Primero fue el Euro, la moneda común. Ahora Schengen, la
libertad de circulación. El impacto de la crisis económica ha hecho tambalear
la moneda y aún no sabemos si escapará sin daños de la conmoción, ni siquiera
si pervivirá. La crisis en Oriente Medio, en donde Siria era una piedra maestra,
removida en buena parte por los errores en la política exterior de EE.UU. y sus
aliados, afecta ahora gravemente a Europa en forma de una apabullante marea de
refugiados. La moneda y las fronteras, los dos símbolos más evidentes de la
soberanía, que los Estados más decididos (¿ingenuos?) de la Unión quisieron
empezar a poner en común como símbolo, a su vez, de la firme decisión de
caminar juntos, amenazan con regresar a sus posiciones de partida ante la onda
renacionalizadora que traen las crisis (económica y política) y la falta de
convicción y experiencia comunitarias de los países integrados en aluvión en
las últimas ampliaciones.
La UE está en camino, inconclusa. El horizonte es difuso y
con el número de caminantes ha aumentado la algarabía y las disonancias, cuando
ya se habían producido disensiones y abandonos precisamente en la moneda única
y el espacio Schengen. Por eso, seguramente, se ha ido haciendo evidente la
presencia de un liderazgo: Alemania. Tranquiliza pensar que alguien tiene un
plan y la autoritas para imponerlo,
pero se agrava el déficit democrático de la Unión y la expone a los vientos de
una eventual crisis política germana. Hace cuatro o cinco generaciones Alemania
logró convertirse en un Estado unificado gracias a la iniciativa y liderazgo de
Prusia (Bismarck)
que se impuso sobre el alboroto nacionalista que pugnaba por encontrar caminos de
integración más democráticos. Es posible que los políticos alemanes, quizás
también sus ciudadanos, tengan interiorizado en su peculiar idiosincrasia
política el valor del liderazgo en los procesos políticos. Por otra parte la
gesticulante sobreactuación de los países pequeños para hacerse notar/respetar crea
un caos que hace más evidente la bondad de un liderato.
Es una pena que el Reino Unido tenga tan poco interés en la
integración porque Francia e Italia no bastan como contrapeso de Alemania,
mucho menos España donde de lo que realmente estamos pendientes es de si vamos
por fin a autodividirnos en unos cuantos estados mini, como en los Balcanes,
para que podamos así, por fin, hacernos demostraciones de amor, como dijo Junqueras
(por ejemplo, digo yo, votándonos mutuamente las canciones que presentemos a
Eurovisión).
La pugna entre democracia y liderato (¿podrán no entrar en
contradicción?) es la complicada dialéctica en la que se resolverá el futuro de
la UE, por eso resulta difícil predecir si como resultado de las crisis vamos a
avanzar o a retroceder. Seguramente ni siquiera tenemos claro, o puesto en
común, qué es avanzar y qué retroceder.
1 comentario:
Un gran artículo...
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