En realidad la política sólo ha tenido un
carácter noble en los sistemas democráticos, que, por otra parte, han ocupado
una porción ínfima de los tiempos históricos y de la geografía planetaria. No
es extraño que el vocablo siga teniendo en el fondo oscuro de nuestras
conciencias resonancias malévolas, sugerencia de intrigas y maquinaciones. Hoy
nadie es capaz de negar la política de forma abierta, salvo algún fósil
cultural de la especie del dictador, pero sí podemos sufrir cualquiera el
efecto de los vahos que llegan de lo profundo de nuestro subconsciente,
haciéndolos cristalizar, ya que no en la propia actividad, sí en sus
ejecutores.
La crítica a los políticos forma
parte de la naturaleza de la democracia. Es un deber esencial de los ciudadanos
y de los instrumentos de opinión. Sin ella no es concebible un sistema
participativo. Ni siquiera tiene por qué reducirse a acciones concretas o a
políticos individuales; es legítimo que se haga también sobre la condición de
los políticos en general, su profesionalización o gremialización,
comportamientos e inclinaciones comunes, etc. Pero, al fin y al cabo, los
políticos no son ni peores ni mejores que el conjunto de sus conciudadanos,
aunque puedan contraer vicios propios de la actividad, que nos parezcan
odiosos. Y desde luego, dadas las complejidades de nuestras sociedades
contemporáneas, sólo una ensoñación anarcoide puede hacernos pensar en su
desaparición.
Los partidos, por su parte,
nacieron espontáneamente con la libertad política. No podía ser de otro modo.
Con el tiempo han evolucionado, de simples aglomerados de gentes con ideologías
afines a instituciones normalizadas, más vertebrados interna y externamente,
disciplinados, e incluso han sido mencionados y reglamentados en las cartas
constitucionales. En ellos se elaboran los proyectos políticos y nacen las
opciones electorales. La legislación y el uso que los ciudadanos hagan de los
partidos podrán variar, pero es difícil imaginar un sistema participativo sin
ellos porque son el elemento articulador. En las autocracias se sustituyen a
los políticos electos por supuestos vicarios de poderes fantasmagóricos
asistidos por una legión de subordinados, fieles servidores, no de la
ciudadanía, sino del gran dictador; igualmente se prescinde de los partidos y
en su lugar se utilizan (en las dictaduras reaccionarias), para crear la
ilusión de la participación popular, instituciones históricas, sociales,
religiosas, etc., cuyo control escapa al pueblo a la vez que relega al
individuo (corporativismo o democracia orgánica).
No se advierte en horizonte
alguno una alternativa a los partidos ni a los políticos, que preserve la
democracia, las libertades y los derechos. Por eso es tan peligrosa la
descalificación sistemática e indiscriminada. Algunos observamos con alarma
cómo se generaliza entre los jóvenes y afectados por la crisis, lo que en
cierto modo es lógico, pero también en otros sectores y, últimamente, entre
intelectuales y comentaristas, que se hacen eco del lamento general y lo amplifican,
no se sabe bien si por estar en la onda o por convencimiento sincero y, la
verdad, no sé que será peor. Con tales discursos creamos calzadas triunfales
para los políticos que se presentan en escena negando la política, caso de
Franco, pero también de otros líderes del fascismo mundial (de trágica memoria),
o de algunos contemporáneos, caso de Berlusconi (variedad burlesca), o de
nuestro Gil (versión casposa, tan querida por algunos compatriotas) y algunos
otros que acaban de asomar en la palestra. Todos ellos partieron de un
escenario de profundo descrédito de la política y de los políticos en su
ámbito, nacional o local.
Si no me dan crédito a mí
seguramente harán bien. Pregunten a la historia.
2 comentarios:
Chapeau. Ahora "quiero" un artículo sobre el funcionamiento y la vida interna de los partidos. Gracias de antemano. Salud(os).
Muy bueno. Debe,ps hacer todo lo posible por fortalecer la democracia; en la medida que la fortalezcamos estaremos haciendo que los políticos cumplan con su obligación.
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