Nunca sabemos las consecuencias a
medio y largo plazo de los cambios que vivimos. Lo normal es que nos inquieten,
aunque sólo sea porque amenazan un equilibrio −así percibimos la realidad que transitamos− sin garantía de mejora. Eso
explica la existencia de críticos en cualquier época histórica contra un presente
que escapa de las manos como agua, nostálgicos de un supuesto pasado dorado,
estable o virtuoso, y recelosos de un futuro que no se comprende. Aquel «Cualquier
tiempo, pasado, fue mejor» del poeta (tradicionalmente mal leído como «Cualquier
tiempo pasado fue mejor») lo expresó con concisión y profundidad líricas.
Aplicando el modelo a la
información, nos parece que el siglo pasado fue su edad de oro. En él la prensa escrita alcanzó
difusión universal, geográfica y socialmente. La radio se le unió pronto aportando
una inmediatez y penetración que las prensas tenían dificultades para afrontar.
Su influencia fue tal que alcanzó el calificativo de ‘cuarto poder’ en parangón
con el ‘legislativo’, el ‘ejecutivo’ y el ‘judicial’ de la tradición política
parlamentaria o democrática. Creó sus héroes, sus villanos y sus mitos. La
literatura, el cine y el arte en general lo convirtieron en objeto frecuente de
su actividad creativa. A la vez se imbricó sólidamente en las estructuras
económicas de la época en varios sentidos: 1) asumió las formas del capitalismo
avanzado en su organización empresarial; 2) contribuyó al ciclo productivo
porque se convirtió en una mercadería más, pero también por estimular mediante
la propaganda −medio de financiación creciente a lo largo del proceso− el mecanismo
producción/consumo de forma decisiva. Precisamente, ambos fenómenos fueron el
origen de una contradicción de larga consecuencia −información para la
formación crítica vs intereses económicos−.
Desde las postrimerías del XX, el
magnífico edificio parece desmoronarse. Las nuevas tecnologías entraron como
elefante en cacharrería en redacciones y rotativas mientras los mercados desmantelaban
consejos de administración y provocaban un
aluvión de cambios de propiedad en las cabeceras. A estas alturas la mayoría de
ellas han
sido ya pasto del capricho voraz de los nuevos supermillonarios, que las
devoran (¿coleccionan?) una a una o por lotes.
Todo este barullo alcanza nuestras
salas de estar en donde la pantalla del televisor se debate para seguir siendo,
con el aliento de la red en la nuca, la
ventana más utilizada para asomarse al exterior.
Nunca tuvimos claro que proporciones
de entretenimiento, información, formación… eran las óptimas en el medio
televisivo, ni si mezclar los ingredientes para crear nuevos productos era una
buena idea o encerraba peligros de potencialidad explosiva. La irrupción del
capital privado resolvió todas las dudas. Cualquier experimento se justifica
por los beneficios que aporte.
Así, hemos visto como, paulatinamente, los espacios informativos se travestían
de espectáculo, con todos los recursos que el género requiere. Primero se trasladó
sin más el modelo de las interminables, chirriantes y caóticas tertulias del
corazón a debates sobre temas ‘serios’. En ellas se introducen ‘sorpresas’,
entrevistas pretendidamente impactantes, anunciadas a bombo y platillo y con
suspense, mini espacios de supuesto periodismo de investigación y ráfagas de
informes de ‘expertos’ presuntamente objetivos, que, alardeando de algún aval académico o práctica profesional pontifican frecuentemente
desde su espacio de trabajo habitual. Tanto periodistas como políticos o ‘personas
de prestigio’ constituyen un plantel que se repite y se alterna hasta la
saciedad en todos los debates o tertulias, convertidos en profesionales de la
discusión, de lo que obviamente obtienen beneficio económico o de imagen, que
no debe ser despreciable a juzgar por el tiempo que le dedican.
Estas tertulias, que se han
hipertrofiado y proliferado ocupando horas y horas de programación, se alternan
con programas de ‘periodismo de investigación’, presentados con voces apremiantes
y de tonos dramáticos amén de una delirante repetición y manipulación de
imágenes acompañadas de ráfagas o fondo musical teatrales. La utilización
de imágenes en bucles sin fin, de forma frenética, y otros recursos dramatizadores
invaden espacios informativos tradicionales (telediarios) que amenazan con
diluirse en este magma en el que ya no es posible separar información de
espectáculo.
Por otra parte el reality show se ha filtrado también en
los informativos dando forma a muchos programas de reportaje callejero. Precisamente,
con frecuencia el reportero es utilizado descaradamente para crear noticia
donde no la hay: basta situar a alguno en el lugar donde hipotéticamente podría
producirse una concentración o protesta y conectar repetidamente con él reclamando
información para que el fenómeno esperado (¿deseado?) se produzca como por arte
magia.
Sin duda el tiempo que viene traerá
cosas excelentes, a lo mejor salidas de éstas que hoy presento como
aberraciones. Ojalá. Eso no quita que sienta un escalofrío por un futuro que,
de verdad, cuesta ver con tonos optimistas.
1 comentario:
Muy bien planteado. Ciertamente es como para dudar si es cierto aquello de que "cualquier tiempo pasado fue mejor"...
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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