La mujer ¿nace o se hace? Simone de Beauvoir ya había contestado mucho antes de que se nos ocurriera preguntarlo, nada menos que medio siglo atrás: «No nacemos mujeres, llegamos a serlo»; y no era una hipérbole o cualquier otro recurso literario, sino que su valor semántico era justo el que enunciaba. Todavía hoy a la inmensa mayoría le parecerá absurda la pregunta; las parejas que van a tener descendencia lo primero que saben de su vástago es el sexo, si es niño o niña ¿cómo no considerar estúpida la cuestión? Quiero aclarar antes de seguir adelante que la demanda podría hacerse igual respecto de un hombre, solo que desde ese parámetro nadie se planteó el asunto ¿por qué será?
En la última mitad de siglo se han tambaleado muchos de los principios en que basábamos nuestra cultura, uno de los últimos es la propia identidad sexual. El movimiento queer la niega rotundamente: las identidades de género, hombre, mujer, homosexual, lesbiana, no son más que constructos sociohistóricos sin fundamento biológico o “natural”.
Cuando sufrimos con más dureza que nunca –seguramente porque somos más conscientes que nunca– los terribles efectos del machismo en su último esfuerzo por salvar el chiringuito patriarcal del naufragio evidente, se nos anuncia, bien adobado con artilugios científicos, que ser macho o hembra es humo; se nos propone la abolición de los sexos. Como solución radical al problema no tiene precio: ¿qué será del machismo si se pone en cuestión la existencia de los machos? Sin embargo la teoría queer va más allá de la preocupación por este problema, que es sólo un síntoma del patriarcalismo; lo que pretende es borrar los límites, los artificiosos (¿?) perfiles,dicen, que nos encasillan forzadamente en una identidad, programándonos en nuestro comportamiento social y arrebatándonos la libertad, las riquísimas posibilidades que como humanos contaríamos desde el nacimiento. El efecto secundario sería la desaparición de los conflictos de género. No es poco, macho… digo… colega.
Si se decretara la abolición de machos, hembras, homosexuales, lesbianas y demás especímenes de la parafernalia sexoidentitaria reinante, yo de acuerdo; al fin y a la postre la edad me ha conferido ya el papel de espectador del circo nuestro de cada día. Por cierto, volviendo a las mujeres, que es con las que empecé, para ser un invento tampoco han estado tan mal ¿o sí?
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