Ian Morris, arqueólogo e historiador
moderno y polémico, ha reducido a la fórmula
que me sirve de título la clave para entender el devenir de la humanidad a lo
largo de los escasos o prolijos milenios (según perspectivas personales) que lleva
la Tierra soportando nuestra presencia: C sería cultura, E energía y T
tecnología. Nada nuevo, si bien se mira, ya que hace más de siglo y medio don
Carlos Marx avisaba de que, desde siempre, los historiadores habían hecho
descansar a la historia sobre la cabeza (las ideas como motor de cambio) y
urgía colocarla sobre los pies: las técnicas en uso en cada momento, explicaba,
condicionan las relaciones de trabajo y el sistema de producción que, a su vez construye
la estructura jurídica, política, ideológica… que definen una cultura. Morris
ha echado mano de la herramienta matemática para decir más o menos lo mismo,
insertando números para cuantificar el consumo de energía y, por tanto, el
progreso tecnológico, con los que marcar hitos en la secuencia cultural; pero olvidando
el juego dialéctico, la grasa que impide que el constructo marxista se gripe.
Sea lo que fuere, es de general
aceptación, salvo deshonrosas excepciones, que son fuerzas que se mueven en las
raíces de la economía, o sea, en el cómo obtener y distribuir los recursos, las
que tiran del carro de la historia. Así explicamos el pasado y así hemos de
encarar el futuro: husmeando los movimientos en las profundidades podemos
predecir, al menos, la dirección que tomarán los movimientos tectónicos en la
superficie, aunque no los paisajes que al final exhiban, producto de otras mil
y una variables imposibles de prever. Las perspectivas anuncian un nuevo Pangea,
que, desde aquí, nos hemos acostumbrado
a llamar globalización. Como todo lo que importa es un movimiento con historia.
El primer indicio en la
globalización data del XVI/XVII cuando los occidentales descubrieron los continentes
hasta entonces ignorados, circunnavegaron África, tocaron por primera vez las costas orientales de
Oriente y circunvalaron el globo. Sucesos en los que los hispanos fueron
pioneros y protagonistas muy destacados. El segundo (del XVII al XIX) es la
colonización, por la que los estados occidentales se repartieron el Mundo e
intentaron hacer de su cultura La Cultura. El tercero, y seguramente
definitivo, la revolución tecnológica (XX/XXI), en la que desembocó la
revolución industrial, cuya potencialidad apenas vislumbramos todavía, pero que
ha reducido al orbe, con todo su contenido al tamaño de una pantalla de
ordenador y al tiempo de una pulsación. En tales condiciones las fronteras se
están convirtiendo en frágiles artificios con menos entidad que la tramoya
teatral y las múltiples identidades en curiosidades folclóricas para pasto de
turistas y sostén de casticismos más o menos frikis.
Habrá oposición de grupos
descontentos por el giro que esté tomando la globalización, por nostalgia, por miedo
o falta de imaginación; habrá líderes que los agiten o aprovechen su impulso;
parecerá que por momentos se detiene o retrocede aquí o allá. Pero la situación
de la tecnología ha dictaminado ya dirección y objetivos.
Mitología 2017: cabeza de Medusa |
1 comentario:
Realmente interesante...
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