¿Tiene Marruecos alguna razón para reivindicar el Sahara Occidental como propio? Todos los estados del mundo recurren a la historia para fundamentar la soberanía que ejercen o pretenden ejercer sobre sus territorios. Es una de las razones por las que la desdichada disciplina se falsifica, se tergiversa o se interpreta forzadamente. De hecho los estados nacionales son un invento relativamente reciente en el devenir histórico, pero todos ellos se consideran herederos de fórmulas anteriores, a veces atávicas, y no siempre justificadamente si nos atenemos a una interpretación algo rigurosa de la historia. Por eso aquí nadie está libre de pecado ni de conflictos. Podríamos argumentar que es fácil salir de los atolladeros soberanistas que se presenten preguntando a los habitantes del territorio qué quieren ser; sin embargo, el principio de autodeterminación no está universalmente reconocido: en España no lo está para los territorios en donde existe un problema de este tipo. Por supuesto que hay argumentos sólidos para ambas posiciones.
Marruecos es un vecino difícil para España, o quizás habría que decir que ninguno de los dos hemos sabido encauzar la vecindad por una vía de amistad sin conflictos. Lo cierto es que desde España se le demoniza con frecuencia y con cualquier excusa y probablemente a la inversa. ¿No será que nos cuesta entender sus razones porque no ponemos la empatía necesaria? Que no sea un dechado de auténtica democracia me parece un argumento tramposo, lo son menos otros países con los que mantenemos buenas relaciones y, en todo caso, además de no haber alcanzado nosotros la excelencia en ese tema, hace tan sólo treinta años estábamos peor de lo que hoy está Marruecos ¿Se le olvidó a alguien?
En la Edad Media el Sahara Occidental era tan solo un camino, una de las rutas por las que llegaba al Magreb y a Europa el oro y la sal, dos productos vitales en todas las épocas. En el siglo XI una confederación tribal, los almorávides, imbuidos de fundamentalismo religioso islámico, se hizo con el dominio de la zona y del Magreb y fundaron Marraquech, creando así el nombre de Marruecos y, para muchos, el fundamento de la nación marroquí. Habían salido del Sahara Occidental. Desde ese momento y con los poderes que siguieron, almohades, benimerines y las dinastías herederas (wattásida, saadita y alauí), se controló desde Marruecos mal que bien, total o parcialmente, esa ruta hasta al menos el siglo XVII. Entre tanto la expansión colonial ibérica había creado algún enclave en la costa para que sirviera de apoyo a la navegación, base de la ulterior reclamación española que convertiría en colonia el territorio (finales del XIX).
Es posible que el interés de Marruecos por la zona decayera a la vez que su valor estratégico como ruta del oro y de la sal, y que seguramente aumentó en el momento en que se hizo evidente su riqueza en fosfatos, producto igualmente estratégico y, por si era poco, ahora el petróleo; pero el interés no es algo privativo de los magrebíes, sino que lo encontramos en el género humano sin excepciones, incluidos los saharauis. Lo que no es discutible es que Marruecos mantuvo una relación de dominio o control durante siglos del territorio. Que eso justifique o no su pretensión actual de soberanía es cuestión de opiniones, pero no se puede negar sin más, como algunos pretenden, ¿o acaso Argelia puede alegar más títulos sobre el inmenso territorio del Sáhara que controla, sin que nadie lo cuestione, salvo el de haber formado parte de una misma colonia francesa? Por otra parte, exigir a nuestros vecinos la ejecución del referéndum supondría que nosotros tendríamos que tomar de la misma medicina, aceptando el de Gibraltar o permitiéndolo en Ceuta y Melilla si nos lo piden, por no hablar de otros que todos tenemos en mente.
A mi juicio la posición de España debería ser la de salvaguardar la amistad con Marruecos como objetivo de mayor valor, y presionar desde la amistad para el progreso de los derechos humanos en la zona; la forma de organización territorial no nos compete. Tampoco deberíamos movernos en exceso por un sentimiento extemporáneo de mala conciencia por los abusos de la colonización, que no fueron excesivos, o las incoherencias de la descolonización que ya no está en nuestra mano cambiar.