Madeleine
Albright, que fuera Secretaria de Estado con Clinton, sostiene en un reciente
libro(1) que la eclosión del
fascismo en los años 20 y 30 del siglo pasado se produjo por un hundimiento del
centro político consecuencia a su vez de las frustraciones por el desenlace de
la Gran Guerra y la crisis económica. Ambas catástrofes debilitaron y
fustigaron a las clases medias, fundamento social del centro y la estabilidad.
Durante el XIX el
recién estrenado parlamentarismo español se debatió entre dos extremos que
apenas creían en él: aspirando unos a frenarlo y los otros a superarlo. El
problema tenía una raíz social, la debilidad de las clases medias. Los
políticos de la Restauración (Cánovas)
pusieron sus ojos en el Reino Unido que secularmente exhibía una envidiable
estabilidad turnando en el poder a sus dos grandes partidos (whigs y torys), pero no pensaron en el fundamento social del fenómeno: la
enorme solidez de las clases medias en Inglaterra, consecuencia de una evolución
económica peculiar. El intento de trasladar el mecanismo político sin más como
si se tratara de un problema de mecánica política o de educación ciudadana resultó
un fracaso rotundo(2).
Cambiar los protocolos políticos es fácil, transformar la sociedad es
privilegio de la economía y otra multitud de factores que se fraguan en el
devenir histórico y que por su complejidad se nos presentan como caóticos o
azarosos.
En el declive del
XX la Transición se benefició del desarrollismo de los últimos tiempos del
franquismo, arrastrado por una marea europea en esa dirección, pero que
transformó a la sociedad en profundidad ‒en la presentación de la ley de
Reforma Política, que abrió el camino de la Transición, dijo Suárez que se
proponía «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es
simplemente normal»‒. La sociedad,
efectivamente, estaba cambiando y las sinergias que aportaron la democracia y
el consenso político (Constitución, Pactos de la Moncloa…)
hicieron el resto. Fueron aquellas nuevas estructuras sociales consolidadas,
engrosadas y pulidas por los beneficios de la integración en Europa las que
permitieron sostener un sistema de dos partidos hegemónicos ‒hoy calificado
como bipartidismo con un sentido fuertemente peyorativo‒ durante casi cuarenta
años, el periodo de estabilidad y paz más largo del que haya disfrutado España
desde hacía doscientos años.
La crisis que se
inició con el crac financiero del otoño de 2007 vino a cambiarlo todo. Es
sabido que las crisis económicas profundas, crisis sistémicas, provocan a corto
plazo trastornos sociales graves y a medio consecuencias políticas
imprevisibles, a veces revolucionarias. Un encadenamiento lógico si bien se
piensa(3). El caso es
que la crisis golpeó terriblemente a las
clases medias engrosadas por cuantiosos contingentes obreros que las políticas socialdemócratas
y la bonanza económica habían desclasado por elevación. La frustración
subsiguiente produjo el desprestigio generalizado de la política y de los
protagonistas del bipartidismo, de sindicatos e instituciones, propició la
explosión del independentismo catalán, radicalizó, en fin, las posiciones
políticas. En poco tiempo el centro se ha debilitado amenazando un
derrumbamiento y en los extremos han surgido opciones populistas de diverso
signo.
El encadenamiento
de sucesos dan imagen de inevitabilidad, pero la torpeza política,
perfectamente evitable, ha tenido su peso: en Cataluña ha sido evidente la mostrenca,
tardía y, al fin, tibia respuesta al desafío independentista por parte del
gobierno del PP, en contraste con los afectados desplantes anteriores, lo que unido a la ambigüedad de la
izquierda con el problema identitario ha sembrado desconcierto entre los
diezmados seguidores de uno y otro lado; por otra parte, la inoportuna
resurrección del fantasma de Franco con, la todavía semifallida, inhumación de
su cadaver, el nuevo pico de inmigración ilegal y la ofensiva contra la lacra
del machismo han dado combustible a la extrema derecha.
Esperemos que no
se cronifique la inestabilidad, como parece haber ocurrido en Italia y otros
lugares, y encontremos las claves de un nuevo paradigma político que nos
permita seguir avanzando sin salir del camino de la democracia avanzada en
cualquier curva, de lo que nos advierte Albright en su oportunísimo libro
_______________________
1 Fascismo. Una
advertencia. Paidós, 201
2 El régimen de la Restauración estableció un turno de
dos partidos (Conservador y Liberal) artificialmente, copia grotesca y corrupta
del británico
3. «No es la
conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser
social es lo que determina su conciencia». Karl Marx, Contribución a la
crítica de la economía política (1859)
1 comentario:
Después de haber militado algunos años en UPyD he tenido el "privilegio" de vivir en primera persona la debilidad que hoy tienen en España los planteamientos de centro. Y cada día los extremos gritan más fuerte y los centrados incrementan su capacidad de hacer el indio. Seguramente porque, como bien dices, carecen de una clase media potente que los apoye.
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