Las elecciones parlamentarias europeas están siendo un
revulsivo en el panorama político nacional. El mayor impacto es el hundimiento
de los dos grandes partidos, especialmente el PSOE, porque el PP puede mostrar una victoria,
aunque pírrica. Los socialistas preparan congreso para julio y su secretario anuncia
el cese para entonces; las primarias después. Decía Gabilondo en la Ser que
eran decisiones prudentes, para agregar después “Pero ¿es prudente ser
prudentes?”. Ciertamente, parece que la gente reclama medidas más
espectaculares, profundas y urgentes.
El debate sobre si las primarias debían ser antes, después o
en lugar del congreso, si se deben limitar a elegir al candidato o, también, al
secretario se ha instalado dentro y fuera del partido.
Aunque el PSOE utilizó primarias hace tiempo con resultado infeliz,
por cierto, después del 15M algunos grupos las han convertido en un signo/avance
diferenciador e irrenunciable. En la negociación para intentar una candidatura
con IU y Podemos, aunque en realidad ninguno parecía estar por la labor, el
mayor obstáculo declarado fue la exigencia de Podemos de primarias abiertas. Su
conveniencia o inconveniencia es el debate de hoy en los partidos progresistas:
calurosamente defendido por algunos (Podemos y Equo); rechazado por otros, la
izquierda comunista tradicional (IU); admitidas con vacilaciones, reservas y
mal disimulados intentos de neutralización (PSOE).
Las primarias nacieron y son un hábito en el procedimiento
electoral norteamericano. Allí el sistema presidencialista da mucho valor a la
personalidad de los candidatos; su régimen de partidos difiere del europeo ya
que, demócratas y republicanos, apenas si han conseguido ser otra cosa que
meras maquinarias electorales; consecuentemente los programas pertenecen a los
candidatos más que a los partidos. Su existencia y su éxito dependen pues de las
condiciones peculiares en que se fraguaron.
Los partidos con fuerte contenido ideológico (la izquierda),
en los que pequeñas diferencias tácticas o de interpretación de la realidad producen
escisiones, generando nuevas formaciones, un procedimiento como éste parece inadecuado,
especialmente si son abiertas (con participación de electores no adscritos). La
incongruencia aumentaría con la importancia de la definición ideológica y el
programa partidario. La concepción del partido que, en nuestro caso, supera con
mucho el de un simple mecanismo para el proceso electoral es otro escollo. Por
último, el sistema político español, en general en Europa, es parlamentario,
los electores eligen diputados y son estos los que en función de las
matemáticas parlamentarias designan al Jefe del Gobierno, que no necesariamente
ha de pertenecer al partido más votado ni ser el cabeza de lista en ninguna
circunscripción. Obviamente las primarias no están pensadas para estos
sistemas.
Cuando Felipe González dejó la dirección de su partido en el
congreso de 1997 fue sustituido por Almunia, que nunca se logró deshacer del
sambenito de haber sido promocionado, de alguna manera, por su antecesor. En un
intento de legitimarse convocó, en contra de las tradiciones del partido, unas
primarias para las generales. Contra lo previsto, no salió elegido, lo que
provocó una situación novedosa: un candidato (Borrel) distinto del secretario
general. El partido no la supo gestionar. Al final el candidato, quejoso de abandono
y hostigamiento desde la dirección, acabó dimitiendo y Almunia, derrotado en
las elecciones y sin haber conseguido la
legitimidad que buscaba, abandonó. El invento había resultado traumático.
A partir del 15M, el desprestigio de los partidos
tradicionales y un cierto fundamentalismo democrático han resucitado el interés
por procedimientos de democracia directa (asamblearia) y por las primarias,
entendidas como un bien democrático absoluto, cuando la experiencia aconseja relativizarlo
y adaptarlo a nuestros modos so pena de desembocar en fracaso.
Es evidente que el sistema necesita ponerse al día. Precisa
que los partidos se abran a fórmulas más democráticas y si no lo hicieran voluntariamente,
sean obligados a ello; que cualquier institución, y mucho más las
representativas, permitan un acceso fluido y fácil para los ciudadanos; que
desaparezcan los muros entre administración y administrados, los heredados de
tiempos peores y los erigidos después; vigilar con atención y estorbar la
profesionalización de la política y la politización de la administración…
Nada de eso tan necesario justifica la importación sin más
de instituciones foráneas que han mostrado su bondad en el ambiente originario,
pero que chirrían en el nuestro. Se necesita un poco más de imaginación y algo
menos de infantilismo y demagogia.
1 comentario:
El último párrafo lo deja muy claro...
Un cordial saludo
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