La derecha sociológica en
nuestro país se manifiesta y se organiza en un solo instrumento político, el
PP. Sólo en la periferia autonómica hay otras derechas cuyo ADN difiere de la
anterior. En efecto, la transformación de AP en PP permitió absorber en varias
etapas a la extinta UCD, después que expulsara del parlamento a la ultraderecha
(FN), arrebatándole sus votantes. Los intentos de alumbrar algún grupo con
marchamo liberal o más nítidamente centrista acabaron en fracaso en todas las
ocasiones (CDS, experimento de M. Roca,
etc). Pero esta vez, la unidad de la derecha difiere de otras ocasiones en las que
invariablemente se presentaba como un conglomerado electoral de grupos diversos
(la propia UCD o, si se me permite remontarme a la república, el caso clásico
de la CEDA); por el contrario, hoy es un partido con una imagen de unidad,
cohesión y disciplina muy superior a los de la izquierda, en el cual las
consignas emitidas desde la ejecutiva se cumplen sin discusión en todos los niveles.
Como sabemos este concepto de partido cohesionado y disciplinado nació en la
izquierda; el modelo fue el SPD alemán, para luego sufrir una vuelta de tuerca
con el leninismo. La derecha española se lo ha apropiado, mientras que la
izquierda ensaya ahora uniones y coaliciones (IU) de difícil manejo.
Cabría pensar que un partido así
sólo es posible si existe un cemento ideológico de suficiente densidad, pureza
y homogeneidad que lo soporte. No es el caso. La clave de su éxito parece estar
en que se vende como un instrumento eficiente para hacer frente a los problemas
planteados. De hecho la critica a sus oponentes se hace siempre en clave
personal y destacando presuntas incapacidades o torpezas. La ideología solo
aparece en algunas cuestiones de costumbres, en las que se remite a un fuerte
conservadurismo. El caos en la política económica le ha puesto alas.
En julio del 36 los golpistas se
ofrecieron como la solución no política a los males del país. El régimen que
inauguraron abolió los partidos, dando a entender que era la política la que
quedaba proscrita. Se puso en pie un instrumento que funcionó como un partido
único pero al que se dio el nombre de Movimiento Nacional, repudiando cualquier
calificativo o concepto que recordara la política tradicional. En sus casi
cuarenta años de existencia la dictadura (salvo el filofascismo de los
comienzos) no sólo no abandonó esta imagen sino que la incrementó con los
gabinetes de tecnócratas de la última década. Fueron precisamente técnicos de
la administración del Estado (Suárez era nada menos que Jefe Nacional del
Movimiento) los que promovieron las reformas sobre las que se montó la “transición”.
El régimen franquista no fue derrotado, sino simplemente sustituido, y eso fue
así porque los partidos, de izquierdas y de derechas, que lo habían combatido o
que esperaban medrar a su caída carecían de suficiente arraigo y credibilidad y,
en consecuencia, se vieron forzados a aceptar las condiciones. Con todo, la
derecha franquista, la ultra (Falange, FN, etc.) y la más moderada (Alianza
Popular de Fraga) vivieron años de repliegue. La torpe intentona militar del
23F, con su fracaso, las frenó aún más, a la vez que, como reacción, dio la
oportunidad de gobernar a la izquierda. En los años siguientes la derecha se
deshizo y recompuso en torno al partido de Fraga, cambiado de nombre, de líder y
poco más ¿Qué de extraño tiene que hoy muestre su herencia franquista en su
afán totalizador, en su disciplina, en su negación de la política y en tantos
tics que los viejos reconocemos bien? Su éxito es posible porque buena parte de
la población olvidó el pasado o no lo vivió, y otra lo añora. Algunos tristes
episodios lo ratifican, citaré dos: el fracaso del programa de la memoria
histórica, con el disparatado procesamiento de Garzón, y el grotesco asunto del
diccionario biográfico de la RAH, promovido por E. Aguirre cuando fue ministra
de cultura y aflorado hace semanas.
Hay otra derecha que, como ya dije,
difiere de ésta, pero se recluye en Cataluña y País Vasco, básicamente, porque
tiene su origen en los nacionalismos. Sus aproximaciones al PP o al PSOE son
sólo tácticas. Su importancia en la política del país mucho mayor de lo que le
correspondería, consecuencia de la ley electoral que les otorga con frecuencia
la condición de partidos bisagra.. Algunos le vemos a veces una cara benéfica
por su talante más democrático y una odiosa cuando se ofusca en su
nacionalismo.
Así pues, mientras la izquierda
se debate en el pasmo y la indecisión que conducen a la inacción, la derecha
nos ofrece el pasado como programa de futuro. Opción ganadora según los
indicios.