11 jun 2012

El aluvión informativo

         El agua es imprescindible para la vida. Su ausencia, aunque sea por poco tiempo, garantiza el desierto. Sin embargo, en el nicho ecológico de nuestra especie, somos animales terrestres, por muy imprescindible que sea su concurso, también puede llegar a ser mortalmente excesiva. Le debemos la existencia, pero si se presenta inopinadamente a raudales puede quitárnosla. La democracia no es concebible sin la información. Es el agua que nutre sus tejidos, permite que se oxigene y garantiza su funcionamiento. Pero como ella, también puede ponerla en apuros cuando se presenta como una inundación, cuando discurre en exceso y sin control, cuando nuestros recursos psicológicos y nuestra formación se muestran incapaces de procesarla.
Naturalmente que hay que saberlo todo, tener acceso a cualquier información, que nadie ni nada impida la expresión de nuestras ideas y el acceso a las de cualquier otro. Lo nefasto es la repetición inmisericorde desde los medios profesionales hasta rozar la tortura; la sucesión ininterrumpida de opiniones de toda guisa a modo de avenida, de manera que nos impida discriminar; la enfatización de informaciones sensacionalistas que muevan el mercado de la noticia; la transformación radical del servicio informativo en negocio informativo, produciendo una selección escorada hacía el beneficio, donde anida el sensacionalismo y otras perversiones. Es lo que se ha convenido en llamar intoxicación informativa, aunque aquí más que como un plan que busca determinados fines es el resultado sobrevenido de la mecánica del sistema.

El maremoto informativo de hoy tiene dos nombres: el fútbol y la crisis. No me interesa el fútbol, así que no me ocuparé de él por mucho que me agobie su enfermiza ubicuidad y me torture la lluvia de palabras hueras sobre sus supuestas virtudes para hacer patria, educar a los jóvenes o solazar a todos. Me ocuparé de la crisis.

Comparemos la del 92/93 con la presente. Las cifras macroeconómicas de aquella ocasión y las de hoy son asombrosamente intrcambiables. Entramos en recesión en el 92 con un crecimiento negativo de -0,9%; la cifra del paro se situó en el 20% en ese año pero alcanzó el 24,1 en el 94; el déficit público se situó en el 7%; La deuda alcanzó el 68% del PIB y sus intereses superaron el 6%. Si no hubiera advertido que se trata de los datos de hace veinte años parecería que estoy hablando de la situación actual. Para terminar de redondear el parecido, en diciembre de 1993 el gobierno decretó la intervención de Banesto, uno de los grandes bancos del momento, abocado a la quiebra.

Ni que decir tiene que los que vivimos aquellos acontecimientos éramos conscientes de la gravedad y de la trascendencia del momento y por supuesto los medios cumplieron con su deber informativo ampliamente. Sin embargo, no recuerdo que existiera la sensación apocalíptica que vivimos ahora. La presión de la prensa, la tv y la radio no era ni tan asfixiante, ni tan monocorde como en estos momentos. Y conviene decir que entonces estábamos solos, no había más rescate posible que el del FMI que se había mostrado crudelísimo en América Latina y Asia. Cierto que contábamos con la peseta que, por cierto, fue devaluada tres veces en nueve meses y amenazó con irse al garete, pero también es verdad que, como contrapartida, hubo que soportar cifras de inflación del 20 %, extraordinariamente persistentes. Hoy contamos con el respaldo de la UE, por mucho que reneguemos desconfiados, y, desde luego, con una moneda que sigue siendo una divisa fuerte, sin vaivenes y con una inflación mínima y controlada.

Objetivamente no parece que estemos viviendo una situación peor que aquella y, sin embargo, creo que la desolación y la sensación de falta de perspectivas son mucho mayores que entonces. Algo parece tener que ver el hartazgo informativo, que desde hace poco incluyó en la ingesta preparados de todos los rincones del mundo a los que accedemos desde nuestras pantallas con sólo un clic, pero sin tener idea de cómo digerirlos.

Cuando Felipe González bajó las prestaciones por desempleo y devaluó la peseta o cuando Aznar recurrió a un préstamo privado para pagar la extraordinaria de navidad de los pensionistas ¿no hubieran deseado tener la posibilidad de aceptar un préstamo como el gestionado ayer? El insufrible debate de si es un rescate, una intervención o simplemente un préstamo es ocioso y una manifestación más de la voluntad de los medios de seguir explotando el tema, o cortina de humo con otros intereses.

Otra cosa es que el gobierno esté a la altura, que sea incapaz de eludir los empellones de unos y otros, que mienta más que parpadea o que esté mucho más preocupado por salvar la cara que por salvarnos el pellejo.


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un análisis muy coherente.

Mark de Zabaleta