Lo que está más de moda es la independencia, pero a ritmo de
bolero. O sea, que quien la desea no la consigue por la oposición de fuerzas
invencibles. En los días de la descolonización las independencias cundían como
rosquillas, pero aquello se acabó hace mucho. Recuerdo cómo entonces se
construían nacionalidades ancestrales de urgencia para gentes que, habiendo
quedado encerradas por unas fronteras arbitrarias que trazaron políticos
europeos en sus despachos y mesas de negociación, se apresuraban a emplearlas en la consecución
de un puesto en la ONU. ¡Qué tiempos!
Las cosas cambiaron. Los
saharauis, que descubrieron ser una nación justo cuando España colocaba los
mojones de las fronteras del territorio por donde ellos habían deambulado desde
siempre, no consiguen ahora el divorcio de Marruecos al que sorpresivamente se
vieron unidos con lazos de hierro, sin que nadie preguntara si era ese el Estado
que buscaban en sus ensueños de modernidad. Por su parte, los palestinos no
logran frenar la progresiva colonización de su territorio, del que ya prácticamente
no queda nada, por parte de judíos recién llegados desde todos los rincones del
mundo imbuidos de un nacionalismo religioso, el más peligroso de todos porque
aúna dos creencias, dos mandatos trascendentes (además traen papeles: el
certificado de pueblo elegido y escrituras de la tierra prometida). Pero las
arenas del desierto o las aguas del Jordán son elementos de la geografía
tercermundista, en la que la sangre nunca desentonó. En Europa el sufrimiento
por la patria irredenta es, como casi todo por estas latitudes, de lujo, o sea,
superfluo, charmante; pero, por
supuesto inconsolable como el alma dolorida de los boleristas. Tiene un tufo, diré
mejor aroma, romántico por el recurso a un pasado medieval del que se intentan
resucitar ‘libertades’, privilegios, que truecan en derechos democráticos,
aunque el concepto democracia no existiera en aquellos tiempos y cuando
apareció lo hiciera como abominación política (todavía a fines del XIX el papa
de Roma y sus huestes de teólogos y propagandistas lo calificaban de invento
del demonio).
Catalanes, vascos, corsos, bretones, flamencos, padanos,
bávaros, escoceses… aspiran a tener estados propios presentando currículos que
se remontan como poco a la Edad Media pero en algunos casos a los hijos de Noé.
¡Ahí es nada! De momento prefieren acompañarlos con el dulce sonido de las
maracas, recordándonos el civilizado
divorcio de los escandinavos o de checos y eslovacos, pero ocultando el olor a
sangre de ETA o el IRA y el matadero balcánico, por impropios y pasados de
moda. El amor no correspondido de mil boleros desemboca en la nostalgia y la
melancolía paralizantes, sin embargo, quién sabe, en un momento podemos vernos
sorprendidos con el despertar de la ira. No sería nada nuevo, es sabido que las
modas vuelven cuando menos se las espera.
1 comentario:
Muy buen artículo...salvo el título (pone indepencia)
Saludos
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