El fenómeno Podemos acapara horas de televisión, proporciona
tema a columnistas de toda índole, provoca análisis y estudios de sociólogos y
politólogos. Su irresistible ascensión ha producido agitación e inquietud en todos
los partidos del arco parlamentario pero especialmente en el PSOE e IU. De hecho
son los que sufrirían el mayor impacto de la formación de Pablo Iglesias si se
consolidara y repitiera triunfo en las próximas elecciones.
Aunque IU obtuvo
buenos resultados en las europeas sus dirigentes son tan conscientes del
peligro de absorción (de programas, electores y militantes) por parte de los recién
llegados que se han apresurado a abandonar el rechazo inicial a las primarias y
a poner en marcha movimientos de aproximación y renovación. Todo lo cual es
loable si hubiera garantías de que esos esfuerzos no vayan precisamente a
contribuir a su dilución en la lava de la indignación, que por fin encontró un
vehículo político creíble, pese a las incógnitas que arrastra.
El PSOE, quizás lo tenga peor. En los casi cuarenta años transcurridos
desde 1975 ha participado en los consensos fundacionales de la transición (por
cierto, junto con el PCE, los partidos nacionalistas, la derecha reformista de
la UCD e incluso con la derecha nostálgica de Fraga, AP, el más reticente de
todos) y ha gobernado algo más de veinte años, sucediendo a UCD primero y
alternándose después con el PP (la
criatura que emergió del partido de Fraga tras absorber a UCD). No cabe duda, el
PSOE es constructor privilegiado de la Transición. Honrosa responsabilidad que
ahora se vuelve contra él. La formación de P. Iglesias (el joven), heredera de
las asambleas de indignados, lo ha convertido en chivo expiatorio: lo incluye
en la ‘casta’, el nuevo vocablo con el que se evita a los oídos jóvenes
denominaciones de clase que suenan a casposas y viejunas; de paso se mezclan
churras con merinas en un totum revolutum que va muy bien al coyuntural cabreo
generacional, combustible emocional del nuevo movimiento. Pero lo cierto es que
el 38% de los que dicen haber votado a Podemos aseguran haberlo hecho antes por
los socialistas.
Con el PSOE se demoniza la Transición, culpable, según la nueva
versión, de todos los males presentes por ser criatura del franquismo tardío.
Lo cual es cierto en algún sentido, fue la oferta reformista de Suárez, a la
sazón Jefe Nacional del Movimiento, la que se ganó la voluntad de los españoles
de aquellas fechas frente a la “ruptura democrática” que proponían la
izquierda, los nacionalistas y algún liberal demócrata. No hay que olvidar que
se otorgó a la ciudadanía el derecho a decidir, como se dice ahora, en referéndum.
Las organizaciones democráticas (o si queréis, antifranquistas) no tuvieron más
opción que pasar bajo las horcas caudinas de una reforma pactada. Su grandeza
estuvo en asumir el reto, entrar en el consenso y construir el periodo más
prospero y brillante de la historia de España.
Hay explicación para la desafección de las masas a la nítida
oferta democrática. Los últimos años del franquismo fueron de industrialización y de crecimiento
económico, remolcado a la estela del boom europeo de los sesenta, que
contrastaba fuertemente con la larga travesía del desierto desde la guerra. La
oferta de la izquierda con sones de revolución y recuerdos de la gran tragedia,
por mucho que viniera hablando de reconciliación desde hacía años, resultaba
inquietante para la mayoría.
Entonces se optó por transigir y consensuar en una operación
evidentemente optimista porque todo estaba por construir y España, pese a las
coyunturas negativas, tenía la sensación de entrar en una fase A; ahora se
reniega, se culpa y se pretende hacer tabla rasa porque tenemos la evidencia de
estar ya en una fase B. La economía manda mucho. Tanto que al abrigo de las
crisis se han producido siempre los grandes cambios políticos. Pero no nos
equivoquemos, en este momento el cambio va por liquidar el estado del bienestar
que implantó el socialismo reformista en toda Europa, con el telón de fondo de
un movimiento obrero sólido. Los contemporáneos Podemos o Cinco Estrellas (Beppe
Grillo) son movimientos de indignación que carecen de una base social homogénea
y concienciada. Al incluir a la izquierda tradicional en la ‘casta’ a combatir estos
grupos hipotecan su propio futuro porque desmantelan aparatos montados con
esfuerzo por la lucha obrera de más de un siglo, cuando ellos probablemente,
pasada la coyuntura, sólo serán recuerdo. Un servicio impagable a la verdadera casta
dominante.
En el caso de Podemos, no puedo evitar la sensación de que
se trata de un experimento académico fraguado en los despachos de un
departamento universitario donde unos jóvenes profesores, izquierdistas e
inquietos han decidido utilizar los medios a su alcance (redes sociales y vía
libre en los mass media) en un momento de gran oportunidad (masas de jóvenes
desorientadas y sin futuro aparente). Lenin hizo lo propio, salvando las
distancias, con la irritación y desconcierto que producía la guerra (1914/18), sólo
que éstos no parecen tener muy claro a donde van ni a quienes arrojan a la
cuneta. Quizás la experiencia dé para unas cuantas publicaciones en revistas
especializadas. Puede que fracasen… Bueno, en todo caso lo recordarán en años
venideros como una interesante vivencia juvenil.
3 comentarios:
Un magnífico artículo...
Saludos
Extraordinario análisis, admirado amigo Arcadio. Más aún -y esto no es frecuente-, de acuerdo hasta con los puntos y comas, al 120%. Gracias.
Muy de acuerdo en casi todo, exceptuando que yo les doy mucho más recorrido y mucha más historia.
Publicar un comentario