Periódicamente surgen alarmas sobre la evolución económica basadas en proyecciones a futuro de los valores demográficos actuales. Naturalmente nos presentan un panorama catastrófico ‒cómo venden las catástrofes y qué bien sientan al morbo que alimentamos cada cual‒, basado en el envejecimiento de la población, que, entre otras cosas, según dicen, haría imposible el sostenimiento de las pensiones.
A fuer de no ser original soy viejo, como casi todos, aunque por fortuna no
he perdido la memoria todavía ‒toco madera‒. Pues bien, recuerdo que en los
felices tiempos en que el mago Solchaga dirigía la economía y España era “el
país donde más fácilmente se podía uno hacer rico” ‒unas décadas después hemos
demostrado, ironías del destino, que también podíamos hacernos pobres
colectivamente más rápido que nadie‒, desde su propio ministerio se nos
alentaba a suscribir un fondo de pensiones privado porque el futuro se presentaba
oscuro dada la manía de envejecer de cada vez más gente. Los que picamos,
después de unos cuantos años intentando que los mercados no redujeran a confetis los billetitos que depositábamos penosamente en la hucha bancaria, al fin rescatamos cuatro perras, de las que Hacienda se llevó
dos. Total, para hacer un regalo a la parienta o quizás un viajecito para celebrar
la jubilación; y eso fue todo. Seguro que los bancos sacaron mejor provecho y hasta
puede que se lo agradecieran a Solchaga ‒que el señor me perdone los malos pensamientos. Después hemos sabido que los planes de
pensiones privados sí que dan para mucho, aunque sólo a condición de ser
ejecutivos de grandes empresas preferentemente bancarias o de cajas en proceso
de bancarización, pero esa es otra historia ‒bueno, si bien (mal) se piensa quizás sí que
sea la misma...
La cuestión es que vuelve con fuerza la cantinela del envejecimiento, la tasa de
dependencia y la asfixia inminente del sistema de pensiones. Opinadores de toda
índole tragan el anzuelo y ejercen de pregoneros de la catástrofe en todos los
medios. Pero así como los economistas están por todas partes, con pizarra o a
pelo, intentando cada uno convencernos de aquello y de lo contrario, a casi
nadie se le ocurre preguntar a los demógrafos. Es la demografía una ciencia
humilde, nada mediática y a sus practicantes parece que, o se los tragó la
tierra o, hasta hoy, nadie les ha descubierto tirón para encandilar a la
audiencia teleadicta. Cito a dos: Julio Pérez Díaz, que ha tratado el tema del envejecimiento y las pensiones repetidamente, y
de su blog me ha llevado a unos artículos
de J.A. Fernández Cordón (aquí y aquí).
«Los problemas actuales del sistema público de pensiones se deben, manifiestamente, a la incapacidad de nuestras empresas de generar empleo suficiente y a la tendencia a la reducción de los salarios y la precarización del trabajo. La solución, a corto plazo, pasa por crear empleo, algo siempre necesario por otra parte. Pero los partidarios de recortar avisan de que no basta con crear empleo, que es necesario “profundizar en las reformas” y el argumento sigue siendo la demografía. Sin embargo, el análisis no corrobora sus temores. La baja fecundidad no ha tenido hasta ahora ningún efecto sobre el crecimiento y la estructura por edades de la población porque ha sido compensada con creces por la llegada de inmigrantes.» Fernández Cordón, No es la demografía. eldiario.es, 15/6/16.
En efecto, para los años en que se preveía una crisis demográfica por
el descenso de la fecundidad y la tasa de reemplazo hasta el punto de
profetizar un descenso de la población total, se produjo uno de los
crecimientos más espectaculares conocidos en España por causa de la inmigración
y el crecimiento económico. No sólo no quebró el sistema de pensiones sino que acumuló
reservas que han venido sirviendo al gobierno Rajoy para salvar la cara
manteniéndolas intactas (las pensiones, no las reservas que se han diezmado).
Los
catastrofistas no suelen tener en cuenta estos y otros parámetros susceptibles
de cambio, como el aumento de la productividad, en España todavía baja, cuya
subida permitiría tasas de dependencia más elevadas que las actuales, hasta un
límite difícil de estimar:
«En el futuro, una proporción menor de adultos producirá lo mismo o más que ahora, debido a la mayor participación en la actividad de mercado y, eventualmente, a una mayor productividad (aunque este supuesto no es imprescindible). Si, en estas condiciones, la parte del PIB que va a los mayores no aumenta en proporción a su peso en la población, se producirá un deterioro del nivel de renta relativo de los mayores. Es probable, ateniéndonos a las tendencias recientes, que ello beneficie más a las rentas del capital que a las del trabajo, provocando así un aumento de la desigualdad.» Fernández Cordón, La coartada demográfica. Ahora, 13/7/16.
Subyace aquí un problema político de distribución de la riqueza
que algunos quieren ignorar y nos lo ocultan presentándolo como un problema
demográfico, como si se tratara del pedrisco, una calamidad natural fuera de
nuestro alcance. El caso es que la mentira tiene la facultad de convertirse en
verdad con sólo repetirla mil veces, como todo el mundo sabe, y yo ya he oído la
falacia en cuestión más de novecientas.
1 comentario:
Y con Mariano estamos acabando con el sistema de pensiones de "reparto"...
Saludos
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