Se ha aireado estos días un aserto
del ministro Wert escrito en un ensayo que le publicó FAES
no hace mucho. Dice así: «La intensidad de la
propia transmisión de la educación en valores en el seno del núcleo familiar no
puede sino resentirse del cambio en los roles familiares que la incorporación
masiva de la mujer al trabajo fuera del hogar supone». Ante quienes se
alarmaron por la revelación el ministro alega que es una frase simplemente
descriptiva y que no dice nada respecto a su posicionamiento ideológico frente
la cuestión. Yo creo que sí dice mucho; pero, es que además estoy convencido de
su falsedad interesada por parte de aquellos que buscan el modo de hacernos
retroceder caminos costosamente transitados.
Digamos en primer lugar que ha cambiado el
concepto sobre la infancia y, por tanto, la posición del adulto frente al niño.
Justo mientras se estaba produciendo la incorporación de la mujer al trabajo
fuera del hogar, el niño se convertía paulatinamente en sujeto de derechos. La
explotación de la infancia, que ha sido una constante histórica, es hoy
escandalosa no porque sea mayor que otras veces sino porque se ha convertido en
éticamente insoportable. El cambio se operó en las mentalidades ¡y en los
valores! Ciertamente se ha reducido la natalidad en parte por la opción laboral
de muchas mujeres, pero, también, porque las parejas son hoy muchísimo más
responsables ante la procreación que en generaciones pasadas. En resumen, el
coste del niño en atención, en preocupaciones, en cuidados… es infinitamente
superior al de hace unas generaciones. Muchas parejas aplazan el momento porque
no se sienten capaces de hacer frente a la situación. Decisión en la que
destaca el consenso, lo que era impensable o excepcional hace sólo dos
generaciones. Valores nuevos que en aquellos tiempos de supuesto paraíso
familiar en que la mujer no trabajaba no existían.
No es que la liberación femenina y el nuevo
estatus del niño sean causa y efecto, pero sí son consecuencia de un mismo
fenómeno: el progreso de un humanismo laico y racionalista que logró traspasar por
primera vez en la historia los límites del varón adulto, para abarcar a todos.
El castizo y casposo “cuando seas padre comerás papas” ha quedado sin otro
contenido que el de una dudosa humorada.
En el pasado reciente, al que con frecuencia
se invoca desde el reaccionarismo, los niños nunca estuvieron mejor atendidos,
ni se hicieron esfuerzos por su educación, también en valores, como hoy, pese a
que el padre y la madre trabajan ahora fuera del hogar. En las familias
burguesas el contacto cotidiano de los niños era con servidores, nodrizas,
institutrices… criadas; en la adolescencia o antes se les internaba en
colegios; el contacto con los padres era mínimo. El modelo se imitaba en mayor
o menor medida en las clases medias en función de su capacidad económica. El
pueblo llano, que vivía mayoritariamente en ambientes rurales, no mejoraba esos
hábitos, en este caso por necesidad; eran las hermanas adolescentes las que
pasaban hora tras hora con los bebés; cuando crecían su ambiente era la calle,
y muy pronto el trabajo como aprendices o ayudando a la familia.
Los valores que se transmitían al niño eran
básicamente los que giraban en torno a la susodicha frase: “cuando seas padre…”
El niño en la casa estorbaba y se le hacía saber. La buena educación se basaba
en reprimir sus impulsos infantiles y en dotarlo de hábitos que no molestaran a
los adultos con los que convivía y que lo preparaban para que cuando él mismo
fuera adulto creara una familia sexista y patriarcal como la suya. Más que niño
era simplemente un proyecto de hombre. Esto ocurría cuando las madres, si eran
de familias acomodadas, no trabajaban y se dedicaban a la administración de la
casa y otras actividades de ocio, sociales o religiosas, consideradas muy femeninas;
si de familias trabajadoras, además de en la casa trabajaban en el campo, en
donde se las requería estacionalmente, o en otras tareas que complementaran los
ingresos familiares y, cargadas de hijos, eran incapaces de atenderlos
debidamente, mucho más porque los padres no consideraban que esa fuera tarea
propia de su condición. Tiempos en los que, según se deduce de la reflexión del
ministro, se transmitía la educación en valores en el seno del hogar con total
intensidad.
Es sabido que el ministro tiene en cartera
una nueva ley de educación que, según sus propias declaraciones, podría ver la
luz al final de la legislatura o principios de la siguiente, de donde se
infiere que los cambios no serán superficiales. No tengo ninguna curiosidad por
conocer sus directrices, las puedo adivinar. ¿Alguien no?