8 dic 2009

Aminatu

Las personas nos movemos por consideraciones morales, intereses materiales y una infinidad de factores difícilmente identificables, casi nunca hay un imperativo ético que anule a todos los demás, aunque a veces lo presumamos así por el deseo de vernos, o que nos vean, como personas íntegras. Las instituciones que soportan los intereses y los derechos de un amplio colectivo humano no deberían tener estos problemas de conciencia, primero porque la conciencia es individual y, después, porque, en este caso, es más factible objetivar, analizar y depurar fines y métodos. Siempre habrá una zona difusa, de definición vacilante, que dé lugar a conflictos, en donde habrá que resolver según la lógica de esas instituciones, sin confundir sus deberes con los del individuo.

En el caso Haidar, me parece a mí que se está pidiendo al gobierno que se comporte como lo haría un individuo o una ONG, olvidando su especificidad, que le obliga a seguir el imperativo de los intereses generales del Estado, que son su razón de ser. Aminatu Haidar tiene perfecto derecho a inmolarse por lo que considera su patria, pero ni ella ni nadie tiene ninguno para exigir al gobierno de España que sacrifique sus intereses, o los que estime superiores, por acompañarla.

Podemos y debemos criticar la actuación del gobierno de Marruecos que ha violado los derechos humanos al expatriar a la saharaui, incluso presionar para que se la resarza, pero sin perder de vista que mantener unas relaciones amistosas con ese país es de gran valor para España. Los beneficios que obtendremos no serán sólo económicos, si es esto lo que acongoja las conciencias, sino de valor moral mucho más alto: que Marruecos dé por concluida la colaboración en materia de inmigración nos traería de nuevo el drama de las pateras con sus secuelas de muerte y sufrimiento; una mala relación podría relajar al gobierno magrebí en la lucha por cerrar el paso al terrorismo que se desarrolla en el sahel (acaban de secuestrar a tres cooperantes españoles) y cuyo objetivo somos nosotros como occidentales; nuestro vecino, pese a las deficiencias fácilmente observables, está más cerca de los modos democráticos que la mayoría de los países árabes y, puesto que todos nos beneficiamos de su estabilidad política, habría que colaborar en esa línea desde la amistad, con la que se va mucho más lejos que con la presión hostil, ¿son necesarios ejemplos?. No hablo de Ceuta y Melilla ni de intereses económicos porque es innecesario y aburrido insistir en la evidencia.

Existe una mala conciencia por la colonización del Sahara Occidental y por el modo en que se descolonizó que nos lleva a simpatizar con los saharauis y a demonizar a Marruecos. El problema procede de la segunda oleada imperialista, en la que España no participó salvo en lo que entendió necesario para la seguridad de su territorio: el Sahara se contempló entonces como un glacis de seguridad para Canarias; era un desierto transitado por algunas decenas de miles de individuos de organización tribal y sobre el que el rey de Marruecos quizás ejerció, o pretendió ejercer, alguna autoridad en el pasado. La descolonización, forzada por las circunstancias, frustró las esperanzas de los saharauis que aspiraban a construir un estado nacional, imbuidos ya de ciertos valores occidentales, pero posiblemente inviable por su escasa población y la enormidad del territorio (hubiera sido el país menos poblado del mundo). Es razonable que nos sintamos obligados con ellos, pero no hasta el punto de lastrar gravemente la relación con Marruecos, de la que se derivarían bienes superiores.

Siento por Aminatu más compasión que empatía. De hecho creo que no comparto su escala de valores: la dignidad personal, con ser importantísima, no me parece el valor supremo ante el que han de claudicar cualesquiera otros bienes, por ejemplo la seguridad de los propios hijos; el amor a la patria, que en este caso no ha existido más que como un anhelo de reciente implantación en el corazón de algunos, tampoco justifica, a mis ojos, una actitud tan radical; el poco aprecio que parece sentir hacia posibles damnificados por su actitud, aunque hayan mostrado inclinación por ella, tampoco me parece de recibo. Lamentando profundamente su situación, no comparto su actitud.

Por último ¿puede alguien afirmar que detrás de todo esto no hay una maniobra para abortar un acercamiento de posiciones entre el gobierno marroquí y una posible mayoría de saharauis del interior, que parecía haberse iniciado? Nunca lo sabremos, por el ocultismo de Marruecos, que ni siquiera es capaz de darnos un censo del Sáhara, pero también de los saharauis que hacen otro tanto con la población de Tinduf.

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