Los monarcas del Medievo se
vieron en la necesidad de admitir en sus consejos reales, convirtiéndolos en
parlamentos, a los representantes de aquellos de los que extraían los fondos
para financiar sus empresas, casi siempre militares. Estos no eran otros que
los burgueses, que en las nuevas cámaras sostuvieron con los monarcas un tira y
afloja de vosotros abrís la bolsa y yo la ley. Hubo países en los que se
acabaron imponiendo los parlamentos (Inglaterra) y el paso posterior hacia la
democracia fue gradual aunque no exento de violencias, y otros en los que
ocurrió al revés (Francia) y la superación del absolutismo monárquico se hizo
violenta, traumática y revolucionaria. En España se dice que la preeminencia
del monarca de Castilla sobre las Cortes del reino y, a la inversa, de las
Cortes sobre el monarca en la Corona de Aragón se debió a una cuestión de
procedimiento: en aquellas se aprobaba en primer lugar el “servicio” (exigencias
del rey) y después los “agravios” (peticiones de la burguesía), mientras que en
las Cortes aragonesas se hacía al revés, de lo que se seguía una situación de
debilidad para el rey. Puede que ésta no sea la causa sino el efecto, pero lo
cierto es que el resultado de la dialéctica parlamentaria condicionaba mucho o
poco el poder de la monarquía en todos los rincones.
Los derechos obtenidos a cambio
de sus concesiones económicas fueron asumidos por las burguesías de todas
partes como sagrados y en muchos casos defendidos con sangre, aunque con éxito
variable. Las guerras coloniales del siglo XVIII (Inglaterra, Francia, España)
arruinaron las haciendas de los monarcas contendientes; el rey británico
decidió establecer un impuesto, que contribuyera a sufragar los gastos de la
guerra, a los productos que procedían de las colonias americanas, en cuyo
beneficio entendía que se había resuelto la última contienda (Guerra de los 7
años, 1756/63). Los colonos irritados por la nueva carga y por el hecho de
que ellos no tenían representantes en el parlamento de Londres que lo había aprobado
entraron en rebeldía (Motín del té,
1773), lo que supuso el inicio de la guerra y revolución que dio origen a los
EE.UU., primer Estado democrático.
Dicho lo cual parece deducirse
que puede haber impuestos sin democracia, pero no democracia sin impuestos, ya
que esta nació de la relación contractual entre los antiguos poderes, aquellos
que venían de Dios, ávidos de dinero y los que se lo podían proporcionar con el
fruto de su trabajo. En los tiempos presentes, aunque queden algunos monarcas,
como ornamento (dudoso) del Estado, la importancia que han cobrado los
contribuyentes/ciudadanos es tal que se
han adjudicado la fuente del poder, la soberanía. Pero hay países (Arabia) en
donde quedan soberanos por la Gracia de Dios, la misma Gracia que ha colocado
en su suelo una fuente de riqueza que les permite no sólo prescindir de los
impuestos sino incluso subvencionar a sus súbditos, que no ciudadanos. ¿Será
posible allí la democracia antes de que se acabe el petróleo? Éste sí que es un
misterio y no el de la velocidad de los neutrinos que ha colmado páginas estos
días.