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Más de un año después seguimos
en las mismas. Se habla de que los
mercados son insaciables e imponen la pauta a los gobiernos (que creíamos
soberanos) de nuestras democracias. La respuesta espontánea suele ser la
indignación contra los gobiernos que ceden y contra los mercados que presionan. Erramos el tiro. De los mercados
formamos parte todos, como prestatarios y como prestamistas, individualmente y
porque participamos de alguna corporación que actúa en ellos (no olvidemos que
el superávit, que aún existe, de las pensiones españolas participa como un
fondo más de la compra masiva de deuda española y especula con ella como
cualquier otro, amén de los fondos que los ahorradores particulares puedan
contratar). Respecto de las administraciones lo que podemos reprocharles no es
que cedan ahora (no cabe otra alternativa) sino que se hayan endeudado sólo
porque el dinero era barato (gracias a la política del BCE que ahora tanto nos
irrita) y los proyectos faraónicos que alimentaba el populismo, al que tan
dados somos, resultaban asequibles sin necesidad del recurso a la presión
fiscal que tanto nos disgusta. Los particulares hicimos otro tanto, y las
entidades financieras lo estimularon todo porque la fiesta les rendía pingües
beneficios.
La indignación no hay que
dirigirla contra un gobierno que pone en la Constitución un techo de gasto en
un intento de hacer creíble la cara de buen pagador que las cifras
macroeconómicas de cada día hacen descomponer, sino en él mismo por haber
pasado la época de bonanza en la inopia sin prever un futuro más negro, en los
de las Comunidades y en los municipios por haber gastado sin freno; por último,
en nosotros por hacer lo mismo y porque teniendo en la mano la clave del voto
no supimos exigir lo que convenía realmente y nos dejamos comprar con un
populismo de baja estofa.
Esta es una economía de mercado,
como gustan de decir los economistas; o sea, esto es el capitalismo ¿Qué
esperábamos? En una economía de mercado manda el mercado, o lo que es lo mismo,
en el capitalismo manda el capital, y, como dicta la experiencia, el mercado
capitalista funciona con crisis; la crisis incrementa el gasto y reduce los
ingresos; la crisis como las tormentas o los terremotos hay que preverlas.
Tampoco es tan difícil, se han estudiado y tipificado hasta la saciedad
(tuvimos una en el 73, otra en el 83, una más en el 92, de nuevo en 2000, tocaba otra en torno a
2008; son los ciclos medios o de Juglar), lo que es más difícil de anticipar es su magnitud y su especificidad;
sin embargo, todas nos cogen desprevenidos. ¿Quién piensa en estrecheces cuando
reina la prosperidad?
Precisamente lo que cabe reprocharle
al gobierno, especialmente al Ministerio de Economía y Hacienda (Solbes), es
que sabiendo que nuestra prosperidad era doblemente falsa porque cabalgábamos
sobre la gran burbuja de la construcción, no aplicara políticas adecuadas por
muy impopulares que hubieran sido. Ahora, seguramente no se puede hacer nada
muy diferente de lo que se está haciendo. Hagámoslo, pero hagamos también
autocrítica, a todos los niveles, porque no hay ninguno exento de
responsabilidad.