Un suceso llamado a tener larga
y profunda repercusión fue la revolución cubana
(1959). A finales de los años cuarenta se había iniciado el proceso de
descolonización, que no se completó hasta entrados los 70. El periodo más
activo fue la década de los años 60 del que la revolución cubana puede
considerarse prólogo. De facto la isla era una colonia de EE.UU. y lo que
convirtió en un suceso trascendente a la revolución fue su inclusión en el
marco de la guerra fría y el hecho de que se resolviera como una revolución
izquierdista triunfante. A principios de siglo Lenin había expuesto la tesis de
que el imperialismo era la última fase del desarrollo capitalista (El imperialismo, fase superior del
capitalismo), del que el colonialismo fue un aspecto importante. La lucha
por la independencia de las naciones oprimidas era reconocida así como una
lucha revolucionaria sin contradecir el internacionalismo obrero marxista. Ya
en los 60/70 la teoría de un sistema mundial (economía-mundo) con un centro
desarrollado y una periferia explotada le dio a aquella formulación una nueva
vuelta de tuerca. De este modo la lucha por la liberación de los oprimidos se
encarnaba en las contradicciones entre naciones (Wallerstein). Un
ejercicio de equilibrismo dialectico que quizás a Marx le hubiera puesto el
vello de punta.
De este modo la revolución
cubana devino un modelo esperanzador para todas las comunidades oprimidas,
colonias que en esos momentos luchaban por su independencia. El izquierdismo
fue el inspirador ideológico, mucho más que el nacionalismo, que en África,
principal escenario del proceso, no podía existir por razones sociohistóricas
en las que no es preciso insistir. Pero
lo que ahora me interesa es la repercusión que tuvo entre nosotros.
En 1961 ETA perpetró su primer
atentado mortal. Las acciones siguientes se beneficiaron durante más de una
década de la mirada benévola de la izquierda que no olvidaba que la dictadura
se había instalado y consolidado haciendo uso de una violencia inusitada, a la
que en los años últimos sólo se había puesto sordina. El terrorismo etarra
podía enmarcarse en la lucha contra la dictadura, que otros llevaban en el
terreno político o laboral, pero el discurso etarra incluía el del pueblo
oprimido por el Estado español, en consonancia con la corriente que se había
generalizado para las colonias, pero muy alejado de la ingenua simpatía que la
izquierda mostraba hacía las llamadas nacionalidades históricas. En 1974 ETA se
escindió en dos: los poli-milis, mayoritarios, que entendían la acción armada
como un complemento de la política y que acabaron disolviéndose en 1982; y ETA
militar, que continuó con el objetivo de provocar la insurrección popular. Esta
es la ETA que nos ha llegado, la que en los 80/90 alcanzó una ferocidad inusitada,
haciendo caso omiso al desarrollo democrático del país, en un comportamiento realmente
autista.
ETA utilizó en su devenir el manto
izquierdista del discurso de liberación de los pueblos proletarios inmersos en
la economía-mundo, sin merecerlo, ya que en el supuesto Estado opresor ocupaba
los primeros puestos de renta y desarrollo económico, a los que añadió, con la
democracia, la autonomía política, la mejor situación de que haya disfrutado
jamás en su historia. El puño en alto, la reclamación de una Euskalherría socialista,
en los gritos de rigor, y el look izquierdista de sus militantes, es una
fachada que en absoluto se corresponde con la estructura. El vocablo abertzale (patriota) fue una creación de
Sabino Arana, que se quería tan lejos de la izquierda como del infierno.
Así pues, el radicalismo
independentista vasco se nutrió de impulsos e ideas en boga en los 60,
revistiéndose de izquierdismo en su oposición al franquismo; pero, cuando éste
desapareció, se desprendió de los que lo habían hecho con sinceridad, para
continuar actuando como si nada hubiera ocurrido y el Estado democrático no
fuera sino un franquismo travestido. En este sentido el terrorismo etarra no ha
sido más que la penosa herencia de la dictadura. El éxito actual del
abertzalismo, innegable, se debe a que actúa en el mismo campo de la
manipulación de la historia y de la realidad en que actúan todos los
nacionalismos, que tiene mucho que ver con las creencias religiosas, pero en
absoluto con la izquierda.
Izquierda abertzale, una
contradicción en los términos. Como diría con sarcasmo Pío Baroja, refiriéndose
a El pensamiento Navarro,
periódico carlista: o una cosa u otra.