31 ago 2011

¿A quién culpar?

(Después del silencio veraniego esperaba poder iniciar la actividad en el blog con temas novedosos, pero la realidad se impone, erre que erre la economía y la dichosa crisis de la deuda casi nos impiden pensar en otra cosa. Un saludo a todos los amigos que me siguen y que sigo).

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        Hay animales a los que sólo les falta hablar, a los mercados con los que nos ha tocado tratar sólo les falta morder. El caso es que el comportamiento de las mascotas no es más que la respuesta de los imperativos grabados en su adn a las circunstancias del momento; los mercados, frente a los que gustan de humanizarlo todo, son sólo una pieza de un mecanismo, que no podría comportarse de otro modo en circunstancias similares. Culpar de la situación actual a la codicia de algunos agentes económicos es tan acertado como culpar de una epidemia a los pecados de los hombres. Ya traté este asunto en otro momento (Un predicador en la bolsa).  
Más de un año después seguimos en las mismas. Se habla de que los mercados son insaciables e imponen la pauta a los gobiernos (que creíamos soberanos) de nuestras democracias. La respuesta espontánea suele ser la indignación contra los gobiernos que ceden y contra los mercados que presionan. Erramos el tiro. De los mercados formamos parte todos, como prestatarios y como prestamistas, individualmente y porque participamos de alguna corporación que actúa en ellos (no olvidemos que el superávit, que aún existe, de las pensiones españolas participa como un fondo más de la compra masiva de deuda española y especula con ella como cualquier otro, amén de los fondos que los ahorradores particulares puedan contratar). Respecto de las administraciones lo que podemos reprocharles no es que cedan ahora (no cabe otra alternativa) sino que se hayan endeudado sólo porque el dinero era barato (gracias a la política del BCE que ahora tanto nos irrita) y los proyectos faraónicos que alimentaba el populismo, al que tan dados somos, resultaban asequibles sin necesidad del recurso a la presión fiscal que tanto nos disgusta. Los particulares hicimos otro tanto, y las entidades financieras lo estimularon todo porque la fiesta les rendía pingües beneficios.

La indignación no hay que dirigirla contra un gobierno que pone en la Constitución un techo de gasto en un intento de hacer creíble la cara de buen pagador que las cifras macroeconómicas de cada día hacen descomponer, sino en él mismo por haber pasado la época de bonanza en la inopia sin prever un futuro más negro, en los de las Comunidades y en los municipios por haber gastado sin freno; por último, en nosotros por hacer lo mismo y porque teniendo en la mano la clave del voto no supimos exigir lo que convenía realmente y nos dejamos comprar con un populismo de baja estofa.

Esta es una economía de mercado, como gustan de decir los economistas; o sea, esto es el capitalismo ¿Qué esperábamos? En una economía de mercado manda el mercado, o lo que es lo mismo, en el capitalismo manda el capital, y, como dicta la experiencia, el mercado capitalista funciona con crisis; la crisis incrementa el gasto y reduce los ingresos; la crisis como las tormentas o los terremotos hay que preverlas. Tampoco es tan difícil, se han estudiado y tipificado hasta la saciedad (tuvimos una en el 73, otra en el 83, una más en el 92, de nuevo en 2000, tocaba otra en torno a 2008; son los ciclos medios o de Juglar), lo que es más difícil de anticipar es su magnitud y su especificidad; sin embargo, todas nos cogen desprevenidos. ¿Quién piensa en estrecheces cuando reina la prosperidad?

Precisamente lo que cabe reprocharle al gobierno, especialmente al Ministerio de Economía y Hacienda (Solbes), es que sabiendo que nuestra prosperidad era doblemente falsa porque cabalgábamos sobre la gran burbuja de la construcción, no aplicara políticas adecuadas por muy impopulares que hubieran sido. Ahora, seguramente no se puede hacer nada muy diferente de lo que se está haciendo. Hagámoslo, pero hagamos también autocrítica, a todos los niveles, porque no hay ninguno exento de responsabilidad.