El
mercado tiene una lógica perversa vista desde los muy humanos intereses de los
individuos que están sometidos a él. En los albores de la revolución industrial
el mercado de trabajo se vio alterado por la introducción de máquinas que
aumentaban significativamente la productividad. El primer impacto fue
profundamente negativo para los obreros que en lugar de mejorar su situación se
veían amenazados por el desempleo (cada hiladora o tejedora mecánica hacía el
trabajo de decenas de peones), lo que presionó a la baja sus raquíticos
salarios por la sobreabundancia de mano de obra y empeoró su situación general.
Además el mercado laboral era inundado por una avalancha de gentes expulsadas
del campo, en donde también había entrado la lógica capitalista. Sólo una tenaz
y difícil lucha colectiva, sindical y política, logro después de varias
generaciones un equilibrio y convivencia menos traumática con el avance
tecnológico y los cambios de modelo económico social. Hoy la revolución
industrial se nos presenta como un gigantesco salto adelante, pero sus protagonistas
tuvieron otra experiencia.
Los
momentos de transición, de cambio de modelo, son, además de complejos,
decisivos para un largo futuro. Las estructuras socioeconómicas de la segunda
mitad del XX, marcadas por el crecimiento y la generalización del bienestar en
occidente y otras áreas desarrolladas, hunde sus cimientos en la reacción del
proletariado que opuso a la dureza del mercado en tiempos de la revolución
industrial un movimiento obrero que, a la larga, generó, directa o
indirectamente, las condiciones necesarias.
Un
nuevo salto tecnológico (electrónica, robótica, informática) está, desde
finales del XX, transformando profundamente los procesos productivos de bienes
y servicios y, como no podía ser menos, alterando intensamente el mercado
laboral: 1) ha incrementado exponencialmente la productividad, cuya
potencialidad última estamos lejos de ver todavía, enviando a millones al
subempleo o al paro; 2) con la revolución de las comunicaciones se ha
completado la globalización que permite al capital operar en cualquier mercado
del mundo con plena eficacia e instantaneidad, lo que ha situado al sector
financiero en la cabeza de la economía; 3) por lo mismo, el capital puede
utilizar sin ningún problema la mano de obra más conveniente para sus intereses
en cualquier rincón del planeta; 4) los progresos del librecambio, ideología
común de la élite financiera y la más compatible con la globalización, está
desmontando los últimos mercados protegidos que mantenían reservas de empleo en
los antiguos países industrializados.
Hace
unos años, cuando entreveíamos parte de esto (aumento de la productividad) para
el futuro inmediato, nos felicitábamos porque parecía que todo se resolvería
reduciendo las jornadas sin merma de la renta, y con el añadido de la extensión
del bienestar al resto del mundo. Pensábamos con la lógica socialdemócrata del
Estado del bienestar. Nada más lejos de la realidad. La hegemonía del
ultraliberalismo y la crisis económica (no es casual que se presenten
asociados) nos abocan al escenario contrario, más parecido a la situación que
describía arriba que al “paraíso” socialdemócrata: de momento el capital
prefiere un ejército de desempleados compitiendo por unos pocos puestos de
trabajo temporal o de media jornada; el recurso de toda la vida.
Hace
sólo unos días escribía Ruiz Soroa en El País:
«(…)nunca habrá ya buenos trabajos para todos porque nunca se precisará de tanto trabajo humano. Y si eso es así, la única salida social posible es romper la conexión hasta hoy ineluctable entre trabajo y supervivencia. La sociedad deberá garantizar la vida digna a todos con independencia de que trabajen o no. Algo que implica un cambio revolucionario, no tanto en la práctica económica (en donde en realidad se consumen ya hoy enormes esfuerzos fiscales para mantener trabajos no necesarios), como en las mentes. Resultará muy difícil (y tendrá consecuencias sociales probablemente insospechadas) avanzar en una desvinculación manifiesta entre trabajo y vida.»
En
el XIX una situación similar, como se ha visto, se resolvió reduciendo la
jornada a 8 horas, aunque hubo que romper el prejuicio burgués de que los hábitos
inveterados del proletariado (abulia, alcoholismo, prostitución, desestructuración
familiar…) se incrementarían con el ocio; ítem más, los intereses de los
empresarios que profetizaban nada menos que el hundimiento del sistema. Romper
la conexión entre trabajo y supervivencia es un salto mayor, pero probablemente
necesario. En esa dirección van
propuestas como la llamada Renta
Básica de Ciudadanía que tendría que romper similares prejuicios e
intereses con una “larga marcha” como la de la jornada de 8 horas.
Lo
cierto es que los cambios que estamos viviendo son trascendentales, pero por
ahora no vemos elementos que nos permitan esperar un futuro mejor, todo lo
contrario. Quizás los protagonistas de aquella coyuntura decimonónica con la
que nos hemos comparado tuvieron sensaciones parecidas.
2 comentarios:
La investigación científica y el avance tecnológico, que han provocado, provocan y provocarán situaciones de paro, miseria y exclusión social de un sector de la clase trabajadora, han transcurrido, transcurren y transcurrirán por un mismo sendero: el que conduce al beneficio de los grupos sociales que financian esa investigación y ese desarrollo tecnológico. Por ejemplo, los laboratorios farmacéuticos jamás invertirán un euro en medicamentos que no alcancen un mínimo de ventas rentable, paralelo al número de enfermos que los precisan: las enfermedades minoritarias o propias de los estratos más bajos y menos pudientes, dado su modo de vida, no interesan. Así podríamos tener muchos ejemplos, como el del freno de la investigación en energías alternativas, impuesto por las multinacionales del petróleo. Etc. Amigo Arcadio, tengo en mi archivo un par de poemas, al menos, en los que se expresa la situación que describes, con el lamento del obrero ante la llegada de la máquina. Salud(os).
Un saludo amigo Jaramos. Parece que ambos hemos sobrevivido a las vacaciones sin daños visibles.
Nos vemos por aquí y en tu casa.
un abrazo
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