3 dic 2010

Wikileaks

Se ha hablado mucho del poder. Unas veces teorizando, otras analizando el ritmo de su paso y sus efectos en el pasado. Los historiadores se esforzaban por darnos una visión clara de él y nosotros nos admirábamos: cosas del pasado, pensábamos. En el presente su huella sólo se intuía: el poder es tan poderoso que puede y camufla su poderío. Pero, de golpe, Wikileaks nos ha ofrecido una radiografía de sus negras venas. Lo más profundo de sus vísceras todavía permanece oculto, pero lo que se nos ofrece es suficiente para la inquietud y el alborozo. La inquietud porque hemos descubierto que el poder de hoy es el mismo que veíamos en los déspotas de Oriente, los autócratas de todo el Mundo o los poderes coloniales; alborozo porque alguien lo desnudó para nosotros en la plaza pública. Si no existiera Wikileaks habría que inventarlo.

Los métodos sigilosos de la diplomacia no se llevan demasiado bien con la democracia. Después de la Gran Guerra se puso en marcha un invento que pretendía que los modos democráticos entrara en las relaciones internacionales, que se terminara con la diplomacia secreta, a la que se culpaba en gran medida de la responsabilidad del terrible conflicto que se acababa de superar: la Sociedad de Naciones, precedente de la ONU actual. Se vivían momentos de euforia democrática, se analizaba el triunfo como la victoria de los demócratas sobre las autocracias. Fue un fiasco. Ciertamente se había dado un paso, pero sabemos hoy que, en las relaciones internacionales, la ley del más fuerte sigue permitiendo el uso de la coacción, la amenaza, el chantaje, como en el pasado. La ética, la moral que rige las relaciones individuales desaparece ante los más crudos intereses del poder que, en el caso de la política internacional, llamamos eufemísticamente razones de Estado, mientras que la transparencia, cualidad insustituible de la democracia, brilla por su ausencia. Sigue imperando el criterio que Bismarck, maestro en los enredos de la diplomacia secreta, expresaba con cinismo cuando decía que los ciudadanos quieren salchichas, pero no saber cómo se hacen.

Los cuerpos diplomáticos, las embajadas permanentes nacen con los Estados modernos y fueron consecuencia de la necesidad de comunicarse y de las dificultades físicas de la época para hacerlo. El progreso tecnológico  parecía que iba a dar al traste con toda esa estructura, sin embargo los gobiernos no sólo la han conservado, sino que apenas si han transformado sus métodos, evidentemente anticuados, que dan a todo este episodio un aire retro, que mueve a la sonrisa.

Los ciudadanos, perplejos, inquietos y alborozados deseamos que continúe la fiesta, que no se detenga en USA y llegue a otros Estados menores, que alcance a otros poderes, como los económicos, a muchas instituciones estatales o interestatales que ejercen un poder significativo. Queremos conocer el contenido de las salchichas y el método de elaboración.

La Red amenaza seriamente con imponer lo que podríamos llamar la socialización del conocimiento. ¿Lo permitirán los poderes cuestionados y se impondrá la transparencia? ¿Triunfarán las acciones, ya emprendidas, para silenciar y poner límites a la Red? Cualquiera que sea el resultado lo que ha quedado fuera de juego es la inocencia.

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