La población humana sobre la Tierra
ha ido acelerando su crecimiento hasta convertirlo en una escalada casi
vertical en los gráficos que la representan; sin embargo, la aceleración no ha
sido regular sino que se ha producido a saltos. Identificamos dos que han
mostrado una relevancia excepcional y una impronta global, y que tienen relación
con auténticas revoluciones tecnológicas que cambiaron de nivel el acceso a los
recursos. El primero (revolución agrícola) consistió en la domesticación de
plantas y animales, de forma tal que por primera vez los humanos fueron capaces
de producir sus propias subsistencias. El proceso se inició hace unos diez mil
años, pero tardó varios milenios en generalizarse, nunca por completo, y
perfeccionarse. Todos los indicios hacen pensar que la población dio un salto
sin precedentes multiplicándose varias veces por sí misma en pocos milenios,
hasta alcanzar un nuevo equilibrio, que ya sólo se alteraría local y
coyunturalmente. La nueva abundancia de recursos no sólo hizo posible un
crecimiento de la población sino que cambió radicalmente la civilización
(división del trabajo, aparición de las clases, emergencia del Estado…; nuevos
instrumentos, como la escritura, técnicas hidráulicas… etc.). No se puede decir
que los contemporáneos vivieran los cambios con felicidad, de hecho no los
percibían o no se percataban de su sentido; en muchas ocasiones generaron
sufrimiento porque los cambios producen desequilibrios, inestabilidad y
situaciones dramáticas; sin embargo, visto desde la distancia que nos proporciona
el tiempo podemos considerarlo como un salto adelante una mejora decisiva, como
demuestra el hecho de que pudieran vivir muchos millones más de personas.
El segundo salto fue la
revolución industrial que se produjo en Occidente desde finales del XVIII,
extendiéndose por todas partes en el XIX y el XX. El control de fuentes de
energía muy poderosas y la racionalización y mecanización de la producción de
manufacturas movilizó una masa de recursos sin precedentes y, de nuevo, la
demografía se disparó, esta vez mucho más contundentemente por su rapidez y su
volumen (las cifras alcanzadas tras milenios se podían ahora duplicar en algo
más de medio siglo). Aunque hoy podemos dar por concluido el proceso de la
industrialización, el fenómeno de la globalización ha permitido que la
expansión demográfica continúe. El milagro se produce porque la mortalidad
disminuye rápidamente; pero, no se ha prolongado el tiempo de vida de la
especie, que sigue siendo casi el mismo que en los orígenes, sino que se han
reducido las causas de muerte temprana: la enfermedad, las hambrunas y las
condiciones de vida especialmente duras. Estos últimos fenómenos
(industrialización y globalización) se han desarrollado y extendido a la vez
que la democracia y la formulación y la lucha por los derechos humanos. Me
atrevo a inferir
que existe una relación causal entre ellos.
El sufrimiento, el dolor y la
injusticia no han desaparecido, el futuro sigue planteando incógnitas inquietantes,
no hemos resuelto, ni muchísimo menos, una manera consensuada de interpretar el
pasado, ni de resolver la convivencia en el presente; sin embargo, desde el
exterior, un observador de otra especie, o fuera del tiempo, no dudaría en
asegurar que ha habido un progreso.
Puede ser que yo tenga algo de Pangloss, o que me acucie la
necesidad de buenas noticias, dado el panorama de la coyuntura actual, pero me
parece que la de los 7.000 millones la voy a archivar entre las positivas.
1 comentario:
Excelente artículo. Nuestra limitada capacidad para cambiar el curso de los acontecimientos...invita a practicar la estrategia del avestruz !
Saludos
Mark de Zabaleta
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