El sistema más
común para designar a los funcionarios que habían de gestionar la cosa pública
en la antigua Atenas, unos 1100, era el sorteo. Sólo unos pocos, 100
aproximadamente, lo eran por elección y eso, bien porque su cargo implicaba
responsabilidades económicas y había que asegurarse una garantía con el
patrimonio del elegido (los pobres no valían), o bien porque se requería una
cualificación especial como ocurría con los strategós
(generales), función delicadísima y vital en una ciudad en la que la guerra era
su estado normal. El sorteo se consideraba mucho más democrático que la elección,
hasta el punto de que al primero lo asociaban los tratadistas con la democracia
y al segundo con la oligarquía (Aristóteles, Herodoto…). No en balde la
democracia se basaba en el principio de isonomía,
igualdad entre todos los componentes del demos,
y en el alejamiento de cualquier tipo de influencia o coerción, inevitables en
el sistema electoral por las facciones o partidos que se generan, y por la no
menos indeseable preeminencia que alcanzaban algunos notables en esos grupos y,
por tanto, sobre el sistema.
En el medioevo,
en donde en ámbitos urbanos también se dieron procesos democráticos, se llamó
al procedimiento del sorteo insaculación,
del latín in sacculo, por la bolsa o
saco de la que se sacaban los nombres de los elegidos. Tuvo un desarrollo
notable en Venecia y en otras repúblicas urbanas de Italia. También en España,
especialmente en la Corona de Aragón, pero no sólo allí, para designar consellers, alcaldes, corregidores y
otros cargos municipales. En España hoy se sigue recurriendo al procedimiento
del sorteo para elegir a los miembros de la Junta Electoral Central de entre
los magistrados del Supremo, para la designación de peritos en el procedimiento
civil, la adjudicación de casos en la Audiencia Nacional o el nombramiento de
tribunales para las oposiciones a funcionarios del Estado.
De lo anterior
extraigo la siguiente reflexión:
En España los
partidos, inevitables en una democracia representativa (y esta a su vez
inevitable en el mundo presente) fueron tratados con guante de seda en el
sistema que se gestó en la Transición. Salíamos de un régimen sin ellos que
duró 40 años y había que ayudar a nacer, arraigar o rehacer estructuras tan
necesarias. Pero con el tiempo los partidos han proyectado sus raíces por todos
los intersticios del sistema institucional y han ido colonizando muchos de los
ámbitos de la administración abusivamente y con maneras inapropiadas. La
calidad de una democracia se mide por las barreras que levanta ante la
hipertrofia de cualquier poder y hoy los partidos muestran todos los síntomas
de ese mal. Están reclamando acciones que los frenen y los saneen.
La crisis entre
el ejecutivo y el judicial que viene escandalizándonos desde hace tiempo no
parece tener solución por la presa que han hecho en las instituciones de la
justicia las dos grandes formaciones en liza. Extender el sistema de sorteo,
que como se ha visto ya existe en ciertos casos en la justicia y su gobierno y
goza de impecable pedigrí democrático, a la resolución del bloqueo quizás sea
buena solución. Tendría la virtud de alejar a los partidos de botín tan
apetitoso como peligroso para la calidad democrática. Bastaría con retirar al
Congreso de diputados la facultad de nombrar a los miembros del TC y CGPJ que
le corresponden y extraerlos por sorteo de una lista en la que figuren todos
los magistrados y juristas que reúnen las condiciones necesarias para el cargo.
El papel del Congreso se limitaría a determinar cuáles son esas condiciones. El
sistema podría ampliarse, por ejemplo a la Fiscalía General del Estado
arrebatándoselo al ejecutivo, fuente de escándalo cada vez que hay que
nombrarlo, sea quien sea el partido de gobierno. Etc., etc.
Ese elevado porcentaje de españoles que en las encuestas afirman que uno de los principales problemas del país son los políticos lo agradecerían, y los demás seguramente también. Pero no habrá lugar porque el legislador no son los diputados del Congreso sino los partidos expresándose a través de los diputados y esos nunca permitirán una limitación de su poder por necesaria que la vea el sentido común.
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Ilustración: A. Lorenzetti, El buen gobierno en la ciudad. Palazzo Pubblico, Siena
1 comentario:
Me encanta la idea del sorteo, sería una verdadera solución al problema.
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