El sistema de las autonomías
trabajosamente alumbrado por las Cortes fue superado, o se desbordó, nada más
empezar a funcionar, de modo que lo que resultó se parece poco a lo que se
diseñó y, desde luego, no cumple con aquello para lo que fue creado. Se partía
de un Estado centralizado en el que para eliminar la presión de los
nacionalismos vasco y catalán se optó por las autonomías, pero dibujando dos
niveles, el primero de los cuales utilizaba como fundamento argumentos
históricos, tal y como hacía el nacionalismo, mientras que el segundo se
justificaba por una mayor eficiencia democrática. Pero muy pronto, desde el
caso andaluz, los límites entre ambos se borraron como consecuencia de
políticas, que yo calificaría de demagógicas, que apoyaron y amplificaron
recelos populares ante lo que se interpretó como un injusto privilegio otorgado
a vascos y catalanes solo por acallar la tabarra identitaria. Política que
acarreó la previsible frustración de los nacionalistas que de nuevo volvían a
ver su “soberanía” igualada a la de aquellos de los que, se suponía, la Constitución
los iba a distinguir.
El caso es que el sistema
autonómico había sido adulterado según las intenciones iniciales, y su
desarrollo posterior, una vez dibujado el mapa territorial -con vergonzosas
e inquietantes concesiones a los caciquismos locales (Rioja, Cantabria,
Murcia…), todo hay que decirlo-
consistió básicamente en una carrera a cara de perro por las transferencias y
la financiación, dos cuestiones fundamentales, pero que no habían sido
delimitadas con claridad, precisamente porque el sistema contemplaba diversos
niveles, casi a la carta. Al fin y al cabo los nacionalismos se basan en una
pretendida peculiaridad de sus gentes y territorios.
Habría que concluir que hubo
mentes hábiles que lograron un diseño original, basado en lo que la 2ª República
había improvisado en momentos difíciles, pero que hubiera requerido que los
políticos que lo aplicaron posteriormente hubieran creído en él o hubieran
tenido la honestidad de aplicarlo tal cual había sido aprobado, en lugar de
intentar neutralizarlo desde el primer momento por la vía de la generalización
y la nivelación. No ocurrió así y las consecuencias las sufrimos ahora.
El fracaso del sistema
autonómico parece hoy cierto, como evidencia el clamor cada día más audible a
favor del federalismo en la izquierda (que conquista poco a poco sectores de la
derecha), a la vez que se empieza a hablar “sin complejos” de vuelta al
centralismo en la derecha (que conquista, a su vez, sectores progresistas); en
ambos casos como respuesta a la escalada nacionalista que tensa la cuerda hacia
la independencia.
Obviamente el centralismo no es
más que una marcha atrás y no busca una solución sino la negación del problema.
No puede confundirse la refutación del argumentario nacionalista con la
negación de la existencia de un problema nacionalista, ante el cual, se
simpatice o se aborrezca, habría que proponer soluciones constructivas, no el
abismo de la nada o la represión.
Sin embargo, tanto por las
manifestaciones de responsables políticos como de gentes de a pie, se me antoja
que el supuesto salto adelante que debe significar el sistema federal no sería
sino una reedición de lo mismo sólo que a otro nivel. Me explico. La
exacerbación del nacionalismo con el Estado de las autonomías se produjo en
buena parte por la generalización del sistema, cuando debería haberse reservado
a las regiones en las que el sentimiento nacionalista estaba arraigado y constituía
un problema político; quizás en las demás hubiera bastado con una
descentralización administrativa o poco más, como estaba diseñado en la
Constitución. Si el sistema federal va a traer una nueva igualación en
competencias y financiación, basado en nuevos principios y con límites
claramente acotados, entre todas las comunidades ya definidas en el proceso
anterior, nada habremos resuelto. El nacionalismo es indiferente al federalismo,
lo que necesita es que se reconozca que ellos no son una región más, sino una
nación sin Estado. Así pues, sólo aceptarán estar en pie de igualdad con
España, no con cada una de sus partes (regiones, comunidades…); una federación
en la que los estados sean Cataluña, Euskadi, quizás alguna más y España.
¿Por qué no empezar a hablar
sobre esta base, o con este horizonte?
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NOTA: escribí sobre este tema en
repetidas ocasiones, pero de forma muy parecida a la actual, hace ahora dos
años, en Malos
tiempos autonómicos
4 comentarios:
Tienes una excelente prosa, explicas muy bien un problema francamente difícil, y, con la claridad y sobriedad de estilo que te caracteriza es muy complicado no estar de acuerdo contigo. Enhorabuena. Me alegra haber encontrado tu blog, estas cosas siempre suceden por casualidad, y con otros igual de fantásticos, como el de Coalescencia oscura, el de Juliana Luisa, el de Felipe, el de Nófler, y alguno más que ahora olvido, colmáis mis lecturas en internet.
Saludos, amigo Arcadio, después de tanto tiempo. Hablas en tu extraordinario artículo de las autonomías en términos políticos o de identidad. Sinceramente, creo que lo que les importa a los implicados en el gobierno de las autonomías es algo más simple y menos elevado: la pela. Para los dirigentes catalanes y los vascos autonomistas, el "hecho diferencial" es la pretensión de una diferencia dineraria, o sea, recibir más que los demás. Si no ha sido siempre este el único anhelo, al menos ha constituido un deseo acompañante de los ideales políticos y culturales. Ahora, en estos momentos, seguro que es la única motivación. Por otra parte, el hecho de que los dirigentes convergenteunionistas (¡qué nombre tan paradójico!) hayan aireado y alimentado hace unos meses la reivindicación nacionalista no es ajeno a lo económico: consiste en poner una tapadera o encauzar en otro sentido las protestas ciudadanas subsiguientes a los megarrecortes del autogobierno (véase en Sanidad, entre otros ámbitos). O sea, nada de idealismo ni metas altas; todo, rozando el bajo suelo. Creo, lo mismo que tú, que es importante saber cuál es el problema para buscar la solución adecuada. Yo lo veo así. No me extiendo más, a pesar de que la propuesta de esos tres o cuatro "Estados" me inspira otros comentarios. Ya habrá tiempo.
Lorenzo, agradezco tus elogios y me siento feliz de serte util junto con esos excelentes blogueros que citas. He visitado tu blog y lo he agregado a mi lista porque me parece muy interesante.
Un saludo cordial
Jaramos. Sí, en el verano suelo desaparecer. Cambiode residencia y de actividades y eso me trastorna durante un par de meses.
Yo creo que minimizas el problema. De hecho me parece que ha llegado a la situación de gravedad que reviste ya por la pertinaz manía a este lado del Ebro de minimizarlo, y reducir el sentimiento nacional legítimo al nuestro, al español.
En la multitud de veces que he tratado el tema siempre abominé del nacionalismo, empezando por el españolista, pero siempre también me quejé de la cerrazón, en la clase política y en la ciudadanía en general, a la hora de comprender el problema.
Saludos cordiales.
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