S. Dalí, La persistencia de la memoria |
Existe la sensación generalizada de que vivimos un momento
crítico. Por supuesto, en lo que no hay acuerdo frente a la encrucijada es en
qué hay que desechar y hacia dónde queremos ir. Unos ven progreso donde otros
sólo atisban retrocesos, éstos amenazas donde aquellos esperanzas. Pero el
futuro, como siempre, será ecléctico, no dará la razón a nadie pero tampoco a
nadie se la quitará por completo, de modo que el mundo que vivan nuestros hijos
o nietos difícilmente habrá sido imaginado. Todo lo que podemos hacer al
respecto es analizar el presente, cómo es y cómo se gestó, para, sobre esa base,
proyectar utopías o distopías, según nuestro carácter o estado de ánimo. En el
pasado hubo muchos profetas pero todos eran falsos, los predictores modernos,
que presumen de utilizar métodos científicos, no son mucho más fiables; y sin
embargo, lo que hacemos en el presente depende en gran medida de cómo
imaginamos el futuro, aunque esta imagen del porvenir se alimenta y conforma
con el presente. Un círculo vicioso que buscamos romper, los que amamos la historia,
explorando el pasado.
En el siglo XVII, una vez que la exploración cedió ante la
explotación de los inmensos espacios recién descubiertos, se desató una
actividad febril por el comercio. El capitalismo que apuntaba desde la Edad
Media eclosionó brutalmente con la explotación de los nuevos mercados. Los
historiadores de la economía llaman a este periodo mercantilismo. Todo
consistía en proteger los mercados propios, las rutas y los medios de
transporte para conseguir el máximo beneficio. Para ello se necesitaban estados
poderosos que pudieran lograrlo con cualquier medio frente a los competidores.
Los monarcas autoritarios surgidos de las luchas medievales estaban en las
mejores condiciones para afrontar la nueva situación; tenían los medios
(jurídicos y militares) y el estímulo (una feroz codicia labrada en los
trabajos de su gestación). El primer capitalismo consolidó a las monarquías
absolutas que campearon Europa hasta finales del XVIII. La excepción fue Inglaterra
y Holanda donde las expectativas de negocio atrajo a la nobleza que no tuvo
reparo en aburguesarse (en la tierras frías y húmedas del NO una pobre
agricultura sólo podía sustentar una pobre nobleza, que busco otros medios para
redondear sus patrimonios), lo que unido al fracaso previo del autoritarismo
monárquico, creó una situación diferente: el aparente atraso se reveló ventaja
para alumbrar el moderno Estado liberal.
El sistema, sin embargo, portaba contradicciones importantes
que comenzaron a estallar a finales del XVIII: el despilfarro astronómico de la
corte, componente esencial en la ira popular que lanzó la revolución en Francia;
los gastos inmensos de las guerras coloniales, destinadas a proteger o ampliar
sus espacios comerciales, chispa que encendió la mecha en la independencia y
revolución americana; el desarrollo de la industria, que se prohibía en las
colonias y se estimulaba en la metrópoli para apropiarse el valor añadido y que produjo concentraciones obreras en las ciudades. Estos y otros elementos
anunciaban otro mundo: la industrialización del NO de Europa; la libertad de
mercado para mercaderías y trabajo; liberalismo político con sujeción al
derecho (constituciones), elecciones y división de poderes.
En poco tiempo la industria que se había desarrollado como
subproducto del mercantilismo se convirtió en la actividad hegemónica: el
capitalismo mercantil, base de los primeros regímenes burgueses con sufragio
restringido, se transmutó en capitalismo industrial, que, enseguida, comenzó a
ensayar modos democráticos. La burguesía propietaria y los obreros industriales
son las dos clases antagónicas que protagonizan la agitación políticosocial del
XIX y principios del XX. Pero el antagonismo de clase no ocultaba su
complementariedad, lo que condujo inexorablemente a un acuerdo tácito, a veces
explícito (socialdemocracia, liberalismo social, Estado del bienestar), que es
responsable de la universalización de los valores democráticos y la estabilidad
y fortaleza de los regímenes con esa configuración. Los experimentos obreros,
sin burguesía, tras la revolución de 1917, han resultado frustrantes y
su permanencia no alcanzó el siglo.
El capitalismo industrial tampoco había venido para
quedarse. Nunca han cesado de aparecer contradicciones nuevas conforme
desaparecían o estallaban las antiguas creando situaciones novedosas. Los
“tiempos líquidos”, que Bauman me perdone, no son una característica de la
contemporaneidad sino de la sociedad humana. El caso es que la acumulación
originaria de capital para el inicio de la industrialización la aportó básicamente
la actividad mercantil pero conforme la industria crecía y los procesos de
producción se complicaban y encarecían el problema de la financiación se
agudizó. Los instrumentos e instituciones financieras se desarrollaron, sofisticaron
y empoderaron hasta lo inimaginable; al fin, de servidores que fueron en el
inicio, se convirtieron en amos. El capitalismo industrial había muerto para
dejar lugar al capitalismo financiero. Nueva etapa, nuevas condiciones, nuevos
modos.
Nuevas condiciones forzadas por la globalización, la hegemonía
financiera y la nueva revolución tecnológica, que están dislocando lo que
parecía más estable: el dominio económico de Occidente o la estructura y los
valores de clase. Como estamos en plena tormenta, no atisbamos el paisaje que
vendrá con la calma, pero es claro que tendrá otros modos, sin duda inéditos, distintos
de los que nos son familiares. De ahí la esperanza de unos, el temor de otros
y, así debería ser, la inquietud de todos.
2 comentarios:
Muy buen artículo...
Hola Arco: El dominio económico y los valores de "Occidente" (la Europa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX) fue sustituido después por el dominio económico del "otro" Occidente (EEUU). Parece que China está presta ahora a sustituir a EEUU. Lo que no tengo muy claro es si China defenderá los valores de Occidente, los de Oriente o una mezcla de ambos: Hace unos días Trump hablaba de proteccionismo y Xi Jinping de las "virtudes de la globalización"...
Saludos.
Publicar un comentario