«-¿Qué es esto?- le pregunté espantado.
Respondiome:
-Un hombre endemoniado-, y al punto, el espíritu que en él tiranizaba la posesión a Dios, respondió:
-No es hombre, sino alguacil. (...) Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuera y de mala gana; por lo cual, si queréis acertar, debéis llamarme a mí demonio alguacilado, y no a éste alguacil endemoniado.»
(F. de Quevedo: El alguacil endemoniado)
Sabía Quevedo, porque era experto conocedor de los demonios (y de los alguaciles), que ningún diablo iba a estar cómodo en el cuerpo de semejante servidor de la ley. Quizá si viviera hoy, me atrevo a pensar, su alguacil no sería tal, sino más bien banquero, o alguacil de banqueros, como lo es el inefable Fernández Ordóñez, director del Banco de España.
Endosarle el calificativo de inefable (adjetivo que se aplica a aquello que no se puede explicar con palabras), no es ironía, sino acomodo a la realidad, y por ello este breve artículo no aspira más que a una muy cautelosa aproximación, más llena de perplejidades que de certezas. Personajes tan complejos escapan a mi comprensión, y como, por iconoclasta, tampoco soy dado a la veneración de lo que no comprendo, me limito a mostrar alguno que otro de mis desconciertos ante las manifestaciones sorprendentes (por llamarles de alguna forma) de su personalidad.
Vaya por delante que la nómina del Sr. Ordóñez arroja más dígitos que la de cualquier otro servidor público (tampoco esta expresión es irónica, sino oficial o burocrática). Conocemos el record porque se hizo público el año pasado como respuesta a las insidiosas insinuaciones de cierta prensa, que al final resultó llevar razón. Sin embargo, nos la mostró (la nómina) como una benemérita penitencia, y es que las gentes de la banca manejan los billetes que da gusto verlos. Conocedor, más que nadie, de que el dinero no da la felicidad, clamó temprana y repetidamente por la moderación salarial, la congelación de pensiones y la austeridad y cautela en los subsidios cualesquiera que fueran. Lo hacía por puro patriotismo, no nos engañemos, ya que desde su puesto nada tendría que decir al respecto, y a nadie le satisface meterse en camisa de once varas, a no ser que se sea cínico, histriónico o patibulario.
Anda enredado ahora en el asunto de las cajas donde parece no dar pie con bola, aunque como mis ingresos son más o menos la décima parte que los suyos estoy por no dar ningún crédito (de confianza, no bancario) a mi apreciación. El caso es que nos vendió, con gran convicción, que nuestro sistema financiero era sólido como el acero, envidia de Europa y aledaños, hasta que se destapó que al menos las cajas estaban en situación lamentable, salvo dos o tres. Se equivocó tristemente en el caso CCM y volvió a hacerlo en el de Cajasur; impulsó las fusiones como la solución definitiva, y antes de cuajar ya están fracasando algunas de las más cacareadas; al final la solución es hacerlas desaparecer a todas convirtiéndolas en bancos. ¿Quién se atreve a cuestionar al servidor público mejor pagado? Además no es un político, sino un técnico y eso es garantía incuestionable. Tan técnico es que ni el Gobierno puede cesarlo, como tampoco puede interferir en su gestión, aunque haya mostrado una ceguera similar, pero menos justificable, a la de los políticos en la detección de la crisis y los problemas de ella derivados.
Tanta contradicción entre el sentido común y lo que nos muestra el ínclito personaje podría saldarse parafraseando al demonio que poseyera al alguacil: no es hombre, sino banquero.
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