Al poco de aparecer las naciones
estado y cuando aún el proceso no había culminado con la eclosión de Alemania e
Italia y el desmembramiento de los imperios multinacionales (Austria…), ya se alzaban argumentos para desenmascarar
el invento. Para algunos aquello no era más que atrezo que permitiera seguir la
representación de la verdadera historia de explotación de la multitud por una
minoría. Proletarios de todos los países,
uníos, alertaba Marx después de exponer nítidamente los poderes taumatúrgicos
de la burguesía y sus habilidades embaucadoras[1].
Años después (1914) el
movimiento obrero y el socialismo fueron sometidos a la gran prueba: o bien,
siguiendo el grito de alerta marxiano y actuando como un solo hombre ignoraban
las fronteras, detenían la producción de armas y pertrechos de guerra, bloqueaban
la movilización de soldados, en definitiva, paraban la guerra como cosa que les
era ajena; o bien acudían al reclamo en unión
sagrada[2]
con sus enemigos de clase y en defensa del santo ídolo alzado por la burguesía:
la patria, bajo cuya peana los incrédulos de la nueva fe sólo veían una trama
de mercachifles. Como tantas veces, la razón sucumbió frente a la superchería.
Dice Erich Fromm en
“Psicoanálisis y religión” que religión es «cualquier sistema de pensamiento y
acción compartido por un grupo, que dé al individuo una orientación y un objeto
de devoción». Si nos atenemos a esta definición el culto a la nación forma
parte, sin duda, del fenómeno religioso. Esto explica que la argumentación lógica
no sea una amenaza para él, que las evidencias históricas, antropológicas, económicas,
etc. sólo estorben levemente porque pueden solventarse por el procedimiento de
alterarlas o ignorarlas. La historia (en general todas las ciencias sociales) no
ha dejado de ser manipulada nunca según los intereses dominantes; es más, se
inventó como materia escolar para formar conciencias al gusto. En definitiva,
la iglesia que maneja cualquier religión acomodará la percepción de la realidad
a los intereses superiores del objeto de devoción, en este caso, la nación. Una
vez que el número de fieles ha alcanzado su punto crítico, su impulso es
imparable. A partir de ese momento, quien lo pastoree puede conducirlo sin
problemas al redil o al abismo, bastará con que lo mantenga en el conveniente arrebato
místico. Nada más fácil porque existen elementos de enganche en el interior de
la psique de cada individuo (Fromm); con las técnicas modernas, pan comido.
Que los embaucadores con el
nuevo/viejo objeto de devoción sean perfectamente conscientes de lo que hacen o
que sólo intuyan los “beneficios” del proceso y en parte ellos mismos sufran la
alienación colectiva, es secundario. Lo cierto es que el culto nacionalista en
el interior de un territorio enmascara a las mil maravillas las contradicciones
internas al tiempo que hace visible un enemigo exterior que incita a la unión sagrada.
En la difícil situación que vive
España la exaltación nacionalista de Cataluña, liderada por un partido de
ideología liberal, permite la aplicación
de su modelo económico en el territorio propio, camuflándolo tras la fiebre
independentista de una masa insensibilizada ante todo lo que no amenace su
credo, muchas veces recién asumido. Por su parte, el gobierno de España se “beneficiará”
también de la crisis institucional y territorial que minimiza la catástrofe
económica en la que no cesa de profundizar con suicidas políticas liberales,
mientras que la derecha que lo gestiona se envuelve, una vez más, en la
bandera, un gesto tan recurrente como aborrecible, desautorizando las críticas
a la gestión económica por frívolas e irresponsables.
En el ejemplo que propuse al
inicio el movimiento obrero cedió ante los señuelos nacionalistas y la guerra
arruinó y masacró a Europa y buena parte del mundo durante una generación
entera; pero, salvó al capitalismo, abocado por entonces a una crisis sistémica
que parecía definitiva. Quizás era de eso de lo que se trataba.
[1] Manifiesto del Partido Comunista. 1848.
[2] «En agosto de 1914 los partidos y sindicatos de la
izquierda europea abandonaron el discurso internacionalista, de lucha de
clases, para abrazar la causa nacional de sus respectivos países. Existía,
decían, un interés mayor, más grande que el de la Internacional, que era el del
Estado nacional de cada uno.» Jorge
Vilches: “Huelga general o Unión Sagrada”.
5 comentarios:
Y ahora volverán a hacer lo mismo. Volverán a sacarse de la manga otra guerra mundial.
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Vania
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Excelente artículo...me ha gustado "el culto a la nación forma parte, sin duda, del fenómeno religioso"...
Saludos
Mark de Zabaleta
De acuerdo con Mark de Zabaleta; el nacionalismo es como una religión". To me declaro atea, prefiero ser de ninguna parte o de todas a la vez.
Un saludo
Felicidades por la profundidad con que has tratado el tema. Ciertamente los nacionalismos, como las religiones, como las ideologías políticas y como el cuento de Caperucita no son más que inventos humanos que no se corresponden con ninguna realidad objetiva. Una pena que haya tanta gente que no sea capaz de darse cuenta de esto.
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