21 jul 2014

Experimento sin gaseosa

El fenómeno Podemos acapara horas de televisión, proporciona tema a columnistas de toda índole, provoca análisis y estudios de sociólogos y politólogos. Su irresistible ascensión ha producido agitación e inquietud en todos los partidos del arco parlamentario pero especialmente en el PSOE e IU. De hecho son los que sufrirían el mayor impacto de la formación de Pablo Iglesias si se consolidara y repitiera triunfo en las próximas elecciones.


Aunque IU obtuvo buenos resultados en las europeas sus dirigentes son tan conscientes del peligro de absorción (de programas, electores y militantes) por parte de los recién llegados que se han apresurado a abandonar el rechazo inicial a las primarias y a poner en marcha movimientos de aproximación y renovación. Todo lo cual es loable si hubiera garantías de que esos esfuerzos no vayan precisamente a contribuir a su dilución en la lava de la indignación, que por fin encontró un vehículo político creíble, pese a las incógnitas que arrastra.

El PSOE, quizás lo tenga peor. En los casi cuarenta años transcurridos desde 1975 ha participado en los consensos fundacionales de la transición (por cierto, junto con el PCE, los partidos nacionalistas, la derecha reformista de la UCD e incluso con la derecha nostálgica de Fraga, AP, el más reticente de todos) y ha gobernado algo más de veinte años, sucediendo a UCD primero y alternándose después  con el PP (la criatura que emergió del partido de Fraga tras absorber a UCD). No cabe duda, el PSOE es constructor privilegiado de la Transición. Honrosa responsabilidad que ahora se vuelve contra él. La formación de P. Iglesias (el joven), heredera de las asambleas de indignados, lo ha convertido en chivo expiatorio: lo incluye en la ‘casta’, el nuevo vocablo con el que se evita a los oídos jóvenes denominaciones de clase que suenan a casposas y viejunas; de paso se mezclan churras con merinas en un totum revolutum que va muy bien al coyuntural cabreo generacional, combustible emocional del nuevo movimiento. Pero lo cierto es que el 38% de los que dicen haber votado a Podemos aseguran haberlo hecho antes por los socialistas.

Con el PSOE se demoniza la Transición, culpable, según la nueva versión, de todos los males presentes por ser criatura del franquismo tardío. Lo cual es cierto en algún sentido, fue la oferta reformista de Suárez, a la sazón Jefe Nacional del Movimiento, la que se ganó la voluntad de los españoles de aquellas fechas frente a la “ruptura democrática” que proponían la izquierda, los nacionalistas y algún liberal demócrata. No hay que olvidar que se otorgó a la ciudadanía el derecho a decidir, como se dice ahora, en referéndum. Las organizaciones democráticas (o si queréis, antifranquistas) no tuvieron más opción que pasar bajo las horcas caudinas de una reforma pactada. Su grandeza estuvo en asumir el reto, entrar en el consenso y construir el periodo más prospero y brillante de la historia de España.

Hay explicación para la desafección de las masas a la nítida oferta democrática. Los últimos años del franquismo fueron de industrialización  y de  crecimiento económico, remolcado a la estela del boom europeo de los sesenta, que contrastaba fuertemente con la larga travesía del desierto desde la guerra. La oferta de la izquierda con sones de revolución y recuerdos de la gran tragedia, por mucho que viniera hablando de reconciliación desde hacía años, resultaba inquietante para la mayoría.

Entonces se optó por transigir y consensuar en una operación evidentemente optimista porque todo estaba por construir y España, pese a las coyunturas negativas, tenía la sensación de entrar en una fase A; ahora se reniega, se culpa y se pretende hacer tabla rasa porque tenemos la evidencia de estar ya en una fase B. La economía manda mucho. Tanto que al abrigo de las crisis se han producido siempre los grandes cambios políticos. Pero no nos equivoquemos, en este momento el cambio va por liquidar el estado del bienestar que implantó el socialismo reformista en toda Europa, con el telón de fondo de un movimiento obrero sólido. Los contemporáneos Podemos o Cinco Estrellas (Beppe Grillo) son movimientos de indignación que carecen de una base social homogénea y concienciada. Al incluir a la izquierda tradicional en la ‘casta’ a combatir estos grupos hipotecan su propio futuro porque desmantelan aparatos montados con esfuerzo por la lucha obrera de más de un siglo, cuando ellos probablemente, pasada la coyuntura, sólo serán recuerdo. Un servicio impagable a la verdadera casta dominante.

En el caso de Podemos, no puedo evitar la sensación de que se trata de un experimento académico fraguado en los despachos de un departamento universitario donde unos jóvenes profesores, izquierdistas e inquietos han decidido utilizar los medios a su alcance (redes sociales y vía libre en los mass media) en un momento de gran oportunidad (masas de jóvenes desorientadas y sin futuro aparente). Lenin hizo lo propio, salvando las distancias, con la irritación y desconcierto que producía la guerra (1914/18), sólo que éstos no parecen tener muy claro a donde van ni a quienes arrojan a la cuneta. Quizás la experiencia dé para unas cuantas publicaciones en revistas especializadas. Puede que fracasen… Bueno, en todo caso lo recordarán en años venideros como una interesante vivencia juvenil.

3 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Un magnífico artículo...


Saludos

jaramos.g dijo...

Extraordinario análisis, admirado amigo Arcadio. Más aún -y esto no es frecuente-, de acuerdo hasta con los puntos y comas, al 120%. Gracias.

Manuel Reyes Camacho dijo...

Muy de acuerdo en casi todo, exceptuando que yo les doy mucho más recorrido y mucha más historia.