15 ene 2019

¿Hacia un nuevo paradigma político?


Madeleine Albright, que fuera Secretaria de Estado con Clinton, sostiene en un reciente libro(1) que la eclosión del fascismo en los años 20 y 30 del siglo pasado se produjo por un hundimiento del centro político consecuencia a su vez de las frustraciones por el desenlace de la Gran Guerra y la crisis económica. Ambas catástrofes debilitaron y fustigaron a las clases medias, fundamento social del centro y la estabilidad.

Durante el XIX el recién estrenado parlamentarismo español se debatió entre dos extremos que apenas creían en él: aspirando unos a frenarlo y los otros a superarlo. El problema tenía una raíz social, la debilidad de las clases medias. Los políticos de la Restauración (Cánovas) pusieron sus ojos en el Reino Unido que secularmente exhibía una envidiable estabilidad turnando en el poder a sus dos grandes partidos (whigs y torys), pero no pensaron en el fundamento social del fenómeno: la enorme solidez de las clases medias en Inglaterra, consecuencia de una evolución económica peculiar. El intento de trasladar el mecanismo político sin más como si se tratara de un problema de mecánica política o de educación ciudadana resultó un fracaso rotundo(2). Cambiar los protocolos políticos es fácil, transformar la sociedad es privilegio de la economía y otra multitud de factores que se fraguan en el devenir histórico y que por su complejidad se nos presentan como caóticos o azarosos.

En el declive del XX la Transición se benefició del desarrollismo de los últimos tiempos del franquismo, arrastrado por una marea europea en esa dirección, pero que transformó a la sociedad en profundidad ‒en la presentación de la ley de Reforma Política, que abrió el camino de la Transición, dijo Suárez que se proponía «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal»‒. La sociedad, efectivamente, estaba cambiando y las sinergias que aportaron la democracia y el consenso político (Constitución, Pactos de la Moncloa…) hicieron el resto. Fueron aquellas nuevas estructuras sociales consolidadas, engrosadas y pulidas por los beneficios de la integración en Europa las que permitieron sostener un sistema de dos partidos hegemónicos ‒hoy calificado como bipartidismo con un sentido fuertemente peyorativo‒ durante casi cuarenta años, el periodo de estabilidad y paz más largo del que haya disfrutado España desde hacía doscientos años.

La crisis que se inició con el crac financiero del otoño de 2007 vino a cambiarlo todo. Es sabido que las crisis económicas profundas, crisis sistémicas, provocan a corto plazo trastornos sociales graves y a medio consecuencias políticas imprevisibles, a veces revolucionarias. Un encadenamiento lógico si bien se piensa(3). El caso es que  la crisis golpeó terriblemente a las clases medias engrosadas por cuantiosos contingentes obreros que las políticas socialdemócratas y la bonanza económica habían desclasado por elevación. La frustración subsiguiente produjo el desprestigio generalizado de la política y de los protagonistas del bipartidismo, de sindicatos e instituciones, propició la explosión del independentismo catalán, radicalizó, en fin, las posiciones políticas. En poco tiempo el centro se ha debilitado amenazando un derrumbamiento y en los extremos han surgido opciones populistas de diverso signo.

El encadenamiento de sucesos dan imagen de inevitabilidad, pero la torpeza política, perfectamente evitable, ha tenido su peso: en Cataluña ha sido evidente la mostrenca, tardía y, al fin, tibia respuesta al desafío independentista por parte del gobierno del PP, en contraste con los afectados desplantes anteriores, lo que unido a la ambigüedad de la izquierda con el problema identitario ha sembrado desconcierto entre los diezmados seguidores de uno y otro lado; por otra parte, la inoportuna resurrección del fantasma de Franco con, la todavía semifallida, inhumación de su cadaver, el nuevo pico de inmigración ilegal y la ofensiva contra la lacra del machismo han dado combustible a la extrema derecha.

Esperemos que no se cronifique la inestabilidad, como parece haber ocurrido en Italia y otros lugares, y encontremos las claves de un nuevo paradigma político que nos permita seguir avanzando sin salir del camino de la democracia avanzada en cualquier curva, de lo que nos advierte Albright en su oportunísimo libro
_______________________
1 Fascismo. Una advertencia. Paidós, 201
2 El régimen de la Restauración estableció un turno de dos partidos (Conservador y Liberal) artificialmente, copia grotesca y corrupta del británico
3. «No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política (1859)

1 comentario:

Manuel Reyes Camacho dijo...

Después de haber militado algunos años en UPyD he tenido el "privilegio" de vivir en primera persona la debilidad que hoy tienen en España los planteamientos de centro. Y cada día los extremos gritan más fuerte y los centrados incrementan su capacidad de hacer el indio. Seguramente porque, como bien dices, carecen de una clase media potente que los apoye.