¿Por qué en España no tenemos unos independentistas normales
como todo el mundo? Los quebequenses, los escoceses, los corsos… reclaman su
independencia como hace cualquier secesionista que se precie, pero no por eso
denigran al país del que hoy por hoy son parte. Ninguno de ellos dicen querer
la separación porque en el Reino Unido, Canadá o Francia no haya democracia.
Sería chusco que lo hicieran. En España es distinto. El secesionismo catalán
monta un espectáculo en Bruselas y el eslogan que utilizan pide democracia para
Cataluña, lo que libera la idea de que ahora no la hay. Para redondear la
insinuación y convertirla en afirmación tildan de fascistas o franquistas al
gobierno de la nación, a los que apoyan la aplicación del constitucional artículo
155 y, en general, a todos los que no comulgan con sus propósitos.
Por las razones que sean, desde hace dos o tres siglos ciertas
élites nacionales, han recurrido a la propaganda generada en el extranjero
contra el dominio imperial hispánico (“leyenda negra”), para hacer comprensible
el relato de la “decadencia” que no sabían explicar de otro modo. Culpaban así a
los que lo construyeron, por causa de sus mil pecados, exculpándose a sí mismos,
que precisamente eran los que en realidad protagonizaban el declive. Se
convirtió de este modo en lugar común entre la intelectualidad y especialmente
la progresía, no ya una actitud crítica, que sería normal, sino un talante
denigratorio y malencarado ante al pasado de la nación(*). Un estado de ánimo
que caló, por su persistencia y procedencia, en la ciudadanía y que se
confirmó, consolidó y amplió durante el franquismo tardío y la Transición al
identificarse patriotismo con fascismo. En el proceso unos, la derecha
conservadora, se han apropiado de los símbolos del Estado y otros, la izquierda
y el progresismo, se los han dejado arrebatar.
La actitud benevolente de toda la izquierda, claramente
cómplice de un sector de ella y hasta proactiva en otros, con los nacionalismos
periféricos arranca precisamente de aquella que la intelectualidad progresista
mantuvo desde el XVIII frente al relato ciertamente patriotero y cutre de la
construcción de la nación que mantenía el conservadurismo, tanto tiempo
hegemónico. Las dos Españas, que deberían haber sido formas diversas de encarar
el futuro, sólo han sido dos maneras de interpretar el pasado, que, como no
conducen a nada, se han exacerbado y han corroído la convivencia por el punto
más débil, los regionalismos, convertidos ahora en nacionalismos y
secesionismos. Se comprende así que la izquierda se muestre incómoda ante el
problema y algún sector se incline por lo que más daño hace al Estado nacional
español, en el que sólo ven una estructura anticuada y carcomida sin posible
arreglo.
El enemigo de todo secesionismo, su objeto de odio, es el Estado
central. Pero en ninguno de los conflictos de este tipo planteados en la Europa
occidental o en Canadá se le denigra tildándolo de antidemocrático porque no
sería creíble. Lo que hace sostenible el mismo discurso en España es la carga
acusatoria que arrastramos de la malhadada “leyenda negra”, todavía viva y que
nosotros mismos hemos asumido para explicar nuestro pasado colectivo. Así,
cualquier majadería que se diga del Estado o de la nación española es
aceptable, dado nuestro pasado; cualquier recurso al patriotismo, o a la
unidad, estaría fuera de lugar si no se refiere a alguna de las regiones de las
que dicen los secesionistas necesitar otro encaje en el Estado. Spain is different.
(*) Ver el libro de Mª Elvira ROCA BAREA
“Imperiofobia y leyenda negra”.
Siruela. 1916. Polémico y extraordinario. Le dedicaré pronto alguna entrada.
1 comentario:
Un buen artículo ...
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