En 1984/85 se libró la última
gran batalla del movimiento obrero, el escenario no podía ser otro que el Reino
Unido y los que la libraron los mineros; enfrente, Margaret Theatcher, que con
el aval obtenido en la guerra de las Malvinas encaraba su segundo mandato
convencida de que esta era una guerra más importante que la librada contra
Argentina, y la ganó. Desde el lado sindical fue la última resistencia contra
el torbellino neoliberal que campeaba ya en USA y en Inglaterra y que acabaría
arrollándonos a todos. Un año de huelga catastrófica dividió a los trabajadores
y aniquiló a los sindicatos; en lo sucesivo no habría más resistencias
significativas a las privatizaciones y las «libertades» que imponían los nuevos
modos del capitalismo. El error, quizás inevitable, de los sindicatos fue
empecinarse en la defensa de un sector económico obsoleto, la minería del
carbón; el gran acierto del gobierno neoliberal, coincidir en sus planes con las
corrientes, no menos inevitables, de la modernidad. Desde esas fechas el
movimiento obrero ha pasado a ocupar en la mente de muchos el espacio reservado
a lo retro o, a lo más, a la nostalgia.
Hace unos días al abrir un libro
que no hojeaba desde hacía décadas me encontré con un recorte de prensa en el
que se entrevistaba a Immanuel Wallerstein
(El País, 29/9/80) y del que entresaco
«…la etapa larga de transición del capitalismo al socialismo, que, en mi
opinión, estamos viviendo hoy». 31 años después sólo cabría decir que en
historia las profecías son simples boutades.
Y sin embargo, en esas fechas nada
apuntaba en otra dirección: en los países del norte de Europa, las conquistas
sociales, hacían que se les considerara como sociedades intermedias entre las
del Este, con un «comunismo» que ya no convencía, y el capitalismo, cuyo modelo
seguía siendo EE.UU. Décadas de vecindad con las repúblicas populares y el
temor, fundado, a la revolución social interna habían ido tallando un modelo
socialdemócrata, que hoy es ya historia, por mucho que entonces lo creyéramos
el futuro. Nadie presentía un suceso como el que he descrito en el primer
párrafo.
Theatcher, en su frenesí
destructor del Estado del bienestar, no olvidó la zanahoria, convenció a sus
conciudadanos de que el capitalismo ofrecía también a los obreros la
posibilidad de convertirse en capitalistas (los productos financieros
comenzaban a ponerse al alcance de todos), mientras que la lucha de clases sólo
les garantizaba una pobreza más o menos subsidiada. El discurso caló y se
extendió; una legión de ideólogos y propagandistas lo fundamentaron con
análisis y argumentos, y casi sin darnos cuenta nos encontramos todos en el
paraíso neoliberal, del que hemos disfrutado justo el tiempo de que se nos
acuse de haber mordido la fruta prohibida y se nos anuncie la expulsión. El
objetivo básico se había cubierto: el desarme ideológico y organizativo de los
trabajadores. Decía ayer mismo J.
Ramoneda en el País: «¿Es posible una política de izquierdas hoy? Digámoslo
claramente: el problema de la izquierda es que las clases populares han perdido
capacidad de intimidación. Y, por tanto, las élites económicas y sociales no
ven necesidad alguna de tener que hacer concesiones y de renunciar a algunos de
sus privilegios».
Ocurre que la generación que
sufre la frustración actual no vivió la experiencia primera, sólo conoce
relatos en sepia ilustrados con las músicas del abuelo. Ha confundido la
decoración con el argumento. Y, en efecto, la tramoya puede estar obsoleta pero
el tema es un clásico: la lucha de clases.
3 comentarios:
Sabía yo algo de esa huelga porque recuerdo los telediarios. Luego me percaté del drama social, familiar y personal de muchos en el Reino Unido por esta causa. En la película "Billy Eliot", el trasfondo es precisamente esa huelga. Ahora me percato de su trascendencia, gracias a tu artículo, Arcadio. Salud(os).
mientras le leía pensé: parece que el socialismo en la actualidad no piensa en el futuro, es como un hombre muy mayor que no tiene esperanza por lo que está por venir y se instala en el pasado, para que no acabe.
interesante lectura.
un saludo
El verdadero socialismo pasó a la historia...igual que el verdadero sindicalismo !
Saludos
Mark de Zabaleta
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