9 dic 2017

Spain is different

¿Por qué en España no tenemos unos independentistas normales como todo el mundo? Los quebequenses, los escoceses, los corsos… reclaman su independencia como hace cualquier secesionista que se precie, pero no por eso denigran al país del que hoy por hoy son parte. Ninguno de ellos dicen querer la separación porque en el Reino Unido, Canadá o Francia no haya democracia. Sería chusco que lo hicieran. En España es distinto. El secesionismo catalán monta un espectáculo en Bruselas y el eslogan que utilizan pide democracia para Cataluña, lo que libera la idea de que ahora no la hay. Para redondear la insinuación y convertirla en afirmación tildan de fascistas o franquistas al gobierno de la nación, a los que apoyan la aplicación del constitucional artículo 155 y, en general, a todos los que no comulgan con sus propósitos.


Por las razones que sean, desde hace dos o tres siglos ciertas élites nacionales, han recurrido a la propaganda generada en el extranjero contra el dominio imperial hispánico (“leyenda negra”), para hacer comprensible el relato de la “decadencia” que no sabían explicar de otro modo. Culpaban así a los que lo construyeron, por causa de sus mil pecados, exculpándose a sí mismos, que precisamente eran los que en realidad protagonizaban el declive. Se convirtió de este modo en lugar común entre la intelectualidad y especialmente la progresía, no ya una actitud crítica, que sería normal, sino un talante denigratorio y malencarado ante al pasado de la nación(*). Un estado de ánimo que caló, por su persistencia y procedencia, en la ciudadanía y que se confirmó, consolidó y amplió durante el franquismo tardío y la Transición al identificarse patriotismo con fascismo. En el proceso unos, la derecha conservadora, se han apropiado de los símbolos del Estado y otros, la izquierda y el progresismo, se los han dejado arrebatar.

La actitud benevolente de toda la izquierda, claramente cómplice de un sector de ella y hasta proactiva en otros, con los nacionalismos periféricos arranca precisamente de aquella que la intelectualidad progresista mantuvo desde el XVIII frente al relato ciertamente patriotero y cutre de la construcción de la nación que mantenía el conservadurismo, tanto tiempo hegemónico. Las dos Españas, que deberían haber sido formas diversas de encarar el futuro, sólo han sido dos maneras de interpretar el pasado, que, como no conducen a nada, se han exacerbado y han corroído la convivencia por el punto más débil, los regionalismos, convertidos ahora en nacionalismos y secesionismos. Se comprende así que la izquierda se muestre incómoda ante el problema y algún sector se incline por lo que más daño hace al Estado nacional español, en el que sólo ven una estructura anticuada y carcomida sin posible arreglo.

El enemigo de todo secesionismo, su objeto de odio, es el Estado central. Pero en ninguno de los conflictos de este tipo planteados en la Europa occidental o en Canadá se le denigra tildándolo de antidemocrático porque no sería creíble. Lo que hace sostenible el mismo discurso en España es la carga acusatoria que arrastramos de la malhadada “leyenda negra”, todavía viva y que nosotros mismos hemos asumido para explicar nuestro pasado colectivo. Así, cualquier majadería que se diga del Estado o de la nación española es aceptable, dado nuestro pasado; cualquier recurso al patriotismo, o a la unidad, estaría fuera de lugar si no se refiere a alguna de las regiones de las que dicen los secesionistas necesitar otro encaje en el Estado. Spain is different.


(*) Ver el libro de Mª Elvira ROCA BAREA “Imperiofobia y leyenda negra”. Siruela. 1916. Polémico y extraordinario. Le dedicaré pronto alguna entrada.