En los tiempos de la
reunificación de Alemania uno de mis vecinos habituales de vacaciones, empresario alemán, sin
hacer la mínima concesión al sentimentalismo por la caída del muro, me dijo:
«Hemos comprado a Alemania del Este». Deduje entonces que sus dificultades con
nuestro idioma no le habían facilitado la expresión de lo que pensaba. Ahora
estoy convencido de que sabía muy bien lo que decía. Ayer un grupo
sindicado del que Alemania es el alma,
pero del que formamos parte, si bien como palmeros, ha comprado ciertos
derechos sobre Grecia.
Habíamos pensado que la creación
de la UE había cambiado a Europa, que ya a nosotros no podían pasarnos las
cosas que habíamos visto en el pasado; por ejemplo, que un país perdiera su
soberanía o se viera mediatizado por otros al no poder atender a su deuda, o
que su moneda se viera zarandeada por la especulación o ciertos intereses
políticos económicos hasta convertirla
en papel inservible. La solidaridad entre los socios lo haría imposible. Cierto
que algunas cosas han cambiado, pero sólo para que las que de verdad importan no
cambien, según el famoso principio lampedusiano.
Los que defienden las tesis y
las actitudes del actual gobierno alemán argumentan que de no actuar así,
aparte de no salvarse Grecia, serían Alemania, Francia… las que acabarían
mediatizadas por… ¿USA? ¿Algún o algunos países emergentes? Y entonces ¿qué
quedaría de la UE?
Puede que lleven razón; pero,
eso demuestra que la economía, los mercados, los poderes financieros, o como
quiera que debamos llamarlos, señorean el Mundo y han sometido con descaro (en
situaciones de emergencia no valen disimulos) a la política, es decir a la
democracia, a la voluntad popular. En otras palabras, que nada cambió, aunque
pareciera que había cambiado todo.
Tan es así que, escarbando un
poco, descubrimos que el litigio no es entre estados, ni siquiera entre algunos
de ellos y el mercado, esa entidad sin rostro, pese a lo que la superficie
parecía decirnos, y es que se invocan en vano, otra vez, los nombres de las
naciones. La lucha verdadera se libra entre unas clases que operan desde sus
fortalezas de acero y cristal (la Citiy,
Wall Street…), con nombres y rostros,
y la gente común, de la que se diferencian por la monumental desproporción
entre las rentas de unos y las de los otros.
En otro tiempo la burguesía
industrial ostentaba rentas insultantes para los trabajadores de sus empresas,
a los que se aplicó la denominación antigua de proletarios, porque como la
plebe de la antigua Roma, sólo poseían a su propia prole, que pudiera, explotándola,
aliviar la miseria en que les aherrojaba el trabajo industrial. También
entonces se recurrió al nombre “sagrado” de la patria para despistar y
fragmentar la marea arrolladora del movimiento obrero; con bastante éxito, todo
hay que decirlo.
En los últimos años las
diferencias de renta se han disparado de nuevo, no son ya menores que las de
aquella época. Sólo que entre los explotados ya es imposible encontrar aquel
núcleo revolucionario del proletariado, que ha perdido el nombre y, con él, la conciencia de clase, el arma que
ellos emplearon para lograr las conquistas que, con el tiempo, nos confundieron
y nos hicieron pensar que la explotación era cosa de otros tiempos.
En esta nueva, o, más bien,
rediviva situación los estados han dejado de cumplir la misión de garantes de
derechos, que, por un momento, la eclosión ciudadana les había forzado a
ejercer, para mostrar con dureza su verdadera naturaleza de siempre: herramienta
de los poderosos. Como cualquier utensilio, ellos mismos entran en la subasta.
Aquel empresario alemán de
vacaciones que decía que habían comprado a Alemania Oriental no hablaba como
alemán sino como empresario capitalista, pero sus palabras eran verdaderas y el
tiempo lo ha ratificado. Las lágrimas que se nos escaparon viendo a los
berlineses destruir el muro con sus manos también eran verdaderas pero el
tiempo las ha convertido en ingenuo sentimentalismo.
1 comentario:
Ciertamente tenía mucha razón...ya veo el Partenón comprado por los chinos !
Saludos
Mark de Zabaleta
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