La tragedia sísmica japonesa con más de 20.000 víctimas entre muertos y desaparecidos (algunos de ellos por el incendio de petroleras y plantas de gas en la zona) ha sido relegada en los medios de comunicación y en nuestra atención por la amenaza de la central nuclear de Fukushima que, sin embargo, aún no ha producido víctima alguna (últimamente han sido hospitalizados dos operarios de la central con problemas en las piernas por exceso de radiación). Lo desconocido siempre produjo más terror que cualquier horror manifiesto y en este asunto de las nucleares hay muchas zonas oscuras.
La sociedad humana es compleja y problemática y sus dificultades no se disipan con simplificaciones. El desarrollo resuelve problemas pero crea otros nuevos a la misma velocidad y con complejidad creciente. En la antigüedad la superación del igualitarismo tribal por la especialización y división del trabajo redujo a la esclavitud o a la servidumbre a cantidades ingentes de personas que agotaban su vida en la producción de bienes que ellos nunca gozaron. La modernidad trajo un desarrollo tecnológico que permitió obtener y utilizar masivamente energía no humana ni animal, liberando así a los trabajadores de su estatus de dependencia, pero tal hecho fue a su vez el origen de la degradación medioambiental por un consumo de recursos y una contaminación excesivos y crecientes. En el momento en que hemos tomado conciencia del problema, la mayor parte de la población mundial sigue aún en el subdesarrollo y la pobreza, de tal modo que la simple equiparación de su situación a la de las zonas desarrolladas sería catastrófica para la supervivencia de la vida en el planeta a menos que se produzca un salto tecnológico, que de momento no prevemos. De entre los problemas creados por el desarrollo la crisis energética es clave.
El empleo del carbón y los hidrocarburos está llegando al fin de su ciclo por agotamiento y por una, ya intolerable, degradación medioambiental, que actualmente ha revestido la forma de un calentamiento global de efectos imprevisibles, pero, en todo caso, letales. Su uso ha permitido un desarrollo económico y social impensables, pero a costa de mucho sufrimiento humano, conflictos y catástrofes inéditas en la historia. Es posible que el futuro de la humanidad esté ya gravemente marcado durante siglos por el trastorno climático que ha generado y seguirá generando en años próximos. La industria que esta energía hizo posible y que permitió nuestro modo de vida ha sido igualmente perniciosa para el medio (millones de Tm de residuos químicos venenosos fueron arrojados al mar, a la atmósfera o han sido enterrados, pero, al ser elementos estables, permanecerán ahí para siempre, es decir, un tiempo infinitamente superior al de los residuos nucleares, que se caracterizan por su inestabilidad).
Las energías limpias (ninguna lo es por completo) son una esperanza si se combinan con un cambio sustancial en nuestro estilo de vida, pero probablemente no una solución, ni técnica ni económica, dadas la premura, magnitud y ritmo creciente de la demanda. Se precisa algo más.
La nuclear no es una esperanza sino una realidad ya asentada y con éxito probado en ramas diversas que van de la producción de electricidad a la medicina, en alguna de cuyas especialidades es ya imprescindible. Hay dos grandes problemas en su utilización: la seguridad de las centrales y la cuestión de los residuos; en frente cuenta con el haber de una producción limpia y económicamente razonable. Durante el tiempo de su existencia es en esos dos campos en los que más se ha avanzado y la investigación continúa. Pero sobre este particular es mejor que hablen los expertos como el profesor Lozano Leyva que hace unos días contestaba en Público a las preguntas de los lectores. Si incluimos el de Fukushima (evitable con sólo haber previsto las consecuencias de un maremoto, nada extraño si se tiene en cuenta la ubicación) se han producido tres accidentes graves de los que el peor fue el de Chernobyl. Existe sobre él una abundantísima literatura en la que cualquiera puede perderse y en la que casi nunca resplandece la objetividad. Os remito al último informe emitido por la OMS (agencia de la ONU para la salud) en el que a lo largo de dos densas páginas se sitúa el problema en su verdadera magnitud. Respecto a la vinculación de las nucleares con el gran capital hay que decir que el capitalismo es el sistema existente y que ningún aspecto de la vida escapa a él; si se le quiere combatir el camino no es luchar contra las nucleares.
El accidente del Japón ha enrarecido de nuevo el debate, no porque haya elementos nuevos que aportar sino porque ha proporcionado combustible a los generadores de ruido. Pero, con el ruido se nos impide escuchar las palabras portadoras de conceptos e ideas, las ideas quedan encubiertas por las creencias, y las creencias, en fin, generan prejuicios que estorban y truncan el juicio. En la discusión sobre las nucleares el ruido, las creencias y los prejuicios han tomado ventaja.