza por hogaño. Por ejemplo: está de moda rasgarse las vestiduras y clamar por la democracia que muchos ven en peligro inminente de desaparición; otros, por lo menos yo mismo, pensamos que es más significativo destacar la general (global, habría que decir) convicción de que es el mejor y más deseable sistema político.

Podemos no estar contentos con lo que ocurre en el mundo, incluso estar alarmados por la deriva de tantas cosas (que cada cual ponga aquí sus fantasmas favoritos), pero es innegable que la democracia se considera un valor, por lo que casi todos los regímenes que son y han sido desde hace más de un siglo la reclaman para sí, a veces con algún sospechoso apellido (democracia orgánica decía el franquismo, democracias populares los comunismos de posguerra, bolivariana en la Venezuela de hoy…) o con su nombre de toda la vida, sin acompañamiento pero con extraños contenidos discriminadores, teocráticos, despóticos, autocráticos, etc., etc. La cosa (la ascensión a los cielos de la democracia) empezó con la derrota de los totalitarismos fascistas en 1945 (el prólogo lo había puesto el prestigio que alcanzó USA tras la Gran Guerra) y dio un salto de gigante con la implosión de la Unión Soviética cuando terminaba el siglo.

No había sido siempre así. El sistema que pusieran en práctica los atenienses del siglo V antes de nuestra era, no con demasiado éxito, habría que decir (en sentido estricto no duró mucho más de 40 años, aunque algunos la remonten hasta Clístenes), fue considerado aberrante y contra natura en su propio tiempo histórico (Platón), por supuesto también después y a lo largo de muchos siglos. Con la excepción de algunas experiencias urbanas en la Baja Edad Media, relacionadas con la efervescencia mercantil de aquel momento y que, tirando de generosidad, podemos calificar de democráticas, no volvió a aparecer hasta finales del XVIII en América del Norte, adornada ya con el imprescindible suplemento de los derechos humanos (por mucho que entonces sólo alcanzaran de lleno a los varones y a los que tenían color de piel no demasiado oscuro). Después penetró lentamente, con muchas dificultades y alternativas, en los regímenes republicanos y parlamentarios de todo Occidente, perfeccionándose en el camino y consolidando, puliendo y ampliando los derechos.

Pero, todavía en el XIX la iglesia católica abominaba públicamente en púlpitos y encíclicas papales del parlamentarismo, el liberalismo y la democracia porque para ella eran un evidente contradiós. La izquierda por su parte luchaba abiertamente por la destrucción de la democracia, a la que aplicaba el calificativo de burguesa, para establecer una dictadura del proletariado y cuando algunos de entre ellos comenzaron a aceptar la lucha parlamentaria para introducir reformas en el capitalismo en lugar de optar por la revolución fueron tildados de reformistas, revisionistas y socialdemócratas con toda la carga peyorativa posible y antes de que esas palabras se convirtieran en respetables. Ya en el XX los fascismos alardeaban sin tapujos de utilizar los derechos que proporcionaba la democracia para destruirla, a la vez que ironizaban con aquello de que «morir por la democracia es como morir por el sistema métrico decimal» por si cabía alguna duda de su desprecio por tal sistema.

Hoy es tan políticamente incorrecto proclamarse antidemócrata que no existe formación política alguna que lo haga. Tanto las iglesias como los partidos de extrema derecha o extrema izquierda ocultan como pueden sus instintos totalitarios utilizando sin rubor un lenguaje extraído de los arsenales democráticos. Nuevos populismos que difuminan la frontera entre democracia y demagogia (vocablo con que los griegos designaban la pretensión o práctica de conducir a la ciudadanía como a un rebaño). Son constructores de trampas, rediles dialécticos, para que incautos de todas las tendencias extraídos de la masa de descontentos y frustrados, que producen profusamente los momentos de crisis, queden atrapados, engrosando un rebaño que confunde el balido con la protesta. Cuando triunfan en las urnas y se encaraman en el poder hacen lo posible por mantener apariencias democráticas, corrompiendo sus formas pero conservando trazas, vestigios que sostengan la ficción. El muestrario en nuestros días es numeroso, disperso y variopinto: Venezuela, Turquía, Israel, Rusia… Incluso es posible encontrarlos en el seno de la UE: Polonia, Hungría… Muchos de esos países nunca disfrutaron la democracia o la vivieron tutelada, mutilada o de escasa calidad. En realidad hoy el peligro consiste más en la degradación, la erosión y la corrupción del sistema, que no es poco, que en su desaparición.

La democracia es ahora un concepto político que ha escalado los altares, de donde será difícil apearlo. Así sea.