27 sept 2013

Trabajo y vida

El mercado tiene una lógica perversa vista desde los muy humanos intereses de los individuos que están sometidos a él. En los albores de la revolución industrial el mercado de trabajo se vio alterado por la introducción de máquinas que aumentaban significativamente la productividad. El primer impacto fue profundamente negativo para los obreros que en lugar de mejorar su situación se veían amenazados por el desempleo (cada hiladora o tejedora mecánica hacía el trabajo de decenas de peones), lo que presionó a la baja sus raquíticos salarios por la sobreabundancia de mano de obra y empeoró su situación general. Además el mercado laboral era inundado por una avalancha de gentes expulsadas del campo, en donde también había entrado la lógica capitalista. Sólo una tenaz y difícil lucha colectiva, sindical y política, logro después de varias generaciones un equilibrio y convivencia menos traumática con el avance tecnológico y los cambios de modelo económico social. Hoy la revolución industrial se nos presenta como un gigantesco salto adelante, pero sus protagonistas tuvieron otra experiencia.

20 sept 2013

De la transición a la secesión

En los años de la transición algunos pensábamos que el nacionalismo periférico (vasco y catalán), aliado en la lucha contra la dictadura, debería haber obtenido la satisfacción de sendos referendos en sus respectivos territorios, que hubieran aclarado definitivamente su anclaje en el Estado. Es obvio que en aquellos momentos el voto secesionista no hubiera superado el 25% en el mejor de los casos. Una parte importante de la izquierda abogaba por esta solución. Pero precisamente porque los unitarios a ultranza eran una aplastante mayoría se opto por ningunear esa opinión, optando por hacer de la negación una cuestión de principios. La semilla de la frustración nacionalista quedaba sembrada.

13 sept 2013

Cataluña

Que Cataluña sea una nación y tenga por tanto el derecho a construir un estado y aspirar a su independencia o que sea parte integrante e inseparable de España son creencias. Podemos aportar argumentos de todo tipo a favor de una u otra proposición, pero, en última instancia, lo que nos hará quedarnos con una de ellas estará más ligado a las emociones que suscita cada situación que al sopesado frío y objetivo de los razonamientos, suponiendo que eso sea posible en estos casos.

El DRAE después de informar de que creencia es un “firme asentimiento o conformidad con algo” nos proporciona otra acepción: “Religión, doctrina”. El sentimiento nacionalista, se dé en Cataluña, en el resto de España o donde sea, no necesita demostraciones científicas para sus asertos, le basta con indicios, tan leves a veces que otros pueden utilizarlos para llegar a las conclusiones contrarias. En realidad los conceptos con los que se juega, nación, pueblo, soberanía, relato histórico, son tan ambiguos y faltos de realidad material que cabe siempre cualquier conclusión. No digo que el nacionalismo sea una religión, pero sí que es un fenómeno de la misma índole. Un sentimiento que nace en la misma región de nuestro cerebro y está construido con idénticos mimbres. Por supuesto, como con cualquier emoción, caben enfriamientos inesperados, exaltaciones sorpresivas, contagios colectivos… Siempre de difícil explicación.