Está
de actualidad el deconstructivismo.
Todas las artes lo han experimentado desde la arquitectura a la moda, pasando
por la pintura o la literatura. Ahora parece invadir peligrosamente zonas de la
convivencia que tienen que ver con las cosas de comer, y no me refiero a la
cocina, donde tambien triunfa, sino a la política.
Deconstrucción arquitectónica |
La entronización de Trump ha venido a poner un punto y
aparte en la irresistible ascensión del populismo que se ha convertido en una
amenaza global. Que la dolencia haya alcanzado el corazón del sistema,
capitalista y democrático, eleva el diagnóstico al nivel de gravedad. La
democracia no es sólo el sufragio ejercido cada cuatro años, son los derechos
humanos entre los cuales los de las minorías y todo un sistema de
articulaciones, discontinuidades y contrapesos en el ejercicio del poder que
deben hacer imposible su monopolización por parte de personas, clase, partido o
facción, cualesquiera que sean sus intenciones últimas. Los populismos amenazan
con reducirla a los huesos y la piel, o sea a las consultas periódicas, más o
menos desnaturalizadas, desechando o pervirtiendo todo lo demás.
La democracia ha sido el fruto de un proceso histórico de
siglos conforme aparecían y se consolidaban las clases medias en el mundo occidental, que se completó y
generalizó tras las grandes convulsiones del siglo XX. El curso no fue lineal,
sin alternativas o sin soluciones de continuidad, porque siempre vino acompañado
de demonios internos que desde su propio seno lo mantuvieron en ebullición y lo
pusieron en peligro en diferentes lugares y ocasiones. Los fascismos,
cristalizaciones de los nacionalismos extremosos, y el comunismo soviético y
sus epígonos, deriva enfermiza del liberador movimiento obrero de raíz
decimonónica, fueron sus más agrestes obstáculos, nacidos, no hay que olvidarlo,
en su propia entraña. La derrota de uno y la consunción del otro abrieron
definitivamente las puertas a la globalización, que, lamentablemente, irrumpió
bajo la hegemonía de un renovado capitalismo de perfiles acerados, hiriendo
cruelmente a sectores de las clases medias henchidas de nuevos miembros: los trabajadores
que las políticas del bienestar habían rescatado de la base. El impacto en
estos sectores y la frustración subsiguiente han generado una profunda
desconfianza en la globalización, la superación de los nacionalismos y la democracia representativa. Añadamos a
eso la presión migratoria, la mayor desde la postguerra, fruto de las
convulsiones en el mundo islámico y las desigualdades económicas a nivel global,
en definitiva, las secuelas de la descolonización.
En estas circunstancias resucitan los nacionalismos junto a
un remedo de lucha de clases, basado en la irritación que produce la
frustración más que en una lucha de liberación, como lo fuera el movimiento
obrero en otros tiempos. Pero este trastorno interno de las sociedades está
teniendo ya un reflejo inquietante en las relaciones exteriores. Una
perturbación, un caos que los más benévolos o con más sentido del humor comienzan
a llamar deconstrucción del orden internacional, ligándolo a ciertas tendencias
del arte contemporáneo, citadas arriba. Los arquitectos diseñan habitáculos incómodos
de ver y de vivir y los modistos ropajes contrahechos, pero aún nos cabe la
esperanza de que no caerán los techos sobre nuestras cabezas ni los modelos prêt-á-porter deformarán irreversiblemente nuestros
cuerpos. No es seguro que sea tan inocuo el deconstructivismo político a manos
de patanes, irresponsables, listillos o psicópatas salidos de la telerrealidad,
un tipo de realidad virtual arriesgado porque, en él, los golpes que propinan sus
protagonistas se sienten.
Deconstructivist Fashion |
1 comentario:
Un panorama realmente complicado...
Publicar un comentario