Discurría Carrillo, en los primeros tiempos de la transición, que el
dilema no era entre monarquía o república sino entre dictadura o democracia. Tenía
que convencer y convencerse de que había que renunciar a algún principio si se
quería que el partido estuviera presente en la arena política de aquel momento
decisivo. Estos días, casi cuarenta años después, he leído un artículo
de J. Cercas en el que escribe que ahora “el dilema real
de este país no es el que obliga a elegir entre monarquía y república, sino el
que obliga a elegir entre mejor o peor democracia”; sin que se sepa muy bien
por qué tendríamos que renunciar a “mejor democracia” optando por la república.
En el primer caso, yo mismo lo asumí como
pensamiento guía de mi activismo político de aquellos días. El de Cercas hoy me
coge con más costra y, sinceramente, me resbala. Ahora estoy firmemente
convencido de que la racionalidad nunca debe ser aplazada por argumentos
coyunturales, de oportunidad, de esos en los que se emplea el manido y
sospechoso “ahora no es el momento”.
Rajoy recurre al argumento legalista, que tan querido le resulta,
utilizando la ley (la Constitución) como valladar contra la política: “los que
quieran un cambio en la forma del Estado que propongan una reforma constitucional”.
Como si tal cosa fuera un camino fácilmente transitable por cualquiera (todos
sabemos que los primeros artículos que habría que reformar en nuestro texto
constitucional son precisamente los que se refieren a su reforma, porque la
hacen prácticamente imposible en aspectos clave). Es una actitud simplemente
cínica. Esta práctica del uso de la Constitución es abusiva e irresponsable
porque hace que se perciba más como un artilugio utilizable como muro de
contención para aspiraciones, legítimas o no.
Rubalcaba ha utilizado argumentos políticos, a mi juicio, impecables:
el PSOE aceptó la monarquía como parte del consenso constitucional y entiende
que aún sigue siendo un valor (el consenso) útil y digno de ser conservado. Se
puede no estar de acuerdo, de hecho dentro del partido hay corrientes y
organizaciones discrepantes, pero su formulación no tiene resquicios y tiene la
virtud de no escamotear una decisión responsable. Nada que ver con el
argumentario de la derecha, que nunca entra en el fondo de la cuestión y se
limita a esgrimir la ley como garantía de inmovilidad.
Naturalmente los discrepantes, los que desean que se abra francamente
el debate sobre la forma del Estado, y no sólo en la calle, sino en las
instituciones, tienen todo el derecho a plantearlo en cualquier momento. Por
supuesto, serían estúpidos si dejaran pasar esta oportunidad de desprestigio de la monarquía y la coyuntura histórica de la
abdicación. Las acusaciones de irresponsabilidad o de ignorancia política, con
las que se pretende neutralizarlos, no son de recibo y, naturalmente se pueden
volver contra los acusadores. Son el tipo de intervenciones vacías, a las que
tan aficionada es la política española, que nunca conducen a la resolución del
problema pero sí incrementan la crispación. Puede ser cierto que aún, los que
están dispuestos a apostar positivamente por la república, son una minoría, yo también
lo creo así (menos en la calle que en el Congreso, desde luego), pero eso no es
argumento para acallar el debate; antes bien, teniendo en cuenta la
velocidad de su crecimiento, empieza a
ser suicida para los inmovilistas ignorarlo.
Nos regaló Goya, con su genialidad artística y la preocupación
pedagógica que era divisa de su época, un grabado titulado El sueño de la razón produce monstruos. ¿Qué es más peligroso
afrontar las consecuencias que la coyuntura imponga al cambio o arriesgarnos a
que los monstruos que nacen del abandono de la vigilia cobren protagonismo? De
sobras conocemos las deficiencias y contradicciones de nuestro sistema político
en parte derivadas de la incongruencia monárquica: la imposibilidad del
laicismo, la dificultad para asumir la condición ciudadana a todos los niveles
y con todas las consecuencias, el daño a la igualdad (ciudadana, de género…),
la inserción descarada del privilegio en el corazón del sistema y, por tanto,
su desdoro y erosión en su credibilidad…
¿Cuándo es tiempo para la racionalidad? Ahora ¿O hay otra contestación
posible?
1 comentario:
Hasta en esto La Constitución es prehistórica..."La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos".
Artículo 57.5 de la Constitución Española, Título II
Saludos
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