4 jun 2014

Monarquía o república. El sueño de la razón...

Discurría Carrillo, en los primeros tiempos de la transición, que el dilema no era entre monarquía o república sino entre dictadura o democracia. Tenía que convencer y convencerse de que había que renunciar a algún principio si se quería que el partido estuviera presente en la arena política de aquel momento decisivo. Estos días, casi cuarenta años después, he leído un artículo de J. Cercas en el que escribe que ahora “el dilema real de este país no es el que obliga a elegir entre monarquía y república, sino el que obliga a elegir entre mejor o peor democracia”; sin que se sepa muy bien por qué tendríamos que renunciar a “mejor democracia” optando por la república.  En el primer caso, yo mismo lo asumí como pensamiento guía de mi activismo político de aquellos días. El de Cercas hoy me coge con más costra y, sinceramente, me resbala. Ahora estoy firmemente convencido de que la racionalidad nunca debe ser aplazada por argumentos coyunturales, de oportunidad, de esos en los que se emplea el manido y sospechoso “ahora no es el momento”.


Rajoy recurre al argumento legalista, que tan querido le resulta, utilizando la ley (la Constitución) como valladar contra la política: “los que quieran un cambio en la forma del Estado que propongan una reforma constitucional”. Como si tal cosa fuera un camino fácilmente transitable por cualquiera (todos sabemos que los primeros artículos que habría que reformar en nuestro texto constitucional son precisamente los que se refieren a su reforma, porque la hacen prácticamente imposible en aspectos clave). Es una actitud simplemente cínica. Esta práctica del uso de la Constitución es abusiva e irresponsable porque hace que se perciba más como un artilugio utilizable como muro de contención para aspiraciones, legítimas o no.

Rubalcaba ha utilizado argumentos políticos, a mi juicio, impecables: el PSOE aceptó la monarquía como parte del consenso constitucional y entiende que aún sigue siendo un valor (el consenso) útil y digno de ser conservado. Se puede no estar de acuerdo, de hecho dentro del partido hay corrientes y organizaciones discrepantes, pero su formulación no tiene resquicios y tiene la virtud de no escamotear una decisión responsable. Nada que ver con el argumentario de la derecha, que nunca entra en el fondo de la cuestión y se limita a esgrimir la ley como garantía de inmovilidad.

Naturalmente los discrepantes, los que desean que se abra francamente el debate sobre la forma del Estado, y no sólo en la calle, sino en las instituciones, tienen todo el derecho a plantearlo en cualquier momento. Por supuesto, serían estúpidos si dejaran pasar esta oportunidad de desprestigio  de la monarquía y la coyuntura histórica de la abdicación. Las acusaciones de irresponsabilidad o de ignorancia política, con las que se pretende neutralizarlos, no son de recibo y, naturalmente se pueden volver contra los acusadores. Son el tipo de intervenciones vacías, a las que tan aficionada es la política española, que nunca conducen a la resolución del problema pero sí incrementan la crispación. Puede ser cierto que aún, los que están dispuestos a apostar positivamente por la república, son una minoría, yo también lo creo así (menos en la calle que en el Congreso, desde luego), pero eso no es argumento para acallar el debate; antes bien, teniendo en cuenta la velocidad  de su crecimiento, empieza a ser suicida para los inmovilistas ignorarlo.

Nos regaló Goya, con su genialidad artística y la preocupación pedagógica que era divisa de su época, un grabado titulado El sueño de la razón produce monstruos. ¿Qué es más peligroso afrontar las consecuencias que la coyuntura imponga al cambio o arriesgarnos a que los monstruos que nacen del abandono de la vigilia cobren protagonismo? De sobras conocemos las deficiencias y contradicciones de nuestro sistema político en parte derivadas de la incongruencia monárquica: la imposibilidad del laicismo, la dificultad para asumir la condición ciudadana a todos los niveles y con todas las consecuencias, el daño a la igualdad (ciudadana, de género…), la inserción descarada del privilegio en el corazón del sistema y, por tanto, su desdoro y erosión en su credibilidad…

¿Cuándo es tiempo para la racionalidad? Ahora ¿O hay otra contestación posible?

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Hasta en esto La Constitución es prehistórica..."La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos".

Artículo 57.5 de la Constitución Española, Título II

Saludos