‘Advocatus
diaboli’, abogado del diablo, es la expresión con que se conoce al fiscal en los
procesos de canonización que emprende el Vaticano; su misión consiste en exigir
pruebas, objetar y descubrir errores en la documentación aportada por los
promotores del proceso. Desde la ingenuidad se denomina así por dificultar, de
hecho, las canonizaciones ¿Qué otra cosa podría desear el demonio? Cualquiera no
lastrado por la inocencia (llamémosla así) pensaría que un buen diablo
(disculpen el oxímoron) trabajaría por introducir en el ‘staff’ celestial a
cuantos más indeseables mejor. Esto me ha hecho pensar que en la reciente
canonización de Wojtyla (Juan Pablo II) el abogado del diablo en cuestión ha
hecho un buen trabajo, contra el pasotismo que le achacan los incautos.
Desde el inicio de su pontificado estuvo rodeado de colegas
con los que se halló a partir un piñón: Reagan, Thatcher, varios dictadores
latinos entre los que podemos destacar como prototipo y síntesis de todos ellos
a Pinochet. Nunca hizo ascos a ninguno de los del lado de la derecha por
sanguinarios que fueran; otra cosa fue con la banda de la izquierda, Castro,
Ortega y no digamos el Este europeo. De hecho una buena parte de sus esfuerzos
se dedicaron a la cruzada anticomunista, especialmente en su patria, Polonia
(solo Walesa y Solidarnosc saben
lo que recibieron). El complemento a esta política fue barrer en propia casa
las veleidades sociorevolucionarias (léase teología de la liberación) que habían
‘contaminado’ a no pocos clérigos y seglares de los que se batían el cobre a
pie de chabola, o de favela. Para ambas operaciones obtuvo el aplauso ardoroso del
palco capitalista.
Pero no solo de aplausos se alimenta la política también se
requieren fondos y estos vinieron de la banca vaticana y sus embrollos
financieros con el extinto Banco Ambrosiano y gestores tan eficientes y mafiosos
como Michele Sindona,
envenenado con cianuro en su celda carcelaria o Roberto Calvi, que
terminó sus días colgado de un puente de Londres, o ciertos prelados como Marcinkus. Dios sabrá la
verdad y habrá actuado en consecuencia.
Precisamente el papa también hizo lo posible porque fuera sólo
Dios quien juzgara a su íntimo Marcial Maciel, fundador
de los Legionarios de Cristo, sacerdote, bígamo, padre de tres hijos y pederasta
insigne entre cuyas víctimas se cuentan sus propios hijos y, claro, una legión
de seminaristas; nunca juzgado por ningún tribunal civil ni eclesiástico
gracias a la protección papal y, por fin, forzado a recluirse en recinto conventual por
Benedicto XVI. «Los violadores, pederastas, abusadores, efebófilos, pedófilos,
obsesos y depredadores sexuales, ya tienen a quien encomendarse: San Juan Pablo
II» dice Sanjuana Martínez en Sinembargo.mx. El
vaticano con santo humor lo ha proclamado ‘papa de la familia’ seguramente
porque aunque su protegido Maciel cometió todas las tropelías posibles contra
la institución familiar (flaquezas de la carne) nadie ha podido demostrar que
en sus relaciones hetero haya usado nunca condón. Eso hubiera sido
imperdonable.
Su carácter, el de Wojtyla, profundamente reaccionario (por
usar una expresión propia del rojerío) se revela en la persecución emprendida y
consumada contra dos teólogos que fueron símbolo y alma de los dos movimientos
eclesiales más prometedores de la iglesia contemporánea: Hans Kung, notable
protagonistas del Concilio Vaticano II, al que desde el comienzo del pontificado
le fue retirada licencia para enseñar; Leonardo Boff,
franciscano fundador de la teología de la liberación, suspendido a divinis,
condenado al silencio y empujado, al fin, a abandonar la iglesia.
Un último apunte sobre su controvertida y exuberante
personalidad. En la tradición católica es habitual la exhibición del dolor, la
tortura y la agonía de los santos mártires o de Jesús. En la más pura línea de
tan rancia y chirriante costumbre el papa Wojtyla hizo ostentación de su agonía
personal en un alarde de impúdico y definitivo histrionismo, verdaderamente
penoso para los forzados espectadores; sin embargo, en una flagrante
contradicción, se nos vendió como modestia, espíritu de sacrificio e imitación
de Cristo. Con mejor criterio, su sucesor hizo justamente lo contrario.
En suma, si yo fuera
abogado del diablo, pero de los buenos, habría hecho lo mismo: ayudar a
encaramarlo en los altares. Con muchos como él veremos el día en que el Cielo anuncie
un ERE, o como se diga en latín. ¡Al tiempo!
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