30 sept 2009
La hora de la verdad
21 sept 2009
Religión y psicoanálisis
Para los que la fe religiosa no nos dice nada, para los que ni siquiera decimos aquello tan vacuo y tan manido, “hombre, algo tiene que haber”, la persistencia del fenómeno religioso en el tiempo, su capacidad para perdurar por encima de cualquier circunstancia, su universalidad, tiene algo de misterioso. Por supuesto que no basta para convertirlo en una prueba de la existencia divina, como hacen muchos creyentes, pero sí que es un problema que reclama solución y que, al menos, frena con frecuencia la dialéctica de ateos y agnósticos.
Durante el siglo XX han proliferado los Estados laicos al ritmo que crecía el número de las democracias; incluso desde 1917 ha existido un grupo, que se definían como estados ateos, en los que la práctica religiosa sólo era tolerada; en ellos la religión desapareció de las escuelas y se ejercieron acciones positivas para erradicarla de las mentes de los ciudadanos y de los hábitos sociales. Por otra parte el progreso de la ciencia ha ido dejando sin sentido las cosmogonías religiosas y los mitos sobre el origen del hombre y su singularidad en la naturaleza. Además las condiciones de la vida moderna han trastocado en muy poco tiempo una buena parte del aparato ético de casi todos los credos convirtiéndolo en anacrónico. Cabría esperar ante esta acumulación de obstáculos un drástico retroceso de las creencias religiosas; pero eso no ha ocurrido. En los países que se proclamaron ateos las iglesias han recuperado en un santiamén (nunca mejor dicho) su antigua pujanza, demostrando que dos generaciones de bombardeo racionalista servía para lo mismo que aquellas bombas con las que las gaditanas se hacían tirabuzones. El más sensato laicismo y el progreso y difusión de la ciencia apenas si han logrado una cierta templanza y leve retroceso de las creencias. El trastorno de las costumbres ha tenido mayor efecto, pero, sobre todo, en el terreno de la militancia en las iglesias, que han perdido prestigio y capacidad de liderazgo, pero nada más. De África, del Oriente Próximo y del Asia islamizada mejor no hablar: allí la religión, convertida en bandera antioccidental, está en auge. ¿Por qué la racionalidad tiene tan poco efecto sobre las conciencias?
De las explicaciones múltiples que se han dado del fenómeno religioso a lo largo de la historia existe una que, me parece a mí, pone el dedo en la llaga y de ella se puede extraer una argumentación que desmonta el misterio.
Freud utiliza el psicoanálisis para dar una explicación coherente de la experiencia religiosa: en Totem y tabú y en Moisés y la religión monoteísta, desgrana una argumentación lúcida y atrayente en la que reduce el sentimiento religioso a la condición de una neurosis colectiva:
“los fenómenos religiosos sólo pueden ser concebidos de acuerdo con la pauta que nos ofrecen los ya conocidos síntomas neuróticos individuales; que son reproducciones de trascendentes, pero hace tiempo olvidados sucesos prehistóricos de la familia humana; que su carácter obsesivo obedece precisamente a ese origen; que, por consiguiente, actúan sobre los seres humanos gracias a la verdad histórica que contienen”.
En una muy conocida y genial fórmula: la neurosis obsesiva debe ser considerada como una religión individual y la religión como una neurosis obsesiva universal resume con maestría la conclusión de esta argumentación en la que obviamente no puedo entrar, pero si os remito a las obras citadas que se pueden leer o descargar en http://www.librodot.com/ (228K y 624K respectivamente).
Si realmente se trata de una neurosis obsesiva de carácter universal o colectivo anclada en la experiencia histórica de la especie humana, tenemos la clave para comprender su universalidad y su resistencia a los progresos de la razón y de la ciencia y la explicación de que incluso algunos científicos estén subyugados por ella; de la misma manera, una neurosis obsesiva individual no se erradica con argumentos ni están exentos de padecerla las personas más inteligentes o con mayor formación, que seguirán revisando las puerta del coche tres veces consecutivas o caminando sin pisar las juntas de las losetas por muchos que sean sus conocimientos y su inteligencia.