16 ago 2010

Máscaras

Quizá no sea muy conocido pero el término persona proviene del griego prósopon, que no era otra cosa que la máscara con la que los actores se cubrían el rostro en las actuaciones teatrales adquiriendo así la personalidad adecuada. Que la persona es pura apariencia será un pensamiento filosófico más o menos complaciente con el género humano, pero tiene un fundamento en la más antigua realidad. Luego vinieron los romanos e inventaron la distinción entre persona física y persona jurídica. La primera es la persona natural, es decir, nosotros tal y como nos parió nuestra madre, por debajo de todas las máscaras que después nos proporcione la vida; la segunda es también un sujeto, pero no físico, sino una institución, una entidad “creada por una o más personas físicas para cumplir un papel”, o sea, una invención. Aparentemente la primera tiene una vida más satisfactoria y si antes de nacer nos preguntaran “Ud. ¿qué quiere ser, persona física o persona jurídica?” Estoy seguro que, dada la ingenuidad que se presume del nasciturus, todos optaríamos por la primera. Pero las apariencias engañan y más en esto de las personas, por eso lo de los griegos, el teatro y las máscaras. Muchas personas físicas, alcanzada su madurez, descubren una irrefrenable vocación de persona jurídica y, ni cortas ni perezosas, se transforman, con menos gasto, menos riesgo y más aceptación social que el de los transexuales en el cambio de sexo.

IRPF son unas siglas que inventó la hacienda del Estado moderno y que encierran un instrumento de exacción fiscal sumamente eficiente, que castiga (por emplear un término ajustado a las sensaciones del sujeto) a las personas físicas, dicen (sólo los ingenuos lo creen) que sin distinción. Como por razones misteriosas, que los profanos no alcanzamos a comprender, las personas jurídicas son tratadas con mayor benevolencia por el Tesoro público, no hay persona física que no aspire a ese paraíso fiscal de andar por casa y que vemos, con envidia cochina, que alcanzan buen número de avisados convecinos. Así, aunque conserven la apariencia de personas físicas (se deleitan igualmente con los placeres de la vida, más incluso que los otros), cuando el fisco los convoca se presentan con la máscara de persona jurídica y se van de rositas:

–¿Es Ud. Juan Palomo, el del Miguel y la Eulalia.

–No señor, yo soy Juan Palomo S.L. ¿Se debe algo?

–No nada, Ud. Perdone, se trataba de una confusión.

La naturaleza es muy sabia y en otros tiempos habría tomado nota inmediatamente y habría empezado una evolución, de manera que andando el tiempo todos trajéramos de nacimiento la condición esa de persona jurídica; pero, ¡ay! este carácter tan conveniente no se puede transmitir a futuras generaciones vía herencia genética porque los listillos, de tontos ni un pelo, han dejado la tarea de la reproducción en la mayoría de los casos para los demás.

¿Qué por qué se me ocurre hablar de esto ahora que ni es campaña fiscal ni nada? Porque he leído en un periódico sobre el particular y porque hay heridas que nunca se curan de verdad ¿Vale?

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