Comienza
el Ramadán para los musulmanes. Implica treinta días de ayuno riguroso de sol a
sol. Siempre me sorprendió la inclinación de las religiones (o las iglesias) a
establecer tabúes alimentarios, regulaciones a veces prolijas sobre los hábitos
en la alimentación, como ayunos, abstinencia de determinados alimentos de forma
temporal o permanente, y hasta las técnicas en la manipulación y preparación de
los permitidos.
El ayuno es, y sobre todo ha sido, una práctica común. En el
mundo cristiano ha ido perdiendo vigencia hasta casi desaparecer, pero en la
Edad Media llegó a ocupar ritualmente, junto con la abstinencia de la carne,
bastante más de cien días al año. Esporádicamente el ayuno ha sido utilizado
por gentes piadosas como práctica penitencial y también como método de
purificación: la escisión de la persona humana en dos entidades, espiritual y
corporal (presente en todas las religiones), ha llevado a los creyentes a fantasear
un conflicto o antagonismo entre cuerpo y alma en el que aquel ha llevado las
de perder por sus necesidades materiales, que se presumen de baja condición. La
idea recurrente es que el ayuno ayuda a meterlo en cintura. Leña al mono. Al
fin y al cabo el cuerpo forma parte del reino animal.